Jóvenes de Rusia en las universidades de Buenos Aires
En los últimos días mucho se ha hablado sobre el ingreso al país de 10.500 ciudadanas rusas -según cifras oficiales-, muchas de ellas embarazadas. Una caminata por los bosques de Palermo durante el fin de semana, por las inmediaciones de la embajada de la Federación Rusa o cualquier paseo por Buenos Aires y sus alrededores evidencia el notorio incremento de la presencia de ciudadanos de esa nación. Este fenómeno, mayormente resultante directo de la invasión rusa a Ucrania y la consecuente guerra, iniciada el 24 de febrero de 2022, también se manifiesta en otros sectores de las actividades productivas del país.
Diversas investigaciones sobre movilidad estudiantil muestran que al menos la mitad de los alumnos internacionales tiene objetivos extra académicos. Por ejemplo, realizar una experiencia laboral o aprender un nuevo idioma. Independientemente de los motivos, causas u objetivos puntuales de esta inmigración atípica, lo cierto es que al menos seis universidades con sede en la ciudad de Buenos Aires han manifestado en los últimos meses un incremento en el número de consultas por parte de jóvenes rusos interesados en cursar una carrera de grado o posgrado.
Si bien los números son poco significativos en términos absolutos y relativos a los de estudiantes del resto de América Latina -el 95% proviene de la región-, con un promedio de tres o cuatro consultas en los últimos dos meses nos enfrentamos a un fenómeno que hasta hace un año era impensado. La distancia geográfica, las diferencias culturales e idiomáticas entre ambas naciones resultan barreras difíciles de franquear. De hecho, nuestra nación tampoco se beneficia de la afluencia de estudiantes chinos, colectivo que explica a más de uno de los seis millones de extranjeros en instituciones de educación superior alrededor del mundo. En cuanto a la Federación Rusa, sus universidades son importantes receptoras de alumnos extranjeros, principalmente de las repúblicas que alguna vez le dieron forma a la ex Unión Soviética. Sin embargo, según datos de la Unesco, menos de 60.000 alumnos rusos eligen estudiar en otro país.
Este interés por los programas de grado y posgrado queda por ahora en meras consultas, principalmente debido al idioma de enseñanza local. Pocos de los rusos arribados manejan el español con la suficiente fluidez para cursar de manera exitosa toda una carrera universitaria en nuestra lengua. Ocurre que el país no ofrece carreras completas en ningún otro idioma que no sea el español, más allá de la existencia de ciertos cursos que se ofrecen en modalidad bilingüe. Alineada a esta singular inquietud por los programas locales, también se ha detectado un incremento en las consultas por parte de potenciales estudiantes de Medio Oriente y Asia. En estos casos, el idioma nuevamente resulta una barrera.
En 1999 el Proceso de Bolonia dio inicio a una radical transformación de la oferta académica universitaria de la Unión Europea. El objetivo de los Ministerios de Educación de los países miembro fue facilitar el intercambio de estudiantes y adaptar el contenido de los estudios universitarios a las demandas del espacio común europeo. Además de estandarizarse la duración de los programas en los países comunitarios, se creó una sustantiva oferta de posgrados y carreras de grado en inglés. Se posibilitó así la convergencia de ciudadanos de las distintas naciones miembro en una misma aula.
En el casi cuarto de siglo que ha transcurrido desde la puesta en funcionamiento de esta iniciativa europea, el crecimiento en la oferta de programas universitarios en inglés ha sido exponencial. En 2013 se registraban más de 6600 programas de posgrado en inglés y en 2017 se contaba con alrededor de 2900 cursos de grado en esta lengua. Como consecuencia, alrededor de 2,5 millones de estudiantes extranjeros son recepcionados por universidades europeas, equivalente al 40% de la movilidad mundial. América Latina, sumando a todas sus instituciones, apenas supera los 270.000 alumnos internacionales.
La exportación de educación superior -provisión de servicios educativos para estudiantes de otros países- es una industria multimillonaria. Para Australia, uno de los mayores exportadores mundiales, representó en 2019 un ingreso de $18.500 millones de dólares. Así, la universidad australiana se ha convertido en la cuarta industria medida por generación de divisas. El rol del Estado para sacarle provecho a esta industria del conocimiento fue fundamental. La mejora de las instituciones en las posiciones de los rankings internacionales hizo parte del resto.
Si bien las llamadas de potenciales estudiantes rusas a universidades argentinas puedan ser producto de una coyuntura y no constituyan una tendencia a sostenerse en el tiempo, este evento podría muy bien ser aprovechado como una lección para el país. Un estudio del impacto económico realizado por la UBA, dio cuenta de que en 2017 las erogaciones totales de los estudiantes internacionales fueron de más de $121 millones de dólares. Esta cifra consideró el gasto en alojamiento, matrículas, consumo y entretenimiento, y también el gasto de amigos y familiares cuando los visitaban.
Durante buena parte del siglo XX la Argentina fue un gran exportador de cultura. En su momento, las películas costumbristas tangueras fueron bien recibidas en toda América Latina. Con universidades que aún mantienen su prestigio, exportar conocimiento puede convertirse en un activo valioso para un país que, en cuanto a generación de divisas, sigue dependiendo de una lluvia que le permita hacerse de una buena cosecha.
Rabossi, doctor en Educación, profesor del Área de Educación de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella; Markman, directora de Programas Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella