Jorge Macchi. Misterioso pasaje entre dos mundos
Díptico, la instalación realizada con el arquitecto Nicolás Fernández Sanz en la galería Ruth Benzacar, recrea la mítica sede de Florida 1000
“Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a otra.” De esa forma tan natural se refiere el protagonista de “El otro cielo”, cuento de Julio Cortázar, a su capacidad de pasar en cuestión de segundos del porteño Pasaje Güemes a la parisina Galerie Vivienne, “ese mundo diferente donde no había que pensar en Irma y se podía vivir sin horarios fijos, al azar de los encuentros y de la suerte”.
Un portal similar hacia otro ambiente y otra época se puede encontrar en estos días en Ruth Benzacar. Aunque sólo podrán atravesarlo quienes hayan conocido la legendaria sede de la galería en Florida 1000, donde se gestó un importante capítulo de la historia del arte argentino.
Gracias a Díptico, la máquina del tiempo que acaban de instalar en Villa Crespo Jorge Macchi y Nicolás Fernández Sanz, la amplia sonrisa de León Ferrari mientras firmaba autógrafos semanas después de haber ganado el León de Oro en la Bienal de Venecia volverá a contagiar a quienes hayan asistido a la inauguración de su muestra una década atrás, al otro lado de la ciudad. Otros caminarán hacia el fondo de la megainstalación que recrea a escala real la antigua sede de la galería dentro de la nueva, se pararán junto a la puerta que, en su memoria, conduce a la cocina y esperarán que salga algún mozo para interceptar una bandeja o pedir otra copa de vino.
“Es una obra de sitio específico, pero también de tiempo específico”, dice Jorge Macchi, artista reacio como pocos a dar claves para interpretar su obra. Señala, sin embargo, que esta gran apuesta sin fin comercial perderá sentido para aquellos que no puedan completar con sus recuerdos la evocación de un espacio mítico.
Allí expusieron muchos de los artistas más destacados de la escena contemporánea local, desde que la galería se mudó en 1982 de la casa familiar de la célebre Ruth al espacio diseñado por Luis F. Benedit, a metros de la plaza San Martín. En 2015, medio siglo después de su fundación –ya con Orly Benzacar y su hija Mora como directoras–, inició una nueva era en un amplio galpón reciclado de Villa Crespo.
Fernández Sanz, responsable de la remodelación de esta sede, reprodujo ahora hasta el mínimo detalle de las columnas y el conducto de ventilación que caracterizaban aquel refugio subterráneo. Limitaciones del espacio especialmente recordadas hoy por los artistas, para quienes representaban importantes obstáculos a la hora de colgar sus obras.
El desafío de reaccionar ante las condiciones impuestas por el entorno entusiasma a Macchi, que llegó a usar aquellas columnas para crear una instalación. Al convertir su sombra en una estructura sólida, similar al enconfrado de una obra en construcción, creó una imagen que parecía reflejar el sueño de muchos: la posibilidad de detener el tiempo. Una reelaboración de esa idea se exhibió el año pasado en Art Basel, la feria de arte más importante del mundo.
No tocar las paredes de un oratorio del siglo XVIII fue la consigna que desveló al artista durante varias noches antes de su participación en la Bienal de Venecia, en 2005. Finalmente resolvió abandonar su intención de exhibir obras ya realizadas y crear una nueva. Debajo del mural que representa la Asunción de la Virgen María, pintado en el techo, colocó una cama elástica de igual forma y tamaño. Y convocó a su amigo Edgardo Rudnitzky para componer una pieza musical que acompañara el salto de un acróbata sobre la cama. Escuchar la grabación de esa música resultaba clave a la hora de contemplar La ascensión.
“Me interesa crear situaciones que no puedan ser traducidas, que no pueda describir por medio de palabras”, insistía Macchi el año pasado en una conversación pública con Agustín Pérez Rubio, director artístico del Malba, al inaugurar la muestra antológica que se extendió hacia las sedes del Museo Nacional del Bellas Artes y la Universidad Torcuato Di Tella.
Entre las decenas de piezas realizadas a lo largo de un cuarto de siglo, Perspectiva incluía varias producidas en colaboración con Rudnitzky, a quien Macchi conoció en un taller de experimentación escénica a fines de la década de 1990. El cuarto de las cantantes se titula una de ellas, adquirida meses atrás por Eduardo Costantini cuando la muestra viajó al CA2M de Madrid para ser exhibida en paralelo a la feria ARCO.
“En teatro es inevitable la colaboración. Cada uno aporta su saber, todo gana en calidad”, sostiene Macchi, uno de los artistas argentinos con mayor proyección internacional, tras haber llevado a sus obras la experiencia que ganó durante tres años de trabajo como escenógrafo. Para realizar la instalación actual convocó por primera vez a un arquitecto, veinte años menor que él.
La revancha del pasado
Mientras Perspectiva jugaba con la palabra “retrospectiva” para evitar que el título se asociara con una mirada hacia atrás, con un final de carrera, ahora el pasado se toma revancha al imponerse de forma contundente. Aunque en este caso la obra no incluye sonido, es posible imaginar el bullicio habitual de las inauguraciones en Florida 1000. En especial las que reunían a los seleccionados en Curriculum Cero, concurso impulsado desde la galería y una plataforma fundamental de lanzamiento de muchos artistas jóvenes. Entre ellos el rosarino Adrián Villar Rojas, que ahora brilla en el Museo Metropolitano de Nueva York después de haber exhibido en la Bienal de Venecia y la Documenta de Kassel.
“No lo veo como un homenaje”, aclara enfático Macchi respecto de la antigua sede de Ruth Benzacar, donde expuso tres muestras individuales y vivió una etapa clave de su historia personal. “Para Solana, que está aquí, y para Vicente, que está por venir”, escribió en la dedicatoria del catálogo de Crónicas eventuales, en 2010. El título era un oxímoron, un juego de palabras con premeditada ambigüedad, creado por un artista genial que detesta ver signos de autorreferencia en sus obras y prefiere el simbolismo de la imagen a la lógica de las ideas. “Algo crónico sucede siempre, y algo eventual no tiene garantías de suceder”, explicó entonces en una entrevista con LA NACION.
Como Cortázar en sus cuentos fantásticos, Macchi hipnotiza al espectador al convertir en extraños los objetos cotidianos, de una forma perturbadora que parece moverse en forma pendular entre lo lúdico y lo siniestro. “Los fantasmas nunca son como fueron. Están incómodos, nerviosos, y repiten sólo un fragmento de su pasado”, observa la escritora Mariana Enriquez en un texto sobre Díptico que se convertirá en libro. Puede provocar escalofríos leerlo en la sala que ocupa el lugar de la vieja cocina de Florida 1000, convertida ahora en un pasaje entre dos mundos.