Juan Carlos Crespi, el sindicalista que construyó una trama de política, negocios y fútbol
Histórico dirigente gremial del petróleo, vivió de cerca los vaivenes de YPF; como vicepresidente de Boca, pelea por el poder en la AFA
"Hace 50 años que trabajo. Ya estoy para jubilarme y no creo que tenga nada interesante para contar", dice Juan Carlos Crespi, seco y enigmático. Crespi es tal vez hoy más conocido por sus cargos jerárquicos en el club Boca Juniors y en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) que por su larga trayectoria en el sindicato de petroleros estatales.
Esa parte de su vida metaforiza quizá los estrechos nexos entre el fútbol y la política. Pero, en realidad, su vida es una trama aún mucho más compleja: entrelaza poder y negocios, con un protagonismo directo en la privatización y en la reestatización de YPF. Perteneció, además, a una casta de dirigentes sindicales que se le plantó a la dictadura militar y que hoy, a casi cuatro décadas, continúa firme en el control de sus organizaciones.
Crespi ingresó en YPF con 16 años como ascensorista en el mítico edificio de Diagonal Norte. Encerrado en el elevador, en alguno de los cientos de viajes que hacía por día, escuchó allí por primera vez el nombre de Diego Sebastián Ibáñez, el histórico hombre fuerte del Sindicato Unidos Petroleros e Hidrocarburíferos (SUPeH). Siete años más tarde se conocieron personalmente, cuando Crespi era delegado gremial del SUPeH en la Capital Federal.
A Ibáñez, junto con el metalúrgico Lorenzo Miguel, le gustaba entonces adoctrinar a jóvenes con inquietudes gremiales. Ibáñez forjó a Hugo Moyano, cuando el actual jefe de los camioneros aún no había abandonado Mar del Plata. También al ex jefe de la CGT Rodolfo Daer, entre otros tantos. Entre ellos, estaba Crespi.
De ascensorista pasó a ser la sombra de Ibáñez, uno de los sindicalistas más poderosos que hubo entre los 70 y los 90. Tan influyente era Ibáñez que el empresario Alfredo Yabrán llegó a darle 2 millones de dólares en un bolso para pagar el rescate de su hijo Guillermo, secuestrado -y luego asesinado- en 1990.
Crespi abandonó el conventillo en el que vivía en el barrio de La Boca para instalarse en Mar del Plata, cerca de Ibáñez. Su habilidad con la pelota de fútbol le abrió otra oportunidad en tierras marplatenses: jugó durante dos temporadas como zaguero en el club Talleres, cuya presidenta era la esposa de su jefe. En la cancha se ganó el apodo de "Carozo", por chico aunque también por duro.
Con la confianza y el respaldo absoluto de Ibáñez, Crespi escaló en YPF como en el sindicato. En la empresa dejó de ser ascensorista y fue trasladado a los yacimientos. Mientras, en el SUPeH alcanzó la cima de la seccional Capital y es hoy el número dos de la federación, detrás de Antonio Cassia.
Entre Ibáñez y Grondona
"Mi vida está marcada por dos tipos: Ibáñez y Grondona", suele repetir Crespi. De la mano del primero construyó su poder gremial y económico, los cuales están todavía intactos. Mientras que con el aval del legendario ex presidente de la AFA se abrió camino entre la dirigencia del fútbol, en donde su influencia está cada vez más amenazada tras la muerte del caudillo de Sarandí.
Con el SUPeH intervenido por los militares, Ibáñez fue uno de los artífices de la primera huelga sindical en contra de la dictadura. El gran convocante, en realidad, era Saúl Ubaldini. Después de esa protesta, muchos cayeron en prisión. Y Crespi no fue la excepción. Estuvo tres meses preso en Caseros, donde compartió pabellones con Ubaldini, el metalúrgico Hugo Curto y el tabacalero Roberto Digón, con quien se cruzaría más adelante en la política interna de Boca.
Con el regreso de la democracia, los sindicatos recuperaron parte de su poder. En el reparto de cargos electorales, a Crespi le tocó ser aspirante a concejal en la ciudad de Buenos Aires. Y ganó. Accedió al Concejo a través del PJ. Pero su recuerdo no es el mejor. Algo lo frustró. "La falta de códigos", repite con resignación.
Unos meses antes de la llegada de Menem al poder, Ibáñez convocó en la sede central del SUPeH, en Rivadavia al 800, a sus pares de los sindicatos petroleros privados. Les comentó que el plan del presidente electo era privatizar YPF. "Pero el SUPeH no lo va a permitir. La van a pelear, ¿no?", interrumpió el tucumano Julio Miranda, por entonces líder del Sindicato del Petróleo y Gas Privado, luego gobernador de Tucumán, quien hoy recuerda el diálogo. "Tranquilo, «Negro». Los empleados y dirigentes vamos a quedar bien parados. Habrá pago de indemnizaciones y se repartirán acciones", dijo Ibáñez.
Con la privatización de YPF, Crespi fue designado el representante de los trabajadores en el directorio. Fue un premio por su lealtad a Ibáñez. Pero no habría sido el único logro: habría obtenido acciones de diferentes estaciones de servicio que operan hasta hoy. Se le atribuye ser el dueño de una YPF ubicada en Avenida del Libertador y Olleros, en Belgrano, donde vive con uno de sus tres hijos. Hasta se le adjudican inversiones petroleras en el exterior. Crespi lo niega, tajante. Y dice que las estaciones de servicio "son del gremio", administradas a través de la Operadora de Estación de Servicios SA (Opessa).
"Crespi estuvo muy pegado a Menem y apoyó la privatización", afirman dos gremialistas que conocen desde hace años al dirigente de Boca. Cassia, el número uno del SUPeH, en cambio, se niega a hablar de YPF o de los inicios de Crespi. "Crespi y Cassia apoyaron la privatización", asegura el ex secretario de energía de Raúl Alfonsín y ex accionista de YPF Gustavo Calleja. Lo dice en una entrevista con Diego Genoud para el sitio www.lapoliticaonline.com. El argumento está en línea con los que acusan al SUPeH de haber hecho la vista gorda por los despidos en tiempos de la privatización.
Así como se aferró a Ibáñez, Crespi se alineó con Julio Humberto Grondona. El caudillo de la AFA lo ubicó como secretario de Selecciones, un cargo en el que mantiene vínculo directo con los futbolistas. "Soy paritario del SUPeH, así que al jugador no le voy a comer el bolsillo", suele jactarse de la confianza que le tienen los deportistas.
Sin Grondona, su poder en la AFA está en baja. Dejó de representar a Boca en el consejo directivo pese a ser el vicepresidente del club. Su lugar fue ocupado por Daniel Angelici, el presidente. El otro episodio que escenifica su declive fue el cruce mediático que tuvo con Marcelo Tinelli, la máxima amenaza que acecha hoy a los grondonistas. Fue una suerte de choque de estilos: la vieja guardia contra los vanguardistas.
En la política interna de Boca siempre fue un pragmático: se alió con "Coti" Nosiglia para derrotar a Macri. Luego se enroló con el macrista Angelici para evitar la continuidad de Jorge Amor Ameal, impulsado por el kirchnerismo. Ahora, aspira a fortalecer un sector propio, aunque asegura que se está jubilando. En el club, su nombre también salió a la luz en una causa judicial que investigaba a la cúpula de La 12, la barra brava xeneize. Él conoce a los barras. A casi todos.
En diciembre de 2013, con Grondona en vida, Crespi asistió al sorteo del Mundial de Brasil. El azar favoreció a la Argentina con rivales y distancias geográficas. Golpeándose el hombro izquierdo con los dedos índice y mayor derechos, como una señal de gratitud, escenificó un mudo homenaje al peso de su jefe. La vida de Crespi, en definitiva, siempre estuvo guiada por eso: la influencia y el poder.