Jóvenes y niños vulnerables ayer, hoy y mañana
Varias veces hemos escuchado -y tal vez usado- la palabra "vulnerable". Es una expresión decidora de una realidad latente en buena parte de la población, y particularmente de los menores de 18 años (niños, niñas, adolescentes, jóvenes), la mitad de los cuales son pobres en nuestro país.
Según un diccionario, vulnerable significa "que puede ser dañado o recibir lesiones, físicas o morales". Es una palabra compuesta que viene del latín vulnus (herida) y abilis (posibilidad). Son sus sinónimos, fragilidad, debilidad, flaqueza...
¿Qué condiciones deben darse para que una persona pueda ser considerada "vulnerable"? La falta de herramientas o capacidades para tener fortalezas ante las dificultades o agresiones. Es resultado de la ausencia de lo esperable y alcanzable por todos, pero que algunos (muchos) no las han logrado en el pasado, y tampoco lo obtienen en el presente. Para ellos el futuro es incierto, tenebroso y hasta clausurado, según los casos.
Las causas son varias y suele haber bastante consenso en el momento de definirlas. Menciono cuatro que están concatenadas y suelen darse de modo simultáneo, algunas o todas: deficiencia nutricional en la infancia, atraso cognitivo, fragilidad familiar, hacinamiento habitacional. Las comento brevemente.
Los estudios científicos coinciden en señalar que los primeros 1000 días de la persona son vitales para su desarrollo. Desde el comienzo del embarazo empieza una carrera para el desarrollo del cerebro. Lo que no se alcanza en estos 1000 días no se recupera. ¿Nunca? Nunca. Es central entonces la atención a la mamá embarazada y el acompañamiento en la alimentación y cuidado de la salud de los niños.
La malnutrición, desnutrición o desarrollo a medio camino traen como consecuencias retrasos cognitivos y dificultad para el pensamiento abstracto. No hay que usar eufemismos como "bajo peso" o "desarrollo diverso" para llamar a las cosas por su nombre, aunque duela. Esto compromete las posibilidades de estudio, de permanencia en el sistema educativo, y por lo tanto de trabajo.
Las fragilidades familiares son un drama serio. Mamás adolescentes o muy jóvenes que vienen de una historia de exclusión, desnutrición y maltrato. Papás desocupados o ausentes. Muchos (papás y mamás) no han concluido ni siquiera la escuela primaria y no pueden acompañar a sus hijos en la tarea escolar. Sabemos cómo reconforta en la niñez dibujar, hacer las cuentas u otra actividad académica con mamá o papá sentados al lado que comunican calorcito en la piel, estímulo para aprender, aliento para no desfallecer.
En cambio, en muchas familias hay gritos, violencia, abuso sexual. Y el hacinamiento. Muchas casas pueden ser descriptas por las "3 p": pequeñas, precarias y pobres. Paredes de chapa, cartón, nylon, bolsas, techos de caña y barro, piso de tierra, una ventana tapada con madera o una frazada... No estoy describiendo fotos, sino lugares concretos que he visitado. Allí moran -me cuesta decir "viven"- dos y hasta tres generaciones, y grupos familiares diversos. Adentro no hay lugar para estudiar, y ni siquiera para jugar. Un dato que me deja perplejo: el 30% de los menores de 18 años comparte colchón para dormir.
Esta condición no aqueja a alguna que otra familia, o a un grupo social reducido. Una parte importante de nuestra sociedad está en condiciones de vulnerabilidad, y casi la mitad de los menores de 18 años. Muchos niños, adolescentes y jóvenes pasan horas, días, semanas en la calle. Se produce un círculo perverso de aburrimiento, sinsentido, droga, delito, más aburrimiento, más sinsentido, más droga... Y sabemos cómo es el final.
¿Y entonces? Se me ocurre que podemos preguntarnos: ¿de quién es el problema? ¿De ellos (los pobres)? ¿De algunos en particular (los políticos, empresarios...)? ¿De todos?
Una persona le preguntó una vez a Jesús para intentar zafar: "¿Quién es mi prójimo?", y la respuesta fue la Parábola del Buen Samaritano: "Andá y obrá de la misma manera". (Lc 10, 37)
El 26 de junio es la fecha establecida por Naciones Unidas como Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas". ¿Y qué significa esto para nosotros?
El problema del crecimiento en el consumo de drogas es de todos, la solución también debe ser de la comunidad. Necesitamos de un Estado que no sea ni abandónico ni sobreprotector, sino que promueva el principio subsidiariedad. Que aliente a quienes están en los territorios (clubes, uniones vecinales, capillas, escuelas...) sin pretender reemplazarlos, promoviendo el trabajo en red.
Entre todos debemos ayudar a las familias a que habiten casas dignas aunque humildes, con camas para cada uno, con cocina. Hace falta también más deporte, más cultura, más fe, más familia, más fraternidad, más afecto.
No por mirar a los pobres dejamos de reconocer que también hay fragilidad en otros sectores sociales con mejor situación económica. Muchos viven con angustia la incertidumbre ante el futuro. Quienes estudian se preguntan si conseguirán trabajo en su profesión. Los jóvenes que trabajan dudan si en algún momento podrán conseguir un empleo mejor y que les permita formar una familia.
En mi corazón resuena que ellos son nuestros. Nos necesitan y los necesitamos.
Arzobispo de San Juan de Cuyo y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Argentina