Juntos por el Cambio se aleja del debate económico
Con una respuesta escéptica por parte de los agentes económicos, el Gobierno convocó a trabajadores y empresarios a una negociación que, de acuerdo con la abundante historia inflacionaria argentina y la experiencia internacional, requiere para funcionar un programa macroeconómico sistemático, consistente y fundamentalmente creíble que influya en las expectativas y cuente con un sólido respaldo político. Es decir, de esos tres componentes esenciales (programa, consenso político y acuerdo corporativo) el oficialismo propone, al menos hasta ahora, solamente uno y, para peor, advierte de antemano que no pondrá techo a los reclamos de aumentos salariales, puesto que pretende que los sueldos, vapuleados desde el derrape cambiario de 2018, se recuperen al menos parcialmente para fomentar el consumo y, gracias a eso, sus chances electorales. Aquel escepticismo no resulta, entonces, en absoluto infundado.
Curiosamente, la principal fuerza de oposición no solo fue ignorada en todo el proceso, sino que permanece silenciosa frente a este nuevo paso en falso de la gestión Fernández, que tiene como principal objetivo evitar un descalabro que impacte de manera decisiva en las preferencias de los votantes: un potencial nuevo salto en el tipo de cambio tendría consecuencias catastróficas para el FdT
Curiosamente, la principal fuerza de oposición no solo fue ignorada en todo el proceso, sino que permanece silenciosa frente a este nuevo paso en falso de la gestión Fernández, que tiene como principal objetivo evitar un descalabro que impacte de manera decisiva en las preferencias de los votantes: un potencial nuevo salto en el tipo de cambio tendría consecuencias catastróficas para el FdT. Con un anacrónico dispositivo de cepos, controles e intervencionismo extremo (incluyendo la masiva venta de títulos en dólares que rinden casi un 17% en un contexto global de extraordinaria liquidez para apaciguar temporalmente al mercado cambiario), el Presidente pretende llegar como sea a las elecciones con la expectativa de lograr un resultado decoroso, aunque no está claro con qué porcentaje de los votos se sentiría satisfecho y si en el Instituto Patria quedarían complacidos con ese eventual desempeño.
Sin embargo, lo más notable es que Juntos por el Cambio prefiera continuar autoexcluyéndose de este debate, en especial considerando que enfrenta hacia la derecha una creciente competencia por parte de los grupos liberales/libertarios que, aunque fragmentados, ponen énfasis precisamente en cuestiones de índole económica. Además, podría surgir otra vez una oferta electoral en torno a Roberto Lavagna que busque desde el centro del espectro político instalar una visión crítica de las dos principales coaliciones.
Dados los típicos horizontes egoístas y de cortísimo plazo que predominan en la política argentina, al parecer nadie piensa en los serios costos que esta enclenque iniciativa puede generar. Si "sale bien" y posterga las inevitables correcciones, se habrá pateado un grave problema para más adelante. De lo contrario, viviremos en este crucial año electoral, cuando aún no terminamos de salir de la pandemia (dado el paquidérmico ritmo de vacunación por incomprensibles dificultades de abastecimiento), otro desgarrador capítulo de esta larga crisis económica que explotó en abril de 2018 y aún no logramos (ni intentamos) discontinuar. De cualquier modo, se perpetúa nuestra decadencia casi secular. El país resulta cada vez menos atractivo para la inversión productiva y se aleja de manera continua de la senda del desarrollo equitativo y sustentable.
Llama la atención que en esta mezcla de voluntarismo estatista y negación de la realidad, en un contexto de ausencia casi absoluta de pensamiento estratégico, el Presidente y sus colaboradores consideren que, al margen de la eventual efectividad que estas medidas podrían llegar a tener durante el corriente año, resulta utópico suponer que puede evitarse antes de las elecciones presidenciales de 2023 el efecto negativo derivado de postergar los groseros desequilibrios que caracterizan la actual coyuntura: un déficit fiscal gigantesco aun para nuestra funesta tradición en la materia (de alrededor del 8,5 por ciento del PBI), una inflación que, proyectando los índices de los últimos meses, superará con creces el 50% anual, una crónica falta de reservas consecuencia de la crisis de confianza que el propio Gobierno se encarga a diario de alimentar, un escasísimo nivel de inversión y, como consecuencia, una actividad económica claramente peor que el promedio regional.
¿Tiene sentido arriesgar tanto durante 2021 si el corolario de demorar estas correcciones macroeconómicas puede ser determinante de cara al proceso de sucesión presidencial? Tal vez el más apropiado para contestar este interrogante sea Mauricio Macri, cuya carrera política quedó trunca por cometer el error de suponer, entre 2015 y 2017, que era posible y deseable diferir lo inevitable. El anglicismo "procrastinación" sintetiza muchos de los comportamientos de la elite política vernácula: posponer o aplazar tareas, deberes y responsabilidades por otras actividades más gratificantes aunque irrelevantes. ¿De qué sirven las victorias electorales de mitad de mandato si terminan siendo "pírricas"? Apostar todo a un "buen resultado" puede ser, de nuevo, la receta para un desastre.
Tal vez eso justifique el silencio de JxC: paciencia estratégica hasta que derrapen los que aún pueden criticar por el fracaso económico de la gestión de Macri. La principal coalición de oposición prefiere carecer de una narrativa clara, creíble y articulada que le permita superar el reciente trauma y la consecuente derrota de 2019. Aunque tampoco expresó hasta ahora una autocrítica, al menos pública, que le permita recobrar credibilidad por parte de su electorado y capitalizar las inocultables deficiencias que evidencia esta cuarta encarnación del kirchnerismo. Algo parecido le pasó a la UCR luego de los terribles fracasos de 1989 y 2001, con la diferencia de que Menem desde 1991 y Kirchner entre 2003 y 2007 generaban un efecto disuasivo gracias a la estabilidad y la recuperación del crecimiento. En esta oportunidad, por el contrario, el FdT ofrece enormes inconsistencias que una oposición inesperadamente magnánima prefiere ignorar. Que Macri haya decidido concentrar en la educación el foco de su trabajo como expresidente es otra muestra de la incomodidad que la coalición que supo liderar hasta hace poco tiene aún en torno de la cuestión económica.
Es cierto que Hernán Lacunza cada tanto opina con tino y experiencia. Y que el diputado Luciano Laspina logró intervenciones destacadas en el Congreso. Su colega Alfredo Cornejo tiene una creciente presencia en los medios y no ahorra adjetivos críticos. Patricia Bullrich suele ser más cauta en un tema que no maneja con la soltura que muestra con la inseguridad y las cuestiones institucionales. En su retorno a la política activa, Elisa Carrió pone el énfasis en las áreas en las que históricamente apalancó su liderazgo –la economía nunca fue para ella prioritaria, aunque supo rodearse de expertos reconocidos, como Alfonso Prat-Gay–. Horacio Rodríguez Larreta tiene la oportunidad de hacer una diferencia. Evalúa sus tiempos y los ejes sobre los cuales desarrollar una nueva narrativa, que aún no tiene del todo definida. Revisa con rigurosidad la historia y quiere nutrirse de la visión y la experiencia de quienes han tomado decisiones críticas en el pasado. Los tiempos de maduración de los liderazgos no siempre coinciden con las urgencias de un país que sigue a la deriva y que, a pesar de las extraordinarias condiciones externas, puede volver a naufragar.