Kant, dos siglos después
Por Osvaldo Guariglia Para LA NACION
El 12 de febrero de 1804 a las 11, según cuenta su amigo y biógrafo Wasianski, dejó de existir Immanuel Kant, en la misma ciudad donde había nacido, Könisberg, una de las más importantes del reino de Prusia, anexada después de 1945 a Rusia con el nombre de Kaliningrado. Faltaba apenas un par de meses para que cumpliera los 80 años, edad poco frecuente en ese tiempo.
Durante su larga vida, Kant completó una obra filosófica sin paralelo en la época moderna, por su amplitud y originalidad. Su influencia en Alemania fue enorme durante la última etapa de su vida y en las primeras décadas tras su muerte, pero hacia 1830 la brecha que él había abierto en la antigua fortaleza del absolutismo metafísico estaba nuevamente cerrada por quienes, irónicamente, se proclamaban sus herederos. Sólo en el último cuarto del siglo XIX reaparece la filosofía kantiana en el centro del debate filosófico, bajo la consigna lanzada por F. A. Lange, "Regresemos a Kant", como reacción a los aires mefíticos que el idealismo especulativo había esparcido por las universidades alemanas durante medio siglo.
Hermann Cohen es el filósofo al que, principalmente, se debe el haber hecho accesible para quienes se estaban formando a principios del siglo XX el intrincado pensamiento de Kant y sus enormes consecuencias para la fundamentación del conocimiento científico, ético, jurídico y político.
La influencia del neokantismo en Alemania a comienzos del siglo XX fue grande, hasta que las circunstancias políticas adversas, a partir de la toma del poder por el nazismo, forzaron a sus filósofos más destacados al silencio o al exilio. El pensamiento kantiano se extendió por otros países. Popper -en Austria primero y, luego, en Inglaterra- desarrolló una versión propia de la filosofía crítica, el realismo crítico, que transformó la epistemología de la ciencia natural y abrió el camino para la nueva filosofía de la ciencia; Paton y Ross, en el Reino Unido, retomaron la discusión y el comentario de las grandes obras kantianas sobre ética. A ellos se sumó Beck, en los Estados Unidos. A partir de 1971, el gran filósofo norteamericano John Rawls, recientemente fallecido, reanudó la corriente del pensamiento sistemático que reclama un origen kantiano en filosofía moral y política, con su monumental Teoría de la justicia , que concluiría 30 años más tarde con la extensión de su teoría liberal de la justicia al ámbito internacional, en la huella de La paz perpetua , de Kant.
Basta esta breve reseña de la profunda influencia que el pensamiento del gran ilustrado ha tenido en los 200 años transcurridos desde su muerte para cimentar la convicción de que con Kant comienza verdaderamente la filosofía contemporánea, puesto que todos los interrogantes de un pensamiento posmetafísico están ya presentes en su obra y encuentran allí un esbozo racional de respuesta.
No es sorprendente que todas las reacciones contra una razón crítica, provengan de reliquias de la vieja metafísica dogmática o del relativismo posmoderno, hayan hecho de Kant su blanco preferido. Que este año el mundo entero se disponga a conmemorar el doble centenario de su muerte demuestra cuán inocuos han sido esos esfuerzos.
El autor es doctor en filosofía.