Juan Martín del Potro: la gloria de haber sido y el dolor de ya no ser
El tandilense volvió a competir después de 965 días, revolucionó el ATP de Buenos Aires y emocionó, pero su actuación fue una decepción para los que añoraban su antigua estampa
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Juan Martín del Potro es el mejor tenista argentino de la historia después de Guillermo Vilas, el poeta que popularizó el arte de las raquetas en nuestro país (y en la región). Campeón de un Gran Slam (US Open 2009), doble medallista olímpico (bronce en Londres 2012 y plata en Río de Janeiro 2016) y figura en la obtención de la Copa Davis (2016), se sienta a la mesa de las leyendas del deporte nacional. Sin competir desde junio de 2019 y después de atravesar un período oscuro con cuatro cirugías de rodilla, volvió a jugar el martes pasado (tras 965 días). El escenario (el court central del Buenos Aires Lawn Tennis Club) y el torneo (el Argentina Open, donde sólo había actuado en 2006, en el despertar de su carrera) terminaron de redondear una efervescente expresión popular que superó todo lo vivido, inclusive, en la aparición de Rafa Nadal en el certamen porteño 2016.
Del Potro había empezado a agitar el mundillo del tenis en septiembre. De visita en Flushing Meadows para pelotear con John McEnroe y cumplir con compromiso comerciales, aventuró que finalmente su retorno podría producirse en Buenos Aires, un terreno muy poco moldeado por sus raquetazos. De inmediato, la compañía propietaria del torneo (Tennium, con sede central en Barcelona) puso en funcionamiento su maquinaria para tratar de llegar a un acuerdo. La expectativa se disparó. La ansiedad creció (también en el jugador, que hasta último momento se sintió indeciso por su pierna). Cuando el lunes 31 del mes pasado el ATP porteño confirmó que el ex N° 3 del ranking jugaría el main draw, se sacudió el ambiente tenístico. La web de la empresa expendedora de entradas colapsó. El departamento de prensa, que había cerrado el período de acreditaciones, empezó a recibir nuevos pedidos. Uno tras otro; de aquí y del exterior. Fue el preludio de lo que sucedería con el certamen en marcha.
Tras la conflictiva final perdida de la Copa Davis 2008 ante España en Mar del Plata y por sugerencia de su entorno familiar, la comunicación de Del Potro dejó de desarrollarse con fluidez. Sus silencios, acertijos e inseguridades (más allá de su natural perfil reservado), muchas veces lo perjudicaron. Él mismo lo reconoció en diciembre de 2012, cuando dejó temporalmente la Davis. “Hay veces que debería hablar más (…) Estoy trabajando para el año que viene, para que todos estemos más tranquilos y contentos”, aseveró, pero nunca terminó de liberarse ni optimizar esa área. Las lesiones también lo llevaron a aislarse. Y así siguió.
El miércoles 2 de febrero, a cinco días del comienzo del ATP, Del Potro apareció en el BALTC para entrenarse. Lo hizo de noche, ante la sorpresa de un puñadito de testigos. Regresó a los días siguientes y se filtraron videos, pero el personal de seguridad empezó a blindarlo más y a poner límites, volviendo más hermético el estadio mientras practicaba el actual 753°.
A medida que se fue acercando el debut, la euforia fue trepando niveles altísimos. Trabajar en el BALTC con Del Potro todavía con vida en el torneo aseguró ver a espectadores apiñados contra los portones de la calle Agustín Méndez, frente a los lagos de Palermo, en busca de una foto o autógrafo del hombre nacido en Tandil hace 33 años. En las pocas veces que sus dos metros se dejaron observar en los sectores públicos del club se desataron escenas de histeria, cual si fuera una estrella de rock.
El martes por la tarde, antes del partido contra Federico Delbonis, el pasillo que vincula el vestuario con las canchas de práctica fue invadido por periodistas, dirigentes y curiosos advertidos que por allí transitaría Juan Martín para hacer la entrada en calor. También fue parte del paisaje el equipo que filma un documental sobre su rehabilitación. Fue una escena no apta para claustrofóbicos.
Antes de que Del Potro ratificara su presencia, la venta de entradas (con aforo del 100%) llevaba buen ritmo. Pero la confirmación potenció todo. Unos 4950 espectadores poblaron la Catedral del tenis el martes por la noche. Filas infinitas serpentearon los pasillos. Su presencia fue un impacto y provocó un efecto en cadena, aumentando la demanda y logrando que en casi todas las noches se agotaran las localidades. La organización proyecta que este domingo, tras la final, unas 59.400 personas habrán pasado en total durante la semana, una cifra que no se alcanzaba desde 2008, en tiempos de la Legión (con David Nalbandian campeón).
Hubo 200 acreditados de prensa el día de su partido. Medios nacionales e internacionales (como la agencia de noticias china Xinhua) narraron cada detalle. Hasta canales de TV, imposibilitados de transmitir los partidos por una cuestión de derechos, hicieron móviles desde un balcón del club colocado especialmente para observar las prácticas. Del Potro no brindó entrevistas individuales. Habló dos veces en rueda de prensa, antes y después de su debut, con discursos llenos de melancolía.
Su rápida eliminación fue una decepción para los que añoraban su antigua estampa. El torneo siguió adelante sin él, claro, pero el público de tenis se quedó con un sabor agridulce. La función quedó impregnada en una disyuntiva filosófica: no se puede ser y haber sido. Del Potro, un tenista grandioso, sabrá si hizo bien en mostrar una versión tan disminuida.