Kicillof y los próceres proscriptos
Distorsionar la historia era hasta hace poco un pertinaz hábito kirchnerista basado en carencias propias. Pero ahora cualquiera acomoda el pasado según conveniencia, apuro y gustos. El uso político de la historia, claro, existe desde tiempos inmemoriales, lo que se expandió es la precariedad, la liviandad de las revisiones. O las invenciones.
Milei dijo al asumir que en la época del Centenario la Argentina era la primera potencia mundial (acaso le sonaría pobre sólo recordar que figuraba entre los ocho primeros países). Victoria Villarruel de repente pasó por Madrid y, amnésica de la Triple A y de las desapariciones ocurridas durante aquel gobierno, se le ocurrió reivindicar a Isabel Perón, a quien días después le hizo hacer un busto. La presentó casi como una cruza santa de Churchill y Mandela. Tiempo después Milei desmintió que Alfonsín fuera el padre de la democracia. En realidad se trató de “un golpista” que derrocó a De la Rúa, aseguró, casualmente para celebrar el 30 de octubre, Día de la Recuperación de la Democracia.
Pues bien, ahora Axel Kicillof dice que a Cristina Kirchner la quieren proscribir como a Frondizi, Yrigoyen, San Martín, Rosas y Perón, a los que citó en ese orden. Más extraño fue el dato, destinado a explicar los porqués, de que “casi todos” ellos eran peronistas. Referencia certera, al cabo, en dos de seis (Perón y Cristina Kirchner), un tercio de la muestra. Las estadísticas nunca fueron el fuerte del economista que gobierna la provincia de Buenos Aires, quien como ministro de Economía resultó inolvidable. Seguramente por varias décadas.
Conviene detenerse en este aporte suyo de los seis próceres proscriptos porque, bien o mal, anticipa la música que el peronismo se dispone a remixar para hacerle frente en la calle a la sentencia de la Cámara de Casación. Aunque ya pasaron más de cincuenta años desde que el peronismo dejó de estar proscripto, el resabio victimológico se sirve recalentado en la mesa que lo solicite. Menem pasó un par de años diciéndose proscripto porque no le dejaban colar las piruetas estrambóticas que inventaba Rodolfo Barra para conseguir “la re-re”. Cristina Kirchner, aun pudiendo ser candidata a lo que fuere, se declara a su vez proscripta porque la juzgaron y condenaron debido a que direccionó fondos nacionales para la obra pública en favor de Lázaro Báez. Las proscripciones modernas por lo menos son más extravagantes que las de antaño: cuando se autopercibieron proscriptos, Menem era presidente de la Nación y Cristina Kirchner vicepresidenta.
El 6 de diciembre de 2022, al conocerse el fallo por la causa Vialidad, ella, muy nerviosa, hizo un discurso por televisión en el que no pudo respaldar con datos su declamada proscripción. Anunció entonces que no sería candidata “a nada”: lo justificó diciendo que no quería someter al peronismo a ser maltratado por culpa suya. Sin embargo, en previsión de la sentencia de Casación ahora hizo todo lo contrario, se puso a sí misma, formalmente, al frente del peronismo.
De la caótica batalla doméstica por la presidencia del PJ, Kicillof se retiró con la cola entre las piernas. Enseguida sintió que estaba sobrestockeado, debía purgar la sumisión atrasada. A lo mejor la obsecuencia urgente fue lo que lo obligó a saltearse el rigor histórico en sus comentarios.
La comparación con San Martín ni siquiera es original. Repite anteriores profanaciones de la memoria del Padre de la Patria realizadas por los aparatos de propaganda kirchneristas. Solventados con fondos del Estado hasta hubo videos destinados a exaltar las coincidencias de San Martín con Néstor Kirchner, una de las cuales, por lo menos, está fuera de toda discusión: nacieron el mismo día.
San Martín se fue a Londres en 1824 en forma voluntaria y si bien es conocida su desazón en el ostracismo, donde tuvo padecimientos económicos, no parece muy respetuoso compararlo con una política millonaria juzgada y condenada por quedarse con dineros públicos.
Lo de Juan Manuel de Rosas no es menos absurdo. Hay que tener en cuenta que cada vez que Kicillof, originariamente un marxista descafeinado, levanta la vista en su despacho, se topa con un enorme cuadro que él mismo hizo colgar: desde la pintura le clava la mirada su predecesor más célebre, acreedor originario de los superpoderes, líder anterior a la república que terminó su larga carrera autocrática en la batalla más grande del siglo XIX, Caseros. Comparar la era de las carretas y la vida de un caudillo que detestaba las constituciones con la democracia del siglo XXI sólo es posible en la cabeza de Kicillof, donde la historia se representa como una cinta continua de lucha entre los buenos y los malos de siempre. Kicillof no se acuerda de Sarmiento, de Alberdi ni de otros perseguidos y exiliados del rosismo. Mucho menos de la Mazorca, de la despiadada violencia contra los “salvajes unitarios” ni de que todavía faltaba más de medio siglo para el sufragio universal, secreto y obligatorio. Alude, se supone, a la condena a muerte contra Rosas en ausencia -mientras el Restaurador estaba en el exilio de Southampton que duraría un cuarto de siglo-, y al antirosismo de exclusión que recién sería liquidado por Menem en 1989, cuando repatrió los restos.
A Menem, curiosamente, el gobernador no lo incluye en su lista de gloriosos proscriptos equiparables con Cristina Kirchner, pese a su triple condición de peronista, preso durante más de dos años por la dictadura y, sobre todo, ex presidente perseguido por la Justicia por delitos de corrupción, resguardado varios años, todo igual que ella, en una banca del Senado. El cristinismo suele alternar dos victimizaciones para responder políticamente a los problemas judiciales de Cristina Kirchner. Una es la proscripción y la otra, el “lawfare”, imaginaria revancha mediático-judicial de los poderes concentrados. Alguien debería explicar alguna vez por qué misterio la proscripción castiga a ambos ex presidentes peronistas acusados de cometer delitos de corrupción, pero el “lawfare” a Menem no lo afecta, sólo se la agarra con ella.
Kicillof intercala a Hipólito Yrigoyen, el primer presidente derrocado por un golpe de estado, golpe del cual -el gobernador debería saberlo- participó el capitán Juan Domingo Perón (aunque después dijo que estaba arrepentido). Más aún, el 6 de septiembre de 1930 fue el sábado que Perón conoció la Casa Rosada. Arribó, según lo prueba una fotografía tomada por un reportero gráfico de LA NACION llamado Domingo Bronzini, caminando al lado del auto descapotable que llevaba al primer dictador, el general fascista José Félix Uriburu. A Yrigoyen, que padeció el asalto y saqueo de su casa de la calle Brasil, Uriburu lo metió preso en sucesivos barcos. Fue presionado mediante amenazas de fusilamiento, le armaron una causa judicial y le dictaron la prisión preventiva, para llevarlo finalmente a Martín García, donde pasó detenido casi un año y medio. Rechazó el indulto que le quiso dar Uriburu, su salud se deterioró y falleció menos de tres años después de haber sido derrocado. Pero tal vez Kicillof no reparó en el detalle de que se trataba de una dictadura militar, lo cual vuelve absurda la comparación con Cristina Kirchner, perseguida penalmente por jueces de la Constitución, muchos de los cuales fueron designados por ella y por su marido.
La proscripción sufrida por Marcelo T. de Alvear (que desencadenó la abstención del radicalismo) a Kiciloff no le interesó, quizás porque Alvear no era del “campo popular”; su mención podría perturbar el ordenado mundo del gobernador, donde los perseguidos invariablemente son los buenos. En cuanto a Perón, quien no sólo persiguió opositores sino también a algunos propios (como Cipriano Reyes o Domingo Mercante), no hay duda de que fue proscripto, tanto él como el peronismo. Además de una injusticia, un error histórico enormemente oneroso. En 1972, lo de su probable candidatura presidencial, cuando Lanusse le exigió retornar al país antes del 25 de agosto y Perón decidió hacerlo el 17 de noviembre, requeriría tal vez una discusión más fina para definir si hubo allí una proscripción o una pulseada entre dos generales sin ningún ganador.
Más polémica es la inclusión de Frondizi en la selecta lista de Kicillof, no porque los militares no le hubieran hecho la vida imposible mientras gobernó y no lo hubieran tenido preso (otra vez en Martin García) hasta 1963, sino por el papel que desempeñó el peronismo, como víctima y a la vez como victimario, en esos cuatro años de gobierno desarrollista. ¿Qué tiene que ver la suerte de Cristina Kirchner con la de Frondizi, quien acabó atenazado por los insufribles planteos de las Fuerzas Armadas y las desestabilizaciones ordenadas por Perón desde Madrid para llevar adelante la “Resistencia”?
Como el móvil de Kicillof no pasaba por honrar la verdad histórica sino por recuperar el cariño de Cristina Kirchner después de amagar enfrentarla (antes lo lograron Sergio Massa y Alberto Fernández, por qué no se esperanzaría él), en su búsqueda de presidentes peronistas perseguidos omitió a Isabel Perón, la heroína recuperada por Victoria Villarruel.
Aldous Huxley dijo: “quizás la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”. Hay algo peor. Cuando la historia se convierte en un insumo acrítico de la cotidianeidad política.