Karel Capek, gran profeta inesperado
El famoso escritor checo no solo inventó la palabra robot; también predijo en los años treinta una pandemia similar a la de hoy
En La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag profetizaba la capacidad de anticipación que hoy demuestra tener una de las obras teatrales del gran escritor checo Karel Capek: "Sus ironías no son un esbozo improbable de una catástrofe médica en la moderna sociedad de masas". Aunque muchos mencionan por estos días La peste, de Albert Camus, La enfermedad blanca, el drama en tres actos de Capek al que se refiere Sontag en su ensayo, parece estar hablando, justamente, de lo que sucede en la actualidad.
Alcanza con repasar algunos pasajes de esa obra y agregarle solamente la palabra "Covid-19": "Aquí y allá, los periódicos están causando sensacionalismo –se lee en la pieza–. Y, se sabe, apenas se resfrían, las personas imaginan que ya tienen la enfermedad". "En China, señor, casi todos los años surge una nueva enfermedad interesante, eso es lo que hace la miseria; pero ninguna ha tenido tanta trascendencia como la enfermedad de la que todos hablan estos días, que hasta la fecha ya ha matado a cinco millones de personas".
Publicada en 1937, La enfermedad blanca (que fue traducida en su momento) muestra el enorme desconcierto que genera una afección imaginaria proveniente de China que, por su alto nivel de contagio, se expande a lo largo de todo el mundo y resulta letal para los mayores de cincuenta años. Aunque los síntomas del también llamado Síndrome de Cheng (nombre del médico de un hospital de Pekín que lo descubrió) parecen tener más que ver con la lepra que con el coronavirus, todo lo que sucede a medida que se va abriendo paso tiene demasiadas semejanzas con nuestra realidad: las idas y vueltas del Estado para combatir la pandemia, la arrogancia de quienes se creen inmunes al contagio "porque ya no estamos en la Edad Media", la manipulación de los medios que ansían el impacto más que la noticia, los terribles momentos en que irrumpe lo real y los casos "abstractos" empiezan a alcanzar a los seres queridos, las especulaciones en el ámbito de la salud y hasta esa típica usina de teorías conspirativas que lanzan los que, ante cualquier noticia, no hacen más que decir "viste que te dije que…", por no mencionar la discriminación que padecen los contagiados, a quienes, en la obra de Capek, se planea aislar en campos de concentración.
La enfermedad también despierta todo tipo de miserias entre pares: al hablar sobre una vecina que acaba de contraer la enfermedad, una mujer le propone a los suyos llevarle al menos un plato de sopa para paliar su aislamiento. Pero su marido no se muestra muy de acuerdo: "¡Solo atrévete! ¡Es contagioso! ¡Tú y tu corazón blando! Eso significaría traer la peste a nuestro hogar y contagiar a toda la familia. Es más, deberíamos desinfectar nuestro corredor con algo".
Tampoco faltan, por supuesto, las elucubraciones xenófobas, como la que ese mismo padre de familia obsesionado con la enfermedad le plantea a su mujer al enterarse por los diarios que la peste proviene de Asia: "¿No te he dicho siempre que deberíamos convertir China en una colonia europea para poner un poco de orden en esos lugares atrasados que aún sufren hambre, miseria y falta de higiene?".
Karel Capek nació en 1890 y es uno de los escritores checos más importantes de la historia. Claro que también es conocido a nivel mundial por la obra de teatro R.U.R. (donde junto con su hermano Josef utilizan por primera vez la palabra "robot") y La guerra de las salamandras, una novela alegórica que, en cierta forma, inaugura en su país la ciencia ficción y a la que también suele atribuirse cierta condición profética porque anticipa, casi con lujo de detalle, lo que venía insinuando por entonces la irrupción de Hitler al poder, la propagación del fascismo y la escasa lucidez para contrarrestarlo.
Pero Karel Capek es de esos escritores geniales que reúnen una obra tan extensa como contundente. Si bien hay mucho traducido al español, en la Argentina algunos de sus trabajos más importantes aún no se conocen lo suficiente: por ejemplo, esa obra maestra que es Cuentos de un bolsillo y otro bolsillo, relatos breves casi periodísticos y verdaderamente hipnóticos sobre pequeños impostores, grafólogos, videntes y hasta poetas que protagonizan enrevesados casos policiales.
Lo mismo sucede con este drama en tres actos que, bajo el título de La enfermedad blanca, también fue escrito al calor del nazismo: tiene lugar en un país en pleno desarrollo armamentista que busca expandir sus fronteras de la mano de su Mariscal, personaje con poder absoluto que se refiere a sí mismo como dictador.
En el otro extremo de la pieza está el doctor Galén, un hombre tímido y hasta un poco ingenuo pero noble, íntegro y lleno de buenas intenciones que, en el fragor de la batalla médica, logra dar con la cura de la enfermedad y se contacta con el influyente profesor Sigelius para poder desarrollarla en su clínica.
Sigelius, una especie de mercenario de la salud que a todo el mundo le da solo tres minutos de tiempo para entrevistarlo y les dice a los periodistas lo que tienen que escribir, al principio no le cree. Pero luego se entera de que Galén fue asistente de su suegro y fundador de la clínica que ahora él dirige y, cuando comprueba que lo que plantea es cierto, intenta apropiarse de la fórmula.
Como si se tratara de la fórmula de una famosa gaseosa, Sigelius intenta engañar a Galén para acceder él mismo a la cura de la enfermedad con el objetivo de acrecentar la fama de su institución y congraciarse con el Mariscal, a quien haciendo uso de una comparación remanida entre organismos y países le agradece haber eliminado "la epidemia de la anarquía, la libertad bárbara, la lepra de la corrupción y esa plaga de decadencia social que había debilitado nuestro país".
Pero apenas Sigelius tiene un segundo de distracción, luego de vanagloriarse de haber controlado él mismo "la enfermedad más peligrosa de la historia, incluso peor que la peste bubónica", el doctor Galén aprovecha una rueda de prensa para informar que solo va a hacer uso del remedio si todos los mandatarios del mundo firman un acuerdo de paz que erradique para siempre las guerras.
Y a pesar de que los periodistas se burlan de su reclamo, él redobla la apuesta y les asegura que, hasta que eso no suceda, solo se limitará a atender a pacientes extremadamente pobres.
Además de aprietes y ofertas absurdas, esa decisión que el director de la clínica califica como "utópico chantaje digno de esa otra plaga que es el pacifismo" genera situaciones irrisorias: un alto funcionario, por ejemplo, se disfraza de pobre para acceder al tratamiento y aquel padre de familia adicto a las noticias, y al que venían de ofrecerle un importante ascenso en la empresa de armas más grande del país, decide no sumarse al pedido de paz para no poner en riesgo su trabajo, aun cuando eso signifique que el doctor se niegue a curar a su mujer.
La obra tuvo varias representaciones en el Teatro Nacional de Praga y, curiosamente, una de las más exitosas fue la última, que se realizó en 1980. Pero tal vez alcanzó aún más trascendencia su adaptación cinematográfica de 1937, actuada y dirigida por el prolífico realizador Hugo Haas, quien además colaboró en el guión junto al propio Karel Capek. La película es bastante parecida al original aunque aporta un final menos desesperanzador que el de la obra.
A pesar de que la irrupción del coronavirus parece resignificarlo todo, el poder profético de la buena literatura suele darse a múltiples niveles. De hecho, según el director de los teatros municipales de Praga Michal Docekal "se trataba sobre todo de una obra profundamente política ya que todos podían leer en el personaje del Mariscal a Hitler y en el del doctor Galén la resistencia democrática contra el totalitarismo, en particular contra los nazis, una propuesta valiente con la que Capek podría decirse que se jugó la vida".
En efecto, Capek murió justo en la Navidad de 1938, a los cuarenta y ocho años. Pero no a manos de los fascistas, sino de una neumonía desencadenada por el virus de la influenza y también, probablemente, por culpa de su pálpito acerca de lo que terminaría sucediendo tan solo tres mes es después, cuando los nazis invadieron Checoslovaquia y la historia se dispuso a imitar sus ficciones.