Kiev suspira a cada elección occidental
Siempre que se abren las urnas en Occidente, surge la cuestión de saber si los resultados electorales mantienen o diluyen el apoyo a Ucrania. Es una pregunta esencial, pues de ella dependen en gran medida la paz mundial y la continuidad de un orden internacional basado en reglas.
El interrogante más importante se plantea obviamente en los Estados Unidos, el principal aliado militar y financiero de los ucranianos, especialmente después de lo acontecido en Venezuela. Y más ahora, cuando la irrupción de Kamala Harris como candidata a presidente por los demócratas pone en duda la certeza del triunfo de Trump, líder de un partido aislacionista que quiere reducir la política exterior a la defensa de Israel y a la contraofensiva a China.
Recordemos que, para analizar y actuar en el mundo, la partitura de Trump siempre ha sido marcadamente empresarial. Es de la naturaleza de este candidato hacer negocios, y no tanto celebrar tratados. Así, en caso de ser elegido, debería usar los 175.000 millones de dólares inyectados en Ucrania como arma negociadora. Para forzar a Kiev a sentarse a la mesa con los rusos, bajo pena de cortar los fondos. Para obligar igualmente a los rusos a comparecer, bajo pena de continuar financiando a Ucrania.
Pero esto ni siquiera representa un punto particularmente sensible, dado que la historia está llena de simulacros de negociaciones que poco o nada produjeron. El problema es que, para convencer a las opiniones públicas y a los medios, cualquier espectáculo diplomático tendrá que producir al menos un principio de acuerdo. Y los términos en los que el equipo de Trump estaría trabajando van completamente en contra de la acción de Occidente en los últimos años, ya que implicarían la pérdida de territorio ucraniano y el no ingreso del país en la OTAN. Pensemos en una imagen futbolística: sería como si el jugador más poderoso en el campo del equipo occidental comenzara, de repente, a patear contra su propio arco.
La elección del candidato republicano a vicepresidente también fue recibida con cautela en Europa, mientras que motivó palabras de agrado en Moscú. No es una cuestión menor, dado que en el primer mandato de Trump su vicepresidente Mike Pence fue el principal interlocutor con los poderes europeos. El nombre de J. D. Vance fue descrito por diplomáticos europeos como “un desastre para Ucrania”, recordando por ejemplo que, cuando asistió como senador a la Conferencia de Seguridad de Múnich, se negó a participar en una reunión con Zelensky porque, palabras del propio Vance, “no iba a aprender nada nuevo”.
Los vientos europeos tampoco parecen soplar a favor de la causa ucraniana. La gran favorita para ganar las elecciones presidenciales francesas de 2027, Marine Le Pen, ha dejado de lado las medidas rusófilas que tradicionalmente formaban parte de su programa nacionalista. Sin embargo, ya ha dejado claro que no apoya las ideas de Macron sobre Ucrania, rechazando con particular vehemencia la posibilidad de enviar tropas para combatir.
La solución para la guerra solo puede ser política. Y sin avances determinantes en el campo de batalla, puede llegar antes de lo esperado y cambiar las expectativas de aquellos que anticipaban otra guerra larga, sin vencidos ni vencedores. Ahora, atención a la historia: una paz que capitula ante los intereses beligerantes nunca es una paz duradera. La posición de la Argentina con relación a Ucrania será una decisión que navega entre el respaldo que el presidente Milei ha expresado a Zelensky y la empatía con Trump en caso de que se convierta en noviembre en el sucesor de Biden.ß
Politólogo, secretario general PDP y exembajador en Portugal