Keith Jarrett: un mundo en sus manos
A 50 años del comienzo de su larga serie de discos solistas, la obra del creador de The Köln Concert no deja de asombrar
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El viaje había sido malo y la comida, en un restaurant de pastas suizo, peor. Acompañado del productor Manfred Eicher, quien a bordo de su Renault R4 de época lo conducía de concierto en concierto, Keith Jarrett llegó a Colonia totalmente trasnochado, agotado y aquejado de un notorio dolor de espalda. Sin embargo, lo peor estaba por venir: en vez del acordado piano Bosendorfer 290 Imperial, los operadores del teatro Opera House de Colonia (pocas ciudades quedarían tan asociadas a un disco, a un libro, a cualquier hecho cultural en el siglo XX) subieron al escenario, por error, un instrumento de cuarto de cola, sufrido, mal afinado y de agudos inservibles. El desenlace no auguraba nada bueno. Pero no fue así: Jarrett se limitó a ciertas alturas del piano e improvisó con inusitada intensidad. Ofreció, tempranamente en su carrera, una hora y seis minutos de música improvisada envuelta en un pathos de trance, desborde y genio. Acaso jamás la frase “habrá que improvisar’', tantas veces repetida ante una eventualidad, fue tan idéntica y paradójicamente tan distinta a su significado original. Los apenas 1500 concurrentes al concierto de ese 24 de enero de 1975 fueron testigos de la grabación en vivo de un disco hoy ya mítico que lleva vendidas más de cuatro millones de copias: el álbum de solo piano más exitoso de la historia. Así, la conocida frase sobre el festival más famoso del mundo (”si recuerdas Woodstock es que no estuviste ahí”) bien vale para The Köln Concert, uno de los discos de jazz más importantes de la historia y un fenómeno que trasciende el género. Más que una grabación, el perfume de una época envuelto en esa tapa blanca con una foto en la que se ve el perfil del piano y al músico encorvado, con la cabeza reclinada hacia él, los ojos cerrados y las manos sobre la teclas, en pleno viaje.
Más allá de la tradición de los discos de piano solo en el jazz, acaso “la hora cero’' global de la última revolución de estos discos en el género haya empezado cuatro años antes del estallido silencioso de Colonia. Este año, cuando se celebren los 50 años de la grabación de Facing You (disco que fue editado a principios de 1972), el mundo recordará tres cosas que no son mera memorabilia: la edición del primer disco de piano solo de Jarrett, su primer álbum producido por Manfred Eicher y, al fin, el primero de una larga, extraordinaria y enciclopédica tradición de discos editados en el sello ECM.
Grabado en un estudio, algo que Jarrett evitaría a toda costa desde ese momento para optar por los discos en vivo, Facing You fue registrado en Oslo en medio de una gira con Miles Davis, y marca el comienzo de su discografía con todos los signos de lo que sería considerado jarrettiano. El pianista venía de acompañar a Davis en una gira europea con un repertorio que seguía causando revoluciones en el jazz: Bitches Brew e In a Silent Way. En este último se revelaría esa erótica silente que distinguiría al sello ECM junto a su eslogan, ’'el sonido más hermoso después del silencio’' y los cinco primeros segundos de silencio que distinguen todas sus grabaciones. Como demostraría de manera accidentada en The Koln Concert, nacido de una estética de la privación y el error, también en Facing You anida ese espíritu que Miles resumió en una máxima: ’'No toques lo que sabes, toca lo que no sabes’'. Ted Gioia, autor de Historia del jazz y Cómo escuchar jazz, escribió sobre el disco: “Aquí, desde la primera composición, Keith Jarrett anuncia una nueva era de la música de teclado de jazz. Incluso hoy, décadas después, podemos escuchar las repercusiones en los estilos de piano contemporáneos. Jarrett ayudó a dar forma a un nuevo lenguaje para la música improvisada, demostró las maravillas de su concepción y tacto, exploró caminos novedosos de desarrollo temático y recalibró los roles de la mano izquierda y derecha en el piano jazz, todo en el transcurso de una actuación de 10 minutos. Aquí a los 26 años había llegado, no un joven prodigio del jazz, sino un artista maduro que traza el futuro”.
Desde un primer momento Jarrett apostaba al dictum de su socio y productor que lo acompañaría toda la vida, Manfred Eicher, fundador de ECM: hay dos tipos de música, la escrita y la improvisada. Jarrett lo tomó en cuenta y de algún modo lo desplegó de manera muy clara con discos de solo piano, grabaciones en trío dedicados a standards del American Songbook (en sus comienzos, con una formación europea y otra americana) y álbumes dedicados a compositores clásicos como Bach, Mozart o Handel. Pese a la reconocida parquedad del pianista, su rechazo a dar entrevistas y sus retos al público para que guarde absoluto silencio mientras toca, luego de sus conciertos siempre hay lugar para estas palabras: “Thank you, Manfred Eicher.”
Luego de Facing You, con Solo Concerts: Bremen/Lausanne comenzaba una serie de discos grabados en ciudades. Como si el estilo ornamental, abstracto, fuera también una obra de arquitectura, un sistema para incorporar a la música los accidentes, los errores y la espontaneidad. O como dijo Peter Behrens, principal influencia de la Bauhaus: “Menos es más’'. De allí en más, The Sun Bear Concerts en varias ciudades de Japón, Viena Concert, Paris/London: Testament o Rio, en la ciudad de la bossa nova. Esto también incluye su disco estúpidamente no bien recibido por la crítica, The Melody at Night With You, el álbum de su recuperación luego de sufrir fatiga crónica. Comienza con “I loves you, Porgy”, en una version que, junto con la de Nina Simone, está entre las más delicadas del standard de Gershwin.
El reciente Keith Jarrett. Una biografía (Libros del Kultrum), del crítico alemán Wolfgang Sandner, ofrece el ensayo definitivo sobre el proceso creador del músico. Sandner explica allí el impacto de un disco de piano solo como Radiance, grabado en vivo en Tokio, de la siguiente manera: ’'Quien quiera escuchar obras de Debussy y Scriabin nunca compuestas por Debussy y Scriabin, quien en las cascadas de staccatos de Cecil Taylor haya extrañado el núcleo melodioso, quien lamente que Bill Evans ya esté muerto y que Lennie Tristano solo haya compuesto un mambo y un réquiem para Charlie Parker, quienes crean que el poderoso tono de piano de Prokofiev es aún susceptible de intensificación… quien busque todo eso y quizás aún mucho más, lo encontrará en Radiance, que es al mismo tiempo un compendio del cosmos jarretiano’'.
El cosmos jarrettiano, al fin, es también el universo de la música toda o al menos de gran parte de ella. Hacedor de una música que bien podría reclamar la Unesco como patrimonio de la humanidad moderna, sin culpas folklóricas (al fin y al cabo, el sello ECM refundó el concepto mercantil de World Music, haciendo grabar, por ejemplo, al bandoneonista salteño Dino Saluzzi con el trompetista Enrico Rava).
En su ensayo sobre la pintura “La balsa de la medusa”, de Gericault, Julian Barnes da una clase magistral de crítica estética al enumerar no lo que plasmó el pintor, sino lo que evitó, los lugares comunes que rechazó. Y lo explica en términos de géneros. En la descripción de la tragedia del naufragio, Gericault, según Barnes, no fue “político, teatral, sentimental, documental o simbólico”. Jarrett también es un artista del “no”. A pesar de haber comenzado a grabar en compañías discográficas grandes (Atlantic, Columbia, Impulse!) eligió un pequeño y recién nacido sello alemán, padre del concepto de “indie”. Se rehusó a grabar en estudios de grabación o a realizar los hoy tan mentados featurings (contar con otro artista que colabore para potenciar un disco) manteniendo los mismos partenaires (Jack DeJohnette y Gary Peacock) durante casi cuatro décadas. Pero cuando tuvo que decir sí al piano equivocado, lo hizo. Y hoy disfrutamos de más de 100 discos de jazz o improvisación y música clásica, entre el monólogo (piano solo) y la conversación (su trío). Su sonido se distingue en un mundo de barullos y susurros. Y, más allá de los accidentes cerebrovasculares que parecen haberlo alejado de los escenarios, su largo viaje discográfico, lejos de detener su marcha, continúa maravillando en un bis de asombro siempre renovado.