La adolescencia en una foto
Miro la foto y no sé si la saqué como ejercicio para el curso de fotografía que estaba haciendo o si fue en la época que salía siempre con la cámara guardada en la mochila. Tampoco recuerdo por qué estábamos sentadas en ese bar de viejos, en la esquina de la estación Acasusso. Lo que sí sé es que, por aquellos años, nuestros días y nuestras noches eran más o menos todas iguales.
La imagen es en blanco y negro y está tomada desde la calle a través de una ventana. Allí están mis tres amigas de la adolescencia: Mer de perfil, casi de espaldas, con un cigarrillo en la mano; Lu frente a un vaso vacío con la mirada perdida y Sarah jugando con el papel de una servilleta y un gesto de concentración. Tendríamos 16, 17 años y una rutina compartida que se resumía en ir al colegio, pasar las tardes juntas frente al río y los fines de semana ir en el 60 a bailar a La Negra.
¿Sobre qué estaríamos hablando? Aún hoy, 20 años más tarde, puedo sentir el olor de sus ropas, la textura de sus manos y escuchar el tono de sus voces. Todavía no sabíamos que Lu se convertiría en titiritera y pasaría sus días subiéndose al escenario del teatro San Martín; tampoco, que Sarah quedaría embarazada en Ibiza o que Mer, pocos meses después, ocuparía una fábrica en la Boca y se alejaría de esa fugaz cotidianidad adolescente que compartíamos.
Miro la foto y pienso en cómo creíamos que iba a ser nuestro futuro. Quiénes queríamos ser y quiénes somos ahora.