Juan Carlos Alderete, el piquetero que aprendió a negociar con el poder
Al líder de la Corriente Clasista y Combativa de La Matanza lo han convocado los distintos gobiernos en busca de apoyo para apaciguar el clima social. Hoy enfrenta a los Kirchner y provoca: "¿Ellos, que actúan como lo peor de la derecha, hablan de progresismo?" Juan Pablo Morales LA NACION
A los 14 años, Juan Carlos Alderete quería ser guerrillero. Una mañana del 66 armó un bolso y se escapó de su casa, en las afueras de Salta. No iba a la escuela desde los 9, no entendía nada de política, pero quería ser como el Che. Quería viajar a Cuba.
La aventura terminó en Tucumán. El padre viajó con la policía y lo hizo volver a golpes. "Vos haceme lo que quieras. Pero me voy a ir", amenazaba el joven Alderete, el penúltimo de 9 hijos de un matrimonio que no lo podía dominar, hundido en las deudas por la quiebra de una pequeña constructora.
El joven Alderete insistió. Unos meses después lo dejaron irse. Quería hacer plata y volar a Cuba. Si se hacía imposible, estaba dispuesto a cambiar de destino y convertirse en wing izquierdo profesional. Pero nunca llegó a Cuba. Tampoco fue wing izquierdo. Cuando el tren lo dejó en Buenos Aires, a los 15 años, la aventura se estrelló contra la mala suerte, el hambre y la cárcel.
Hoy, casi 45 años después, destaca en un oficio que ni siquiera existía cuando era chico: el liderazgo piquetero. Un oficio con el que acumuló poder a base de trabajo social, rigidez interna y presión política. Un oficio que lo hizo trascendente en las profundidades de La Matanza durante la crisis de 2001 y que le sirvió para imponer condiciones. Un oficio que perdió influencia con la reactivación, pero que le devolvió notoriedad hace un mes, cuando amenazó con bloquear accesos, tomar ministerios y trompear a intendentes si el Gobierno no lo incluía en su nuevo plan de cooperativas. Desde entonces, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, lo denunció dos veces en 20 días. Y buena parte del Gobierno lo anotó, definitivamente, en la lista de los enemigos.
Pero él se siente cómodo en el conflicto. Como cuando tenía 14 años, aunque hoy tenga la piel dura, le falten dientes y le sobre abdomen.
"Les preocupa que los corramos por izquierda. Que digamos que de progresistas no tienen nada", se ufana cuando le preguntan sobre los Kirchner.
Habla de guerrillas como si hubiera aprendido. Cita a Marx y a Mao, a Lenin y a Trotsky. Dice que todo lo aprendió de sus compañeros maoístas del Partido Comunista Revolucionario (PCR).
"Hoy es un tipo que tiene dos caras. Una cosa es su historia social. Otra, su historia política", suele describir un jefe piquetero que supo ser su aliado. Opiniones casi idénticas repitieron otra media docena de líderes sociales consultados por LA NACION. Y plantearon la misma dicotomía funcionarios que alguna vez lo enfrentaron.
Todos elogian su trabajo social y su militancia de base, sean oficialistas u opositores; la mayoría respeta sus "códigos" para ejercer presión ("Se hace el duro, pero suele dar margen para negociar"), pero con ese mismo énfasis también cuestionan sus "zigzagueos políticos". Los que alguna vez estuvieron a su lado dicen que se deja influir por el "sectarismo" del PCR. Los que lo escucharon desde el Gobierno no le perdonan que, en el afán de acumular poder, haga virar con "pragmatismo" sus "alianzas tácticas". Los radicales antes lo acusaban de ser aliado del peronismo. Hoy el peronismo lo acusa de ser aliado del radicalismo. Y del campo. Alderete contesta con contraataques maximalistas: "Los que se rasgan las vestiduras siempre fueron funcionales al imperialismo".
Pero ese hombre que habla de política ni siquiera pensaba, hace 45 años, en la militancia. La tarde que llegó a Buenos Aires, el 24 de diciembre de 1967, sólo quería encontrar Plaza Italia, su única referencia. Sin plata ni comida, pasó la Nochebuena rogando que amaneciera. Al día siguiente caminó 40 cuadras buscando trabajo, hasta que lo aceptaron como lavacopas en un restaurante de La Paternal. Le dieron casa y comida. Las aceptó como un milagro.
Cuatro años después, en el verano del 71, se pagó sus primeras vacaciones, en Mar del Plata. En la playa conoció a una salteña desesperada, que quería casar a su hija para cobrar una herencia. Descubrió su virtud para negociar: acordó que él daba el "sí" y ella le entregaba un Renault 4, una moto Norton 500 y se hacía cargo del divorcio. El corrió a llamar a los padres para que firmaran una autorización. Tenía 19 años.
Volvió a Buenos Aires en Renault 4, vendió la moto, compró una casa en una villa y consiguió trabajo en la planta lechera de Argenlac. Una tarde, en la fábrica, alguien le habló en serio del Che. Le contó del maoísmo y de la lucha gremial del PCR. Comenzó a organizar fiestas, a hacer asados gremiales, a preparar torneos de fútbol por sección. Terminó armando una agrupación. Lo votaron como delegado cuando cumplió 20 años.
Sistematizó así su clave como dirigente: presionar, negociar y retroceder para volver a presionar. Un estilo que mantiene hasta hoy, y que siempre le generó problemas. Los partidos de izquierda se lo cuestionan: "Se hace el combativo, pero cuando consigue cosas se modera". También lo critican los funcionarios, que dicen sufrir "la coacción amenazante" cuando no lo escuchan. En palabras de un integrante actual del Gabinete: "Te agota que se pase de rosca".
Alderete tomó municipios, cortó rutas, amenazó a caciques y azuzó conflictos. Pero, fiel a su estilo, mientras confrontaba siempre mandaba emisarios a dialogar. Ocurre ahora: Sergio Berni, mano derecha de Alicia Kirchner, y Rafael Follonier, operador de la Casa Rosada, son sólo dos de sus interlocutores.
En público, sin embargo, es implacable. Siempre ataca por izquierda. "Los Kirchner deberían explicar qué hacían durante la dictadura", suele repetir. Busca confrontarlos con su propio pasado: en el 76 Alderete tuvo que irse de Buenos Aires porque la dictadura lo acusaba de robo, extorsión, portación de armas y del secuestro de la madre de un directivo de Ford. Se refugió en la casa de un hermano en Salta. Sólo podía usar el comedor: el resto del día vivía en una cueva entre los cerros. Cuando decidió bajar a la ciudad, seis meses después, trabajó como taxista de prostitutas hasta que una pelea con un policía lo dejó al descubierto. Pasó tres años en el piso 7 de la cárcel de Caseros, soportando la picana, jugando al ajedrez y levantando quiniela entre los presos.
Lo liberaron en diciembre de 1981. Terminó en la casa de otro hermano, en San Justo, La Matanza, la futura cuna de su poder. En el 83 se enteró de que unos vecinos estaban tomando terrenos y se ofreció como negociador. Armó una Junta Vecinal, evitó desalojos a los tiros y obligó al intendente a dialogar.
En la mesa chica
Conoció entonces a Luis D´ Elía, que estaba en un asentamiento cercano. Se hicieorn amigos y aliados. En los 90, mientras crecía la desocupación, descubrieron juntos que la protesta empezaría a girar en torno a un drama nuevo: el hambre. Alderete armó entonces un grupo que sumó a la central sindical del PCR: la Corriente Clasista y Combativa (CCC), de la que hoy es el administrador, tarea por la que cobra, dice, 1800 pesos más viáticos.En 1996 instaló la primera olla popular de La Matanza. Presionó y logró una lista de planes que repartía con disciplina. Implementó los "cuadernos de puntajes". Cada marcha otorgaba puntos a los manifestantes. Había que tener una determinada cantidad para hacerse de bolsones. Después de la entrega, los puntos se borraban y había que seguir marchando para volver a sumar. El hambre multiplicaba los adherentes.
Pero el poder creció después del 99. De la Rúa llegó al Gobierno y Alderete, aliado a D´ Elía, improvisó otra "alianza táctica": se unió a Alberto Balestrini, entonces intendente matancero. Ambos se usaron como factor de poder. Llegó entonces el primer hito piquetero: "El Matanzazo". El primer corte masivo en la ruta 3, en noviembre de 2000. Duró 18 días. Balestrini prestaba su despacho para que los líderes negociaran. En un mes, el grupo pasó de manejar de 3000 a 25.000 planes. Cuando asumió Adolfo Rodríguez Saá, citó a D´ Elía y a Alderete a su despacho. Estuvieron cinco días discutiendo en la Casa Rosada. Hicieron otra "alianza táctica": los planes subieron de 250.000 a 1.500.000. A la semana siguiente, Eduardo Duhalde los llamó a Olivos: "Muchachos, ayúdenme a apagar este incendio". Los planes subieron a 2.000.000.
En 2003, Kirchner también los invitó a la Rosada. Una tarde sonó el teléfono en la casa de Alderete: "Hola, Juan Carlos. Habla el Presidente". Se encontraron a solas antes de fin de año. Kirchner le pidió apoyo. Alderete exigió viviendas y redes de agua corriente. En febrero de 2004, Kirchner volvió a llamarlo: "Quiero ir a tu casa". La CCC armó un acto especial para que anunciara obras.
Fue la última vez que se hablaron como amigos. En el PCR entraron en pánico porque temían que el liderazgo kirchnerista diluyera al partido. Le sugirieron a Alderete que endureciera el discurso. "Con Kirchner sigue habiendo hambre", empezó a repetir. La reactivación le quitó protagonismo y la relación se tensó sin vueltas cuando, en 2008, la CCC apoyó el reclamo del campo. El piquetero pasó a engrosar la lista de traidores.
Varios funcionarios del Gobierno ahora lo acusan de ser "un aliado en las sombras del duhaldismo". Alderete se defiende sólo con críticas -"¿Ellos, que actúan como lo peor de la derecha, hablan de progresismo?"- aunque cada tanto hable con sus contactos oficialistas. El conflicto lo fortalece. Como cuando tenía 14 años y quería viajar a Cuba. Ahora ni piensa en eso. Desde que los Castro son amigos de los Kirchner la isla ya no le interesa más.
© LA NACION
Quién es
Nombre y apellido: Juan Carlos Alderete
Edad: 57
Familia numerosa: Nació el 19 de septiembre de 1952 en Salta. Fue el penúltimo de 9 hijos. El también fue prolífico como padre: se casó tres veces y tiene 7 hijos.
Casi 20 años después: Estuvo preso durante la dictadura hasta 1981. Al ser liberado, no pudo dar con sus dos hijos mayores. No supo nada de ellos por casi 20 años, hasta que lo reconocieron en un programa de TV.