Néstor Kirchner, ¿ícono de los derechos humanos?
La novela de Alberto y Cristina mantuvo en vilo al país durante esta semana. ¿Rompieron para siempre? ¿Es solo una escena? ¿Se reconciliarán por interés? La política argentina, donde todo es puja por el poder, resulta indigesta. Tanto para la sociedad como para el periodista obligado a seguirla, que ha de narrar esta disputa mezquina hecha de zancadillas y declaraciones banales como el cronista deportivo relata un partido de fútbol. En este vale hacer goles con la mano, para peor. Ninguna idea en juego, ningún programa para atender los problemas reales de la sociedad.
La “ineficaz gestión” que la vice le reprocha al Presidente es toda suya. Incapaz de emanciparse, Alberto Fernández se limitó a obedecerla. Pero claro, Cristina Kirchner no cambia. Ante el desastre, huye de la responsabilidad y señala al otro. Intento vano, porque ella parió esta aventura. Es su gobierno.
La forma en que salió a recuperar capital simbólico el jueves mediante la manifestación de La Cámpora en el Día de la Memoria es otra simulación. El kirchnerismo ha pervertido la causa de los derechos humanos y ha reescrito la historia para polarizar. Lo hizo con astucia, pero también en el vacío que dejan aquellos que deberían defender la memoria de tergiversaciones oportunistas. ¿Cómo aceptar que Néstor Kirchner reemplace a Raúl Alfonsín como emblema de los derechos humanos?
Para responder a la mentira, conviene ver un video de YouTube en el que Jaime Malamud Goti y Martín Farrell, dos prestigiosos doctores en derecho que asesoraron a Raúl Alfonsín desde antes de que asumiera, cuentan cómo se llegó al Juicio a la Juntas.
"Para Alfonsín, todo terrorismo constituía una violación a los derechos humanos"
En junio de 1983, Alfonsín convocó a Genaro Carrió (ex juez de la Corte Suprema, filósofo del derecho) y a Farrell a sus oficinas de la calle Perú. Les dijo que quería juzgar a los militares responsables de las atrocidades del Proceso, aun cuando dudaba de si tendría poder suficiente. Los juristas le respondieron que eso era viable desde el punto de vista jurídico. Alfonsín les preguntó si era moralmente correcto establecer un corte de responsabilidades en la cadena de mandos. Allí Farrell explica que, antes que al deontologismo kantiano (que habría dicho que se debía juzgar a todos los militares que cometieron crímenes), había que apelar al utilitarismo de Bentham y castigar al mayor número posible de culpables. Es decir, a todos aquellos que se pudieran juzgar sin que la democracia corriera peligro. En esa reunión, explica Farrell, se expuso la idea de la obediencia debida, que Alfonsín hizo pública durante su recordado discurso del 30 de septiembre de 1983 en la cancha de Ferro. “Es un mito sostener que Alfonsín llegó a esta conclusión presionado por los militares carapintadas del 87″, aclara el jurista.
Para Alfonsín, todo terrorismo constituía una violación a los derechos humanos. Gracias a esa política, señala Farrell, en un momento estuvieron presos los integrantes de las Juntas, terroristas de izquierda como Firmenich y Vaca Narvaja, y terroristas de derecha como López Rega. “Alfonsín persiguió a los militares judicialmente cuando estaban en el apogeo de su poder”, destaca. Y compara: “Cuando Videla ya no tenía poder, Kirchner hizo descolgar un cuadro suyo. Cuando Videla tenía poder, Alfonsín lo hizo poner preso”.
En un contrapunto interesantísimo, Malamud Goti recuerda cómo, en conversaciones con Carlos Nino, Farrell y Carrió, en las que discutían cuestiones jurídicas y de ética política, se llegó a la idea necesaria del Punto Final. Por otro lado, los cuatro redactaron, por pedido de Alfonsín, el documento “No es la palabra final”, en rechazo a la ley de autoamnistía que dictó el gobierno del Proceso en septiembre de 1983, que el candidato justicialista, Ítalo Luder, dio por válida.
Farrell, quien obtuvo en 1996 el premio Konex de Platino en Ética, recuerda en la charla que cuando terminó el gobierno de Alfonsín, las Juntas estaban presas. Y desmiente que el quiebre de la política de derechos humanos en el país hayan sido las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final. El quiebre, señala, fueron los indultos de Carlos Menem de 1989 y 1990. “Los justicialistas arrancaron oponiéndose a los juicios a las Juntas, siguieron indultando a las Juntas y terminaron ‘ampliando’ la política de derechos humanos cuando los militares ya no tenían ningún tipo de poder. El juicio moral respecto de los justicialistas se los dejo a ustedes”.
Esta conversación entre Farrell y Malamud Goti (“Juicio a las Juntas: estrategias y diseño desde la filosofía moral”, disponible en YouTube) es de 2016. Pero el peronismo es incorregible. De la mano del kirchnerismo, al menos, siempre va por más. Por eso no sorprendió ayer el brulote de Máximo Kirchner, que con toda impunidad acusó a los porteños de votar a “aquellos que quieren ocultar lo que hizo la dictadura o directamente reivindican su accionar”.
El juicio moral que pedía Farrell es tan necesario como rescatar la verdad. Pervertir la memoria histórica y bastardear la lucha por los derechos humanos con el fin de azuzar el odio y dividir al país merece la condena más severa.