Johnson, un liderazgo en jaque por el virus
Tras subestimar la gravedad de la pandemia, el líder británico, hoy con Covid-19, dio un giro necesario pero tardío
Tras la finalización de este artículo, el primer ministro británico, Boris Johnson, fue hospitalizado como consecuencia de haber contraído Covid-19; al cierre de este suplemento, se encontraba en terapia intensiva con signos de mejora en su condición, según informó su gobierno.
LONDRES
El Covid-19 expulsó a Boris Johnson de su mundo imaginario. Su ambición de control total, con la ausencia de información como eje, ha sido coartada por un virus invisible y "extranjero". El primer ministro británico hoy se encuentra encallado en la realidad. Si en ella se va a quedar o si de ella va a huir cuando el virus lo permita, no lo sabemos. Pero ya no puede impedir que su gestión tenga a esta crisis como motor de su eventual éxito o fracaso. Johnson va aterrizando involuntariamente en lo real. Su conducta circense, postulando la presunta soberanía y la libertad del Reino Unido como destino indiscutible, ha sido suspendida. Le ha tocado insertarse en el mundo y restringir, no sin resistencia, la libertad personal. La misma que le ha permitido imponer su voluntad a la realidad. Una herida visceral para este charmant, autodeclarado promotor de ese baluarte, cuya teleología medular es el afán de poder. Lo que no es nuevo en la infección que hoy también afecta al primer ministro es el aislamiento.
Ante el advenimiento del Covid-19, Johnson mostró claramente la omnipotencia de su abordaje y produjo perplejidad general al no poder explicar de manera convincente qué evidencia sustenta la idea de inmunidad colectiva como política de Estado. Johnson y sus aliados ignoraron a una parte significativa de la comunidad científica de este país para verse luego obligados a revertir su postura con evidente frustración. Las consecuencias de este comportamiento inicial están aún por ser cuantificadas. Es probable que el costo sea alto y moralmente incalificable. En una hora en que la seriedad y el aplomo son imperativos, es difícil tomar en serio a quien construyó su carrera política basado en la frivolidad y la deshonestidad. El primer ministro tuvo que redibujar su perfil.
Con su liderazgo jaqueado por un virus, Johnson no tuvo más remedio que hacerse visible ante el país. Para evitar nuevas fisuras de orden medular, tuvo que recurrir a quienes desprecia para poder acercarse a quienes subestima. Tuvo que valerse de especialistas para explicar sus decisiones y comunicarlas, exponiéndose al escrutinio de la prensa. Y así, llegar a la gente. Gente a la que tiene que proteger utilizando los recursos del Estado. Recursos existentes, pero en lo esencial hipotecados ideológicamente.
Para evitar que el Covid-19 y sus consecuencias sean voceros únicos del Gobierno, Johnson y su administración no tuvieron mas remedio que hablar. Con su silencio inicial, nos enteramos que el desinterés y la ineptitud, presentados como pragmatismo, así como la omnipotencia vestida de frialdad, paralizan y acentúan el miedo que, hoy lo sabemos, también puede ser británico.
Al tener que presentarse, a regañadientes, como quien en efecto es timonel de un barco en las tinieblas y en viaje hacia la oscuridad, Johnson optó por sugerir y no por imponer. De manera tramposa, dijo estar apelando al mejor "instinto" de la gente. Pero la falta de claridad y de persuasión en su política de acción pública propulsó esa forma del pánico que se manifiesta en la avaricia y el desprecio por el prójimo. Produjo una corrida que dejó al país en un estado dramático de precariedad alimentaria y moral. Mostró que también aquí hay alguna gente dispuesta a proteger lo que cree que le corresponde, si quien está a cargo de gestionar la protección general hace lo mismo. Johnson no impidió que siguiera en la calle un sinnúmero de trabajadores independientes a quienes la cobertura económica les fue ofrecida tarde. Esa gente, en busca de un salario día tras día, no solo carga con su frustración sino también con el Covid-19. Esto vulnera la estabilidad del sistema nacional de salud, cuya falta de preparación para una crisis de esta índole es consecuente con una ya conocida política de abuso y subestimación por parte de quienes pretenden extraer de él un provecho económico, rifando así la idea de la salud pública como capital.
Johnson, desorientado por no poder ni elegir ni manejar la calidad y la magnitud de sus problemas, es hoy un hombre disminuido por la imposibilidad de ser protagonista único de su guion. Cuando aún no había sido sobrepasado por las circunstancias, subestimó en público la gravedad de esta crisis. Pero la realidad mostró lo insostenible de su farsa, así como la fantasía presuntuosa de sus aliados y seguidores; gente cuya relación con la irresponsabilidad no es casual. Sus recaídas temporarias en la razón suelen ser generalmente tardías, como el Covid-19 lo demuestra.
La reacción inicial del gobierno tiene su génesis en un comportamiento anacrónico, que conjuga a un enemigo convencional con el genio de un excéntrico británico que desafía el sentido común. Johnson creyó que desde el museo de cera del pasado iba a poder imponer su visión demagógica de la actualidad y arrear a sus ovejas. Tuvo muchos seguidores, pero no los suficientes. Dijo que esta gran nación estaba abierta cuando el mundo acobardado cerraba sus puertas. Dijo que no teníamos miedo. La sospecha y el desprecio por las reacciones a nivel continental, características del inicio de esta crisis, son análogas al desprecio por la Comunidad Europea. Hoy, Johnson y sus seguidores están fundamentalmente anclados en Europa. El utilitarismo ciego de sus decisiones iniciales también tiene, como consecuencia eventual, haber vulnerado de manera peligrosa y quizás irreversible al grupo etario que, en su mayoría, le concedió el Brexit. Hay en ello una perversa coincidencia.
Y ahora, con la vida que conocíamos suspendida por tiempo indeterminado y con un creciente numero de muertos, ¿qué se puede esperar?
Resultó evidente el giro de Johnson y su administración. Aunque torpe y tardío, reconcilió tenuemente y en principio la necesidad imperativa de confiar en el gobierno con la posibilidad actual de hacerlo. No solo porque no queda otra opción, sino porque Johnson y su administración, afortunadamente, no son los únicos agentes comprometidos en esta emergencia. La población de este país esta dando ejemplos de solidaridad, de altruismo y valentía que no tienen al poder como objetivo, sino el bien común.
¿Podrá Johnson gobernar con esa meta más allá del Covid-19? ¿Podrá enfrentar los complejísimos problemas estructurales de esta sociedad con la misma determinación económica necesaria y ahora demostrada? ¿O vamos a volver al casino de la minoría en donde se apuesta el bienestar de la mayoría? ¿Podrá, quien optó por el Brexit como ruta directa hacia el poder, desoyendo y mintiendo de manera descarada, encontrar en la gente y en sus enormes sacrificios un interlocutor que le inspire respeto y le proporcione dirección? ¿O vamos a tener que atravesar la tragedia del Covid-19 para encontrarnos luego, exhaustos, con un Brexit sin frenos, que se valdrá de la penuria sembrada por la pandemia para plasmar aún más miseria y sembrar aún más discordia entre quienes estamos necesariamente ligados? ¿Es concebible que esta administración comprenda que se gobierna para y junto con la gente como parte de una comunidad global? De lo contrario, vamos hacia un aislamiento colmado de soberbia, más duro y tajante, que así como ignoró lo que era evidente en relación al Covid-19 optará por seguir ignorando lo que es imperativo reconocer en relación al estado precario y urgente de nuestro planeta.
¿Quién nos va a gobernar? ¿La cara jocosa que perpetúa el enriquecimiento desenfrenado de pocos? ¿O el supuesto estadista que junto a sus seguidores hoy nos protege mediante la utilización del mismo Estado que hace tiempo intentan desmantelar?
Para evitar lo que la historia ya sabe, se tendrá que reescribir el manual de comportamiento. Es de la mano de Johnson que habrá que enfrentar el futuro.