Jorge Consiglio. "Hay voces que reivindican la vanguardia pero son estridencia"
FICCION. El escritor y editor rescata la vitalidad de la escena literaria local: "Prefiero la sobrepublicación a la falta de publicación", dice
Hay escritores que imponen su voz desde el comienzo. Desde el primer libro que publican, quedan definidos un estilo, una entonación, un territorio. Es el caso, entre otros autores nacionales, de Manuel Puig, y también el de Juan José Saer. Jorge Consiglio no pertenece a ese grupo de narradores. Autor de varios libros de poemas y de cuentos, y de tres novelas, recién con Hospital Posadas, de 2015, una novela tan sólida como perturbadora, su registro, sin dejar de ser fluido, alcanzó una consistencia notable.
Tal vez ese logro se vincule con un episodio de la juventud de Consiglio. En los años ochenta interpretaba música de cámara junto con dos amigos en la calle Florida. La búsqueda de una prosa en la que la musicalidad adquiriera protagonismo, más allá de las tramas (violentas, cotidianas, históricas) de sus relatos, quizás provenga de allí. El edificio que albergaba el instituto en el que Consiglio se formó como músico es hoy otro supermercado chino de la ciudad y en la calle Florida ya no se escuchan tríos de flautas. ¿Qué pasó en Buenos Aires en no más de treinta años? La narrativa de Consiglio, si bien no responde ese interrogante de manera directa, bordea los procesos de destrucción de una comunidad, aquello que los personajes pueden hacer con los despojos, y explora los modos en que la ficción alumbra zonas caracterizadas, a primera vista, por la hostilidad y el abandono. Los siete cuentos de Villa del Parque (Eterna Cadencia) avanzan por la senda abierta, a mazazos se podría decir, en Hospital Posadas, donde la demolición era a la vez una figura temática y retórica.
¿Cómo fue el pasaje de una novela tan ambiciosa como Hospital Posadas a los cuentos de Villa del Parque?
En realidad fue casi sin elección y sin pensamientos, las cosas se van dando? Cuando terminé Hospital Posadas, sentí que estaba en mi límite de trabajo con estructuras muy grandes. Fue una novela en la que el armado y la edición me dejaron cansado para las estructuras grandes.
¿Cuánto tiempo te llevó ese trabajo?
De tres a cuatro años, que es más o menos el tiempo que tardo en terminar un libro. Con otras habré tardado menos, por ejemplo con Pequeñas intenciones. Pero son esos tiempos. Me parece que incluso se sienten en el texto. Si escribís rápido, también hay algo de esa premura que se escucha en el texto, hay un eco. Terminé Hospital Posadas y me quedó un tiempo vacante en los veranos. Ahí empecé a trabajar con estos textos sin la idea de un libro, sino con la idea de trabajar cuentos y estructuras más chiquitas. Quería lograr en esas estructuras algo que tiene que ver con la poesía sin llegar a escribir poesía: fragmentos con cierta impronta lírica. Quería laburar con la sintaxis y llegar a un sonido especial. Me parece que la impronta lírica del texto tiene también que ver con el punto de vista. Es decir, ¿qué es lo que está mirando el narrador? Una especie de mirada extraviada que hace que el texto se vuelva extraño.
En el primer cuento, "Diagonal sur", el narrador alude a una estética del desafío.
Es difícil hablar de belleza, pero lo que buscaba era eso: que el texto se ofrezca como una especie de fruta extraña. Incluso me parece que es un buen rumbo para seguir. No es algo nuevo; los relatos de Sara Gallardo, que son objetos extrañísimos, no se asimilan a ninguna tradición. Porque vos podrías considerar que hay una tradición más ortodoxa del cuento con final clásico, con final cerrado, con un progreso, con una trama, con una intriga determinada que se resuelve en el final. Eso en algún momento prescribe o se corre. Ahora, cuando se corre ese modo de relato, ¿qué relato entra? El filoyanqui, carveriano, minimalista, con final abierto, incluso antes de Carver con Hemingway o Cheever. Relatos que cierran con final abierto. Pero lo que es interesante ver es hasta qué punto se podría elaborar otro final. Un final que no sea ni cerrado ni abierto como el de los norteamericanos, sino uno que cierre más como un eco y que ese eco perviva.
¿Con la literatura de qué otros escritores argentinos sentís que se vincula la tuya?
Creo que Gabriela Cabezón Cámara está en esa búsqueda. Los relatos de Félix Bruzzone, la última novela de Oliverio Coelho, Bien de frontera, también. En ésa vas a ver que hay un desajuste que no sabés muy bien de dónde viene. Te resulta bastante difícil incluso encontrarle antecedentes. Es un tono muy propio. Esa novela me parece que está fundando algo. Es muy interesante como propuesta porque el enrarecimiento que tiene la trama, la materia narrativa, lo convierte en un objeto estético muy raro que te cuesta seguir. Eso sí me parece una vanguardia linda, una vanguardia asentada. Hay voces que por el sólo hecho de levantar la bandera de la vanguardia suenan de manera más estridente, una estridencia que por ahí no tiene un eco estético interesante. Es pura estridencia, como una carcasa vacía. Hay otras voces de vanguardia, que son las que a mí más me interesan, que guardan una potencia única, donde hay una verdadera búsqueda.
En tus dos últimos libros parece que tuvieras más controlada esa búsqueda.
No, no creo. Me parece que todo el proceso reflexivo es posterior a la escritura. Es decir, vos te acercás, por lo menos en mi caso, con una sensación, una vaga gana de algo, como si hubieras comido algo y te quedara impregnada la boca con cierto sabor; entonces tratás de buscar pero tampoco tenés ninguna precisión sobre absolutamente nada. Y cuando terminás de escribirlo y lo pensás un poco, empezás a ver qué pasa ahí como proceso.
¿Cuáles serían los ejes de tensión de tus relatos? El de la violencia es uno evidente.
Uno no elige demasiado, incluso tiene la idea de correrse de esos ejes pero finalmente terminan filtrándose en los textos. El tema de la violencia tiene que ver con una especie de imperativo. Realmente es una situación que uno podría pensar como una de las más puras y primarias del sujeto. ¿En qué sentido? En el sexo hay una dramatización, hay escenografía, nunca te olvidás de la escena. En tanto que en la violencia, cuando es gratuita, cuando no es programada, casi no hay escena. ¿De dónde nace esa cosa de lo más primaria cuando en la calle querés pelear con otro? Parece que fuera incluso más puro como tema que el sexo. Lo quiero matar y el tipo me quiere matar a mí. Me atrae muchísimo pero también me genera un rechazo brutal, un asco absoluto. Creo que eso pone en tensión dos mandatos. Uno es el mandato de "bajate porque si no te bajás sos un cobarde", el tema de la cobardía y la gallardía. Andá a saber de dónde viene eso, no sé si es paterno, quizás sea más de la especie humana.
También es un motivo literario.
¿Reacciono o no reacciono? ¿Me bajo o no me bajo del auto? El otro mandato es lo urbano: "quedate, ¿estás loco vos?, ¿te vas a bajar a pelear a trompadas si está tu familia en el auto?" El campo de batalla está dentro de tu cabeza y de tu pecho. Hagas lo que hagas, se genera esa discusión, que es absolutamente íntima y personal.
¿Qué te dejó tu paso por el periodismo cultural?
Era muy bueno como ejercicio pero la verdad es que no me rendía económicamente. Me quedó el ejercicio de la reflexión sobre un texto, algo que es glorioso, que realmente se me presenta como un enorme desafío. Me parece bien que la reseña no sea un género académico. Hay algo de la escritura en diarios que se tiene que escapar de lo académico. En ese sentido por ahí es una especie de mezcla entre lo académico y lo interesante. Me parece que es súper importante tratar de bajar y escribir de manera más permeable, menos rigurosa. Abrir la fruta del texto, eso es un desafío.
¿Te parece que hoy la literatura argentina está en un momento interesante?
Sí, porque hay mucha gente produciendo muchas estéticas cruzadas y muchas editoriales que publican. Yo no sé si en los años 80 tenías esta posibilidad; tal vez había mucha gente laburando, pero no había tantas editoriales independientes que publicaban. Creo que ahora nos dimos cuenta de que vos ponés unos mangos y te armaste una editorial y empezás a darle flujo a cierta línea estética. Eso es genial. Internet también. Y en ese sentido me parece que se da una serie de cruces interesantes.
¿Qué perfil quieren darle a Leteo, la editorial que crearon con Christian Kupchik?
Tratamos de buscar textos que aporten una novedad. Algo no transitado, o no tan transitado si querés, para no ser pedante. Para eso estamos tanteando. Otra de las cosas que nos interesan es que el objeto texto sea un objeto lindo, un libro cuidado, desde la tapa hasta el colofón, los márgenes, el diseño de interior. Queremos que haya una combinación entre un objeto atractivo y un texto no del todo transitado, que agregue algo. Hay mucha gente que está laburando en esto y muy bien. Me parece que eso asegura la pluralidad de voces.
Decías que ahora hay más posibilidades de publicación. ¿Eso puede perjudicar la calidad de los textos?
Sí, puede ser. De todas maneras, uno siempre tiene la posibilidad de confrontar con el libro y descartarlo. Pero prefiero la sobrepublicación a la falta de publicación. También es una apuesta a la pluralidad estética, a que haya muchas cosas en danza. Mejor que haya mucha circulación, después se verá en esta especie de tramado qué es lo que queda flotando y qué es lo que se hunde. Incluso por ahí algo queda flotando que no es necesariamente un texto que a vos te golpee. Uno tiene sus criterios estéticos, pero otro tiene otros; ambos tienen que ver con la época pero alguno quizás perdure más. Se produce una tensión irresoluble y perpetua; vamos a estar hablando del valor literario en el año 3000. Si la discusión es en buenos términos, me parece que es nutritiva; si es por impugnación, no.
¿Tenés un posicionamiento ideológico como escritor?
Por supuesto. Veo un empobrecimiento absoluto en cultura y más allá de eso. No necesariamente tiene que ver con las políticas culturales. Si te ponés a hablar con cualquier oficialista, la idea de la cultura que tienen en el Gobierno es muy corporativa, cuando no la consideran directamente un gasto. Hay algo del orden de la cosmética también. Es inevitable que a la hora de escribir haya una posición ideológica, pero que eso se traduzca en los textos y los tiña es un problema porque los volvería inmediatos y perderían espesor. Se debilitarían.
En una entrevista sugerías que tu literatura intentaba desbordar el realismo.
Correcto. Escribir una literatura puramente realista en estos momentos sería en algún punto restringir marcos, limitarla. Y el desborde tiene que ver con ese corrimiento del que hablábamos al comienzo, con ese desplazamiento hacia lo lírico. Es decir, vos buscás, con esta cuestión del estrabismo de la mirada extrañada, sin escapar del realismo, el punto de vista del estrabismo. Esa mirada cruzada hace que cierto extrañamiento impregne el texto y lo torne un poco más polisémico.
¿Conociste a Ricardo Piglia?
Sí, me dio mucha pena su muerte. En nuestra época, la figura del maestro es infrecuente en todas las áreas, y la literatura no es una excepción. Sin embargo, Piglia fue un maestro con todas las letras. Era un intelectual de pensamiento cordial por incluyente. Su ficción y su manera de reflexionar deslumbraban por su lucidez, pero también por la enorme generosidad, por la calidez con que brindaba sus ideas. Leerlo o escucharlo hablar era una experiencia amable y siempre enriquecedora. Con Ricardo Piglia se va un modelo de intelectual, un hombre que entendía la cultura a partir de la pluralidad y lo colectivo, un escritor diestro y sincero, un verdadero maestro.
¿Por qué lo entrevistamos?
Porque como escritor fue dando forma a una voz propia, signo a la vez de una búsqueda. Y porque apuesta a su propia editorial.
Biografía
Jorge Consiglio nació en Buenos Aires en 1962. Graduado en Letras en la UBA, donde fue docente, es escritor y editor; autor de cuentos, novelas y libros de poesía. Entre sus obras están Las frutas y los días, El bien, El otro lado, Hospital Posadas y Villa del Parque. Fundó en 2016 la editorial Leteo, con Christian Kupchik.