Kazimir Malevich. La vanguardia al extremo
EN FUNDACION PROA. La primera retrospectiva de este artista en América Latina permitirá acercarse a una obra que une experimentación formal e inquietud por lo trascendente
Muy citado y poco comprendido, Kazimir Malevich fue el creador y líder del suprematismo ruso y ejerció una enorme influencia entre quienes creen que el arte es un instrumento de crecimiento espiritual, y también entre los minimalistas y conceptuales que buscaron alcanzar el grado cero de la creación. El 13 de agosto, Fundación Proa presentará su primera retrospectiva en América Latina.
Abstracción vs. realismo
Nació en 1878, en Kiev, en el seno de una familia de polacos emigrados. Estudió en una escuela de agricultura y a los 26 años se mudó a Moscú para estudiar arte. Después de experimentar lenguajes como el cubismo, el futurismo o el neoprimitivismo, llegó a la conclusión de que “reproducir los objetos y los reducidos lugares de la naturaleza es lo mismo que cuando un ladrón está entusiasmado con sus grilletes”. En 1915 editó dos libros que funcionaron como manifiestos del suprematismo: Del cubismo y el futurismo al suprematismo y El mundo no objetivo. Recibió con beneplácito la revolución rusa de 1917 y tuvo cargos oficiales en el área de la educación artística, pero los problemas para el genio de la abstracción comenzaron cuando Lenin les pidió a los artistas que se orientaran hacia un arte realista que glorificara a los obreros, los campesinos y los héroes de la revolución. Con Stalin la situación empeoró. “No puedo elogiar las obras de los expresionistas, futuristas, cubistas y otros ismos, no los entiendo, no me gustan”, afirmó sin empacho el líder comunista. Malevich no tuvo otra opción que volver a la figuración, pero debió renunciar como funcionario. Sus obras quedaron encerradas en los depósitos de museos soviéticos. Murió de cáncer en 1935, a los 57 años, en presencia de su madre, su esposa y su hija.
Pura sensibilidad
“Por suprematismo entiendo la supremacía de la sensibilidad pura en las artes figurativas”, afirmó en sus escritos. Rechazaba tanto la función utilitaria como la representación gráfica, ya que proclamaba “la expresión suprema del sentimiento, sin buscar valores prácticos ni ideas ni la tierra prometida”. El suprematismo plantea una “gramática básica”: los cuadros suprematistas se construirán a partir de figuras geométricas y una paleta reducida al blanco, el negro, el azul, el amarillo, el rojo y el verde.
El rincón
En la muestra 0.10 de 1915, en la galería Dobichina de San Petersburgo, Malevich presenta 39 obras “no objetivas”. Ubicó su Cuadrado negro sobre fondo blanco en la parte superior de un rincón, justo debajo del techo, levemente inclinado hacia abajo. Justamente en los rincones de la casa es donde los rusos ortodoxos suelen ubicar sus altares domésticos. Malevich era consciente de esta decisión: quería investir su Cuadrado de cierto grado de sacralidad.
Cuadrado negro
Cuadrado negro sobre fondo blanco, de 1913, se convertiría en la obra fundamental y distintiva de Malevich. Es un óleo sobre tela de 80 x 80 centímetros, que sintetiza los postulados del suprematismo. La síntesis de la formas geométricas alude –entre otras interpretaciones– al principio ontológico del ser y no ser, lo manifestado y lo no manifestado, la vida y la muerte, y todos los opuestos complementarios asociados. El blanco es la suma óptica de todos los colores y el negro, su ausencia. En muchas tradiciones, ambos expresaron la dualidad del universo, tal como se verifica en el taijitu, el círculo negro y blanco que representa el yin y el yang en el taoísmo. El damero de cuadrados negros y blancos también simboliza esta alternancia de opuestos; aparece tanto en ritos iniciáticos hindúes como en templos masónicos. El indo-británico Anish Kapoor entendió el misterio del negro desde sus primeras obras y lo interpreta como el misterio insondable del origen. En la Argentina, Matilde Marín y Horacio Zabala, entre otros, han homenajeado en sus obras la geometría sagrada del ruso.
Desmaterializar
Cuadrado blanco sobre fondo blanco data de 1918 y es un óleo sobre tela de 80 x 80 centímetros. Suele entenderse como una vuelta de tuerca más ajustada de la no objetividad proclamada por Malevich. En cierta manera, pretende llegar al grado cero de la obra de arte al generar –según su autor– un sentimiento en el espectador mediante los elementos más básicos. Los matices del blanco son sutiles y apenas se distingue un cuadrado levemente desplazado en diagonal. La obra se convertiría en la piedra angular de lo que la teórica Lucy Lippard llamaría la “desmaterialización de la obra de arte”, un concepto presente entre los minimalistas de los años 60 y los conceptualistas de los 70. En los últimos años, el alemán Wolfgang Laib recobró el sentido místico de esta obra con sus “piedras de leche”, en un acto performático que consistía en volcar todos los días un litro de leche sobre una placa de mármol blanco levemente cóncava. La obra se convierte en una especie de altar blanco sobre blanco.
Otro estado de conciencia
Entre los amigos más cercanos de Malevich estaba el poeta Aleksei Kruchenykh, que postulaba una revolución en la conciencia humana; un cambio físico que llevaría esa conciencia a un estado semejante al que alcanzan los yoguis. Kruchenykh desarrolló el concepto de lenguaje zaum (“más allá de la razón”), que sería la manifestación externa de ese cambio de conciencia. Un nivel superior de entendimiento idéntico al samadhi, que en yoga fue definido por Swami Vivekananda como “un estado de superconciencia más allá de la razón”. Malevich estaba al tanto de estos pensamientos. Veía en el arte un camino para la transformación personal y en la eliminación de la figuración un medio para expandir la receptividad. Así como el yogui aspira al estado de pura conciencia –entendida como el cese de fluctuaciones superficiales de la mente–, el pintor alcanza el mismo estado al eliminar la figuración. Malevich también conocía muy bien las ideas del escritor esotérico Piotr D. Ouspenski. En 1912 publicó Teritum organum, obra que plantea la relación entre la cuarta dimensión y la conciencia; intentaba sintetizar el legado de Kant con los descubrimientos de la física moderna. Muchos de los diagramas de Ouspenski subyacen detrás de las abstracciones geométricas de las composiciones suprematistas.