Juan Villoro."Si juegas limpio, estás fuera de la democracia mexicana"
Abiertamente involucrado en la realidad de su país, el escritor defiende el poder de la palabra frente a las tragedias y las angustias políticas. La lectura, asegura, es un "remedio para desolados"
Pocos días después del sismo del 19 de septiembre del año pasado, el mexicano Juan Villoro publicó un poema, "El puño en alto", que se convirtió en un extraordinario fenómeno viral en las redes sociales. Villoro no es poeta, pero sus versos resonaron en todo el país y lograron que miles de personas golpeadas por la catástrofe se identificaran con aquel que los llamaba a resurgir de entre las ruinas. La cultura tomaba la palabra y mostraba un camino alternativo para enfrentar el desastre.
Aquel gesto del autor de El testigo (Premio Herralde de Novela 2004) hoy cobra un nuevo valor porque México no ha dejado de atravesar horas difíciles. Esta misma semana, las autoridades del estado de Jalisco anunciaron que los tres estudiantes de Guadalajara que permanecían desaparecidos desde el 19 de marzo fueron asesinados por el cartel Jalisco Nueva Generación y posteriormente disueltos en ácido, para que sus cuerpos no se encontraran jamás. La elección presidencial del próximo 1 de julio ha dividido a la sociedad y el líder en las encuestas, el candidato izquierdista Andrés Manuel López Obrador, ha sumado a su campaña a políticos y sindicalistas cuyo pasado contradice su promesa de combatir la corrupción. La violencia campea impune por la mayoría de los estados del país y las amenazas del vecino Donald Trump oscurecen la posibilidad de un futuro mejor. Pero el efecto de "El puño en alto" indica que las ruinas nunca son definitivas.
En la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Villoro participará en dos mesas: una, el 5 de mayo, sobre la poética del fútbol; otra, el 6 de mayo, sobre los sucesos de 1968 en Francia y en México. Viene a la Argentina con uno de sus mejores libros bajo el brazo, la notable colección de ensayos literarios La utilidad del deseo (Anagrama), en la que analiza las visiones de Peter Handke, somete a juicio el contrapunto entre verdad y mentira en la obra de Gabriel García Márquez y ausculta las cartas de Julio Cortázar, Manuel Puig y Juan Carlos Onetti, entre otros asuntos ligados a autores como Karl Kraus, Nikolai Gogol y Ramón López Velarde. A su manera, el libro es una prolongación de los también notables Efectos personales y De eso se trata, con los que compone una trilogía de reflexión estética que lo instala como uno de los grandes ensayistas literarios en lengua española. Un autor que, a la hora de pensar en influencias, se ve a sí mismo en contacto permanente con la cultura argentina. "Cuando estudié sociología, mi director de tesis fue Federico Nebbia, argentino que había estudiado en Harvard con Talcott Parsons -revela-. En México trabajé en un periódico dirigido por Miguel Bonasso, donde había tantos argentinos que les decíamos ?los inevitables'. Con Caparrós escribí un libro que recoge una correspondencia sobre fútbol, Ida y vuelta. Y todo eso llega hasta anoche, cuando cené con el actor Daniel Giménez Cacho, protagonista de Zama, y con quien pasé buen rato hablando del cine de Lucrecia Martel. La cultura argentina definitivamente es ?inevitable' para mí".
Además de las relaciones personales que te unen a la Argentina, ¿tu obra tiene vínculos con nuestra literatura?
Lo que yo puedo decir es que, en mi adolescencia, algunos autores del Río de la Plata se convirtieron en figuras decisivas. Borges, Bioy, Roberto Arlt y los uruguayos Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti cumplieron para mí un papel semejante al que Alfonso Reyes cumplió para el propio Borges y para Bioy. Eran una especie de "tribunal de la lengua"; si dudabas sobre si algo podía ser dicho o no, había que consultarlos.
La literatura rioplatense convertida en autoridad...
Así es. Luego, el Cortázar cuentista me llevó a algo parecido a la idolatría y en compañía de un amigo memoricé cuentos suyos enteros. Llegamos a leer Rayuela como un libro de autoayuda, tratando de imitar a los personajes. Ya a partir de los años 90, tuve la suerte de ser amigo de Ricardo Piglia, que convirtió la conversación en algo tan importante como sus libros. Recientemente he leído con interés a Samanta Schweblin y Mariana Enriquez, y el teatro de Rafael Spregelburd. El vínculo es fuerte y se mantiene con el paso de los años.
Tu último libro es el ensayo La utilidad del deseo. ¿Qué sientes que te permite este registro?
A ver. Nabokov decía que la prueba más certera del efecto estético consiste en sentir un escalofrío en el espinazo. Como sabemos, el placer de la lectura es misterioso, pero también explorable. Ensayar es la oportunidad de descubrir por qué te gusta algo. Digamos que el ensayo es el arte de razonar escalofríos.
En tu caso, sin embargo, se parecería más al arte de razonar pasiones.
Bueno, las pasiones exigen ser compartidas y eso te lleva a buscar otro lector para lo que estás discutiendo. Porque es casi imposible que algo te fascine en secreto, ¿no?
¿Qué te llevó a ti, que no eres poeta, a escribir un poema como "El puño en alto"?
Hace unos diez años armamos un video con el fotógrafo Paolo Gasparini donde él muestra sus imágenes, en distintos ritmos, como un tahúr que enseña sus cartas y pide que prestes más atención a unas, repite otras y destaca algún detalle. Para ese video escribí un texto leído en off que busca ser el monólogo interior de las imágenes. No las describe; de algún modo, "piensa por ellas". El proyecto se llama Letanías del polvo, y esas palabras buscan el tono de reiterada salmodia de la letanía. "El puño en alto" es algo parecido. No lo pensé como un poema. Debía entregar mi columna dos días después del terremoto y solo podía pensar en lo que había pasado.
¿No quisiste escribir lo que te había pasado a ti?
No, me pareció banal contar mi experiencia ante tantas otras experiencias y tampoco tenía una clave para descifrar lo sucedido. Quería registrar el gesto más importante de esa hora. Los brigadistas, que buscaban cuerpos entre los escombros, levantaban un puño para que se hiciera silencio y tratar de oír si alguien vivía bajo las ruinas. Ese momento, que debería extenderse a otras zonas de la vida, resumía lo que estábamos sintiendo. Supongo que mi texto responde más a un género sísmico que a uno literario: es una "réplica", similar a las sacudidas posteriores a un terremoto.
Tu afinidad con el movimiento zapatista es muy conocida. ¿Qué valoras del EZLN?
Es difícil no pensar en la historia de México como la historia de un despojo. Las tierras comunales fueron privatizadas y la reforma agraria que se hizo después de la Revolución no siguió un criterio de productividad agrícola ni de reapropiación colectiva de la tierra, sino uno totalmente demagógico. "Nos han dado la tierra", el cuento en el que Juan Rulfo muestra a unos campesinos que reciben un arenal como recompensa, exhibe esta situación. Esa pérdida de las tierras comunales también significó el ataque a formas de convivencia extraordinarias. A pesar de todo esto, los pueblos originarios han mantenido gestiones comunales y han podido defender la naturaleza y la biodiversidad en los pocos espacios que tienen. El 1° de enero de 1994, día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, los zapatistas se sublevaron para demostrar que no éramos un ansiado país del "primer mundo", sino una tierra de discriminaciones y quebrantos.
Pero ¿ese zapatismo de 1994 está vigente hoy?
Lo que yo he visto es que, a lo largo de más de veinte años, los zapatistas han demostrado tener una imaginación y una capacidad de resistencia sin precedentes. En un país como México, donde los partidos políticos entienden su tarea como un negocio, donde los problemas no se resuelven sino que se administran, donde el narcoestado ha convertido el territorio en una gigantesca necrópolis, donde la vida de una mujer vale menos que la de un hombre, donde las mineras canadienses contaminan los ríos, donde se exportan maderas finas a cambio de juguetes chinos, la propuesta zapatista es un oasis de dignidad. Y lo más significativo es que no se trata de una utopía: asombrosamente, otro modo de convivencia existe entre nosotros y está presente en las regiones organizativas de las comunidades autónomas que ellos gobiernan y llaman "caracoles".
En esta misma línea de apoyo al zapatismo, te comprometiste a favor de la candidatura presidencial de María de Jesús Patricio, Marichuy, indígena que finalmente no pudo participar en la carrera por el poder porque no alcanzó suficiente cantidad de firmas para su registro (requisito exigido a los candidatos sin afiliación a partidos). ¿Qué lecciones deja esta experiencia?
Marichuy logró reunir cerca de 300 mil firmas y recorrió 26 de los 32 estados del país. Por primera vez, comunidades que no se habían tocado entraron en contacto y pudieron establecer un diagnóstico común de lo que sucede en México. El objetivo principal no era participar en la ensuciada democracia mexicana, sino iniciar un movimiento desde abajo con las experiencias de los pueblos originarios.
¿Por qué su candidatura no reunió los apoyos necesarios?
Para empezar, las firmas se tenían que recabar a través de una aplicación en un teléfono celular que cuesta tres salarios mínimos. ¡En un país con 50 millones de pobres! Obviamente era un recurso discriminatorio. Aun así, se empezó a visibilizar a los pueblos indios y se dio una insólita prueba de decencia. Según datos oficiales, el 94% de las firmas recogidas por Marichuy fueron válidas. En cambio, los demás candidatos presentaron firmas falsas. La que menos trampa hizo, la independiente Margarita Zavala, reunió un 35% de firmas simuladas. La lección, o el mensaje, es claro: si juegas limpio, estás fuera de la democracia mexicana.
¿Entonces, qué conviene hacer?
Hay que transitar a formas de democracia más directas. En las comunidades indígenas nadie se postula a sí mismo como candidato; es el colectivo social el que le pide a alguien que lo represente, a partir de lo que conocen de él o de ella. Luego le dan la oportunidad, no de hacer proselitismo, sino de explicar por qué no podría aceptar el encargo. Por otra parte, allí rara vez se hacen votaciones rápidas. Ese "abuso de la estadística", como decía Borges, divide a la gente. En cambio, el consenso une a la asamblea; requiere de una discusión ardua, pero más fructífera. Son prácticas que no se dan en Marte, sino en Chiapas u Oaxaca.
El reciente encarcelamiento de Lula da Silva en Brasil parece dar por terminado el capítulo de cierto modelo de izquierda en el continente. ¿Adónde crees que conduce ese final?
Los gobiernos de esa izquierda más simbólica que real le dieron respiración artificial al capitalismo, en la medida en que frenaron ciertas contradicciones y evitaron confrontaciones mayores. Con Lula, la pobreza extrema disminuyó en Brasil, pero los ricos no dejaron de ganar. Ese proyecto suavizaba la crisis del capitalismo e incorporaba a millones al mercado interno. La paradoja es que el responsable de este logro conciliador, que tiene una popularidad superior al 30%, está en la cárcel, mientras su verdugo, que nunca fue electo y tiene una aceptación máxima del 2%, gobierna el país. Una señal del despojo total al que nos encaminamos, ajeno a la voluntad popular.
En estos tiempos de angustias políticas, ¿sueles acudir a algún libro en particular en busca de consuelo o iluminación?
No a algo en particular, sino al hábito en general. La lectura es un remedio para desolados. Alguna vez dije que se parece mucho al paracaidismo: en situaciones normales solo unos cuantos atrevidos la practican, pero en las emergencias te salvan la vida. De Mafalda a "La tierra baldía", abre ventanas que también son espejos. Es la "utopía portátil" que quería Piglia.
Para terminar con algo menos deprimente que la política, hablemos de fútbol. ¿Es verdad que una vez le diste una charla técnica al equipo de tus amores, el Necaxa?
Bueno, sería muy pretencioso decir que mis palabras fueron "técnicas". El equipo había subido a primera división luego de una larga estancia en la segunda. Pero no ganaba nunca y ese día enfrentaba a Xolos, de Tijuana, que era el líder del torneo. Yo había ido a verlos y el entrenador me pidió que les dijera algo a los jugadores. Había una crisis de confianza y en vez de hablar del triunfo me limité a darles las gracias por lo que ya habían hecho.
¿La literatura te ayudó?
En realidad les hablé del pasado para que se sintieran parte de él, pero sobre todo les hablé de mi propio pasado como hincha. Supongo que hablé como el niño de seis años que decidió, por primera vez y para siempre, que sus colores serían esos. Esa noche quedaron 1-1. Para responder a tu pregunta, diría que la literatura produce más empates que victorias.