Juntos por el Cambio: ¿algo más que un rotundo no?
Si puede ser más fácil llegar que mantenerse, lo verdaderamente difícil es regresar después de haber sido obligado a dejar el poder, en castigo por gobernar mal.
Oficialismo y oposición pasaron por el mismo camino, aunque sus orígenes distintos, sus métodos dispares y sus ideas enfrentadas hayan colaborado a agigantar las diferencias que, es habitual, alimentan los sistemas políticos bifrontes.
El kirchnerismo, nave insignia de la resignada flota peronista, ya pasó por el mismo ciclo que ahora trata de completar Juntos por el Cambio, su contraparte.
Cristina facilitó la llegada de Mauricio Macri, y luego fue el derrape del creador de Pro el que rehabilitó a la actual vicepresidenta. Es ahora ella la que empezó a intentar evitar un nuevo hundimiento del gobierno que inventó e integra.
Ese naufragio llevaría al fondo del mar su proyecto de extensión de la dinastía familiar de presidentes, una vez que se acepte que la distancia que Cristina Kirchner trata de poner respecto de Alberto Fernández nunca la despegará por completo.
Ese círculo no es otra cosa que una espiral que gira hacia abajo si, apartados de gustos y preferencias, se revisan los indicadores sociales y económicos de la Argentina. El país se encoge y la pobreza se extiende como resultado de esa rotación fracasada.
"Muchos de los dirigentes de Juntos por el Cambio creen que su única función consiste en evitar que la Argentina sea una autocracia como Venezuela"
Fue advertido por intelectuales y dicho de mil maneras: el derrumbe incluye una peligrosa deriva hacia la autocracia. Todo ocurre en medio de una silenciosa indiferencia apenas interrumpida por algún grito de advertencia callejera, o peor, con el aval de amplios sectores políticos que poco menos que celebran la recuperación de viejos hábitos dictatoriales encubiertos por discursos sobre falsas revoluciones.
Por paradójico y a la vez desgraciado que resulte, la asfixia del sistema de libertades elementales es funcional al ejercicio del trabajo opositor. Muchos de los dirigentes de Juntos por el Cambio creen que su única función consiste en evitar que la Argentina sea una autocracia como Venezuela o una dictadura como Cuba.
Esa reducción permite construir una épica para la lucha política con un formato inverso al famoso relato kirchnerista con sus teorías conspirativas y con versiones delirantes del pasado. Es cómodo pensarse parte de una barrera al autoritarismo. Y, desde esa perspectiva, medir la diferencia entre autocracia y democracia por el número de legisladores que permite o impide la formación del quórum en las cámaras del Congreso.
Ese concepto se resume en el bélico “no pasarán” usado en varios conflictos del siglo pasado. Pero, si se mira con un ojo un poco más crítico, apenas si remeda algo así como una virtual Zanja de Alsina usada como un recurso más defensivo que efectivo, más simbólico que real.
Para Juntos por el Cambio la clave de su futuro podría estar en cómo se piensa en este presente. Por ahora parece plantado como valla para evitar la autocracia, lo que no es poco ni innecesario. Pero puede ser insuficiente.
A ese lugar el frente opositor fue llevado por las movilizaciones que siguieron a su salida del poder, encabezadas por sus votantes sin más organización ni guía que la voluntad de expresar una reacción. Aquellos banderazos fueron contra la amenaza expuesta que el kirchnerismo plantea a cada momento contra la independencia de la Justicia, el derecho a la educación o la erradicación de la idea de la propiedad privada.
¿El destino de Juntos por el Cambio es ahora mantener la esencia de los banderazos como un punto de llegada o como un punto de partida? En la respuesta a esa pregunta puede estar la clave del sentido de sus próximos pasos.
"Mauricio Macri está pagando el precio de su derrota y Horacio Rodríguez Larreta avanza hacia el reconocimiento de una jefatura para la que viene trabajando desde hace años"
Mirar hoy la geografía opositora es también recorrer un territorio estremecido por la tensión de un cambio de liderazgo que se expresa en el trabajoso armado de listas para las elecciones legislativas.
Mauricio Macri está pagando el precio de su derrota y Horacio Rodríguez Larreta avanza hacia el reconocimiento de una jefatura para la que viene trabajando desde hace años. A su vez, el radicalismo cree haber encontrado la posibilidad de renegociar el acuerdo con sus socios mayoritarios instalando figuras reconocidas por el público que parecen más votables al frente de sus listas de candidatos.
Sería mucho pedir definiciones profundas cuando en la superficie se decide si hay un nuevo jefe y se reconfiguran las relaciones de fuerza interpartidarias. Es difícil, pero por complejo que resulte, si desea en verdad regresar al poder es inevitable que Juntos por el Cambio salga de sus conflictos y empiece a responder dilemas instalados detrás de la barrera defensiva.
Con lo que tiene hoy alcanza para ser la principal fuerza opositora. Lo que necesita para gobernar es bastante más que eso. Y no se trata solo de sumar votos en esta instancia, sino de generar las condiciones para tener respaldo electoral a partir de una serie extensa de acuerdos políticos, consensos permanentes y explicaciones precisas sobre qué hacer para detener la acumulación de gobiernos que fracasan.
Es la diferencia entre tratar de evitar que algo pase y trabajar para que algo cambie. Es la distancia entre un rotundo no y un sí convencido.