Kosice, pionero del arte y del sueño espacial
La noticia dice que hoy mismo el Museo de Bellas Artes de Houston inaugura nuevo edificio para albergar su colección de arte moderno y contemporáneo en la que se lucen varios artistas argentinos. Entre ellos Gyula Kosice quien ya no está (murió el 25 de mayo de 2016) en este mundo para ver que su obra La Ciudad Hidroespacial es desplegada en una sala exclusiva, toda para él. Se trata de una serie de módulos con los que el artista representó la maqueta de una posible colonización del espacio en una sociedad utópica donde arte, poesía, urbanismo y ciencia conviven en armonía. Empezó a esbozarla como idea ya en 1944 en la fundación del Grupo Madí (la única vanguardia rioplatense); escribió su Manifiesto en 1971 y, en un formidable work in progress, en 2010 publicó de su bolsillo el libro La Ciudad Hidroespacial: 500 lugares para vivir. Kosice tenía entonces 86 años y seguía soñando despierto en su taller-museo de Almagro: creía que su "Ciudad Hidroespacial" iba más allá del arte, que era posible proyectarla, construirla.
"Hidroespacializar, aterrizar, amerizar, alunizar, venusizar, tender posteriormente conexiones galácticas e interplanetarias atravesando los años luz, serán alternativas multiopcionales. Habrá lugares para tener ganas, para no merecer los trabajos del día y la noche, para alargar la vida y corregir la improvisación, para olvidar el olvido, para disolver el estupor del porqué y el para qué y tantos otros lugares como nuestra inagotable imaginación amplifique y conciba", había escrito en 1971. Para cuando este texto volvió a publicarse su representación de La Ciudad Hidroespacial se dejaba ver en una de las salas de la antigua casona del siglo XIX reconvertida en taller-museo. En la oscuridad los módulos de plexiglás (un material que Gyula incorporó al arte como ya había hecho con el gas neón) flotaban representando una fantasía sci-fi: el encuentro entre los mundos de Leonardo y Flash Gordon. "Leonardo sí, Flash Gordon no, déjate de joder", bufó Kosice una mañana fría tras leer un recorrido por su taller publicado en una revista cultural. Pero sí, la obra de Kosice le pertenecía tanto al arte como a la ciencia ficción y así deberían considerarse tanto la idea como la producción textual con la que la rodeó. Literatura fantástica de la mejor.
Kosice había montado su propio museo porque pensaba que la Argentina le debía uno. Para ir solo había que pedir un turno y ya una vez dentro era como estar en una sala del Pompidou: la dimensión modernista se abría en ese lugar oculto, privado, de Buenos Aires en todo su esplendor. Enérgico se quejaba de que el país no le daba la importancia que merecía después de tantos años de invenciones y esperaba que alguna institución pública (Bellas Artes, el Moderno) o privada (Malba) se hiciera de su acervo. Claro que nadie cuenta aquí con el presupuesto que la curadora Mari Carmen Ramírez ha manejado para convertir a Houston en una capital global del arte latinoamericano. Pero que La Ciudad Hidroespacial,una idea made in Argentina sobre un futuro posible, no pueda verse en Buenos Aires es triste: hubiera merecido una sala propia como ahora pero en el espacio, la atmósfera donde fue pensada. En la imaginación de un niño que llegó en barco de Kosice (desde la actual Eslovaquia), vio a Gardel caminar por las calles del Abasto, se hizo hombre desafiando las reglas del arte y mantuvo ese brillo turquesa en los ojos hasta los últimos días.
Hoy Kosice hubiera estado repartiendo fotocopias de esta noticia a los periodistas y, una vez más, exhibiendo su intercambio epistolar con el director del Museo de la Nasa. No solo quería exhibirla allí sino que le planteaba a la Agencia Espacial la posibilidad de participar en su construcción. La respuesta fue diplomática y fría. Pero Kosice se mantenía firme: la utopía era posible. Y el tiempo y la tecnología, decía, le darían la razón. Cuando el futuro hidroespacial llegue recuerden que fue pensado aquí, en esta atmósfera. Otro invento argentino.