Joe Biden, amigo de América Latina
Cuando jure como 46° presidente de Estados Unidos, Joe Biden traerá consigo a la Casa Blanca un conocimiento de la región de Latinoamérica y el Caribe que excede ampliamente el de sus antecesores recientes. Como vicepresidente de Barack Obama, Biden visitó la región en 16 oportunidades —todo un récord—, y muchas veces más antes y después de ocupar ese cargo. Los latinoamericanos tendrán en Biden un socio que no ve nuestro hemisferio compartido como el patio trasero de Estados Unidos, sino como su base estratégica: una región cuyo éxito y estabilidad están intrínsecamente atados a los del país que deberá conducir.
El presidente electo se ha comprometido a terminar con "la incompetencia y la desatención" que caracterizaron el abordaje de Donald Trump hacia América Latina y el Caribe. Biden ha propuesto un ambicioso plan de 4000 millones de dólares para enfrentar el problema de la violencia, la pobreza y la corrupción en Centroamérica. También ha llamado al fin de la demonización que ha hecho Trump de los migrantes y sus países, y quiere que Estados Unidos recupere su rol de liderazgo hemisférico sobre la base de los principios de respeto, responsabilidad y cooperación.
Los latinoamericanos tendrán en Biden un socio que no ve nuestro hemisferio compartido como el patio trasero de Estados Unidos, sino como su base estratégica
Para muchos países latinoamericanos acostumbrados a los insultos, la intimidación y el toma y daca de la presidencia de Trump, la elección de Biden es una fuente de esperanza e inquietud a la vez. El presidente Biden difícilmente ataque por la espalda a sus aliados regionales con aranceles comerciales o una metralla de tuits, y tendrá una participación mucho más activa en el desarrollo de la región y su capacidad para enfrentar los problemas que la aquejan, desde el crimen organizado a los desastres naturales. Pero Biden también impulsará una agenda mucho más amplia y desafiante para algunos de socios claves, como México y Colombia. El exitoso trabajo contra la corrupción en Guatemala que hizo Biden durante su vicepresidencia tal vez sea un anticipo de lo que vendrá.
De hecho, la elección de Biden propiciará el regreso de Estados Unidos a una política exterior basada en valores, hacia el hemisferio occidental y más allá. El gobierno de Trump —que confesó sentirse más a gusto entre dictadores que entre aliados democráticos— abrazó una política exterior desanclada de valores básicos, que dejó mareados y a la deriva a los planificadores de la diplomacia norteamericana. Biden, por el contrario, ha declarado explícitamente que la defensa de la democracia contra el avance del autoritarismo y el combate contra la "amenaza existencial" del cambio climático serán los pilares de la relación de su gobierno con el mundo. Si el dictador venezolano Nicolás Maduro está esperando mano blanda del gobierno de Biden, su desengaño será doloroso. Pero no será el único. Los gobiernos latinoamericanos de todo el espectro político pueden esperar conversaciones francas sobre derechos humanos, corrupción y medio ambiente. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, para empezar, parece haber entendido que el "pase libre" que le había regalado Trump está a punto de vencerse.
Si el dictador venezolano Nicolás Maduro está esperando mano blanda del gobierno de Biden, su desengaño será doloroso
Es un reflejo de la visión expansiva y hasta idealista que tiene Biden sobre el rol de Estados Unidos en el mundo. Para el presidente electo, el mantra nacionalista de Trump, "Estados Unidos primero", lo único que logró es dejar a "Estados Unidos solo". Una de las prioridades iniciales del nuevo equipo de política exterior será reinsertarse o revitalizar los organismos internacionales, las alianzas, los acuerdos —desde la Organización Mundial de la Salud y la OTAN hasta el Acuerdo Climático de París 2015—, y volver a sentar a Estados Unidos en la cabecera de la mesa multilateral de naciones. Como bien señaló Tony Blinken, futuro secretario de Estado de Biden, "Estados Unidos no puede resolver todos los problemas del mundo por sí solo, pero en su mejor versión, sigue siendo el más capaz de reunir a los demás países del planeta para enfrentar los desafíos de nuestros tiempos". La trienal Cumbre de las Américas, de la que Estados Unidos será anfitrión en 2021, le ofrece al gobierno de Biden una oportunidad idónea para hacer causa común con sus socios hemisféricos contra esos desafíos, por ejemplo, la recuperación de la actual pandemia de Covid-19.
El 24 de noviembre, cuando Biden reveló el nombre de Blinken y del resto de su equipo de seguridad nacional, dos cosas llamaron la atención. Lo primero es la urgencia. Como dijo el propio Biden, "Estados Unidos ha vuelto y está listo para liderar al mundo, no para retirarse de él". Lo segundo es la humildad, nacida de la gravedad y la diversidad de los problemas que enfrentan Estados Unidos y el mundo, y de la necesidad de hacerles frente con un sistema internacional que bajo el mandato de Trump se vio debilitado y fragmentado.
Los estrategas de Biden seguramente son conscientes de que la estrella de Estados Unidos perdió fuerza bajo el mandato del presidente saliente. Hasta el chino Xi Jinping es más confiable que Trump a los ojos del mundo, una situación muy poco ventajosa si se quiere enfrentar el expansionismo de China en el continente americano, tema que obsesionaba al gobierno de Trump. La actuación final de Trump, incluida la respuesta chapucera ante la pandemia y sus intentos por desacreditar una elección que perdió, no harán más que profundizar las dudas sobre la vigencia del liderazgo norteamericano. La elección de Biden en sí frenará ese deterioro de la influencia y el liderazgo de Estados Unidos, pero revertirlo exigirá que el nuevo gobierno repare las relaciones dañadas y recupere la credibilidad perdida alrededor del mundo.
La actuación final de Trump, incluida la respuesta chapucera ante la pandemia y sus intentos por desacreditar una elección que perdió, no harán más que profundizar las dudas sobre la vigencia del liderazgo norteamericano
En Latinoamérica, el gobierno de Biden está bien posicionado para lograrlo. Al igual que Estados Unidos, la región enfrenta horas dramáticas: polarización política, derrumbe económico, lucha sin cuartel contra una implacable pandemia. Esta situación, como pocas antes, reclama tanta urgencia como humildad. Es probable que durante el primer mandato de Biden la situación de Latinoamérica esté caracterizada por una prolongada y dolorosa recuperación económica, turbulencias políticas, posible agitación social, y una enorme heterogeneidad ideológica. No son condiciones ideales para grandes planes hemisféricos, pero al mismo tiempo podrían reforzar la necesidad de un liderazgo estable, fáctico y de principios, que impulse soluciones sobre la base de evidencias, como el que propone Biden para Estados Unidos. Ahora que América Latina evalúa su futuro post-pandemia y países hasta ayer considerados relativamente exitosos, como Chile, deben reconsiderar su modelo económico-social, la promesa de Biden de "volver a construir mejor" dentro de Estados Unidos puede tener resonancias igualmente potentes en el resto de la región.
El éxito definitivo del gobierno de Biden en Latinoamérica, sin embargo, dependerá en igual medida de la voluntad política de la propia región. Esa es la naturaleza de toda alianza. Si bien muchas veces Estados Unidos aplicó mano dura con sus vecinos del sur —una tradición que el gobierno de Trump pareció revivir con gusto—, también es cierto que algunos acercamientos más conciliadores de Washington fueron rechazados por los líderes regionales, que buscaban el rédito político de avivar el sentimiento anti-yanqui. Argentina es uno de esos casos. Así que mientras que el gobierno de Biden querrá mantener el apoyo de Estados Unidos a la renegociación de la deuda argentina y establecer una agenda de cooperación en áreas de mutuo interés, el rumbo de las relaciones, tanto con la Casa Blanca como con el FMI, dependerá de las decisiones que se tomen tanto en Washington como en Buenos Aires. La llamada positiva entre el presidente Alberto Fernández y el presidente electo Biden, y el hecho de que Fernández estuvo entre los primeros líderes latinoamericanos en conversar con Biden, es un buen augurio para una relación bilateral que tiene un potencial muy importante.
Algunos acercamientos más conciliadores de Washington fueron rechazados por los líderes regionales, que buscaban el rédito político de avivar el sentimiento anti-yanqui. Argentina es uno de esos casos
En enero, al asumir la presidencia, Biden no se acercará a Latinoamérica ni con una chequera en blanco ni con fórmulas mágicas para la recuperación y reconciliación hemisféricas, pero ofrecerá la humanidad que lo caracteriza, su convicción en el potencial de la región, y el compromiso inclaudicable de su gobierno. Biden será un socio exigente y un feroz defensor de los intereses y valores de Estados Unidos, pero se acercará a sus contrapartes regionales con una mente abierta y el deseo genuino de encontrar caminos de cooperación y bien común. Para aquellos gobiernos latinoamericanos que entienden que en breve la región contará con un amigo en la Casa Blanca, la presidencia de Joe Biden ofrece enormes oportunidades.
Director del programa Peter D. Bell sobre Estado de Derecho del Interamerican Dialogue, de Washington; fue asesor en el Departamento de Estado y en el Consejo Nacional de Seguridad durante la administración Obama
(Traducción de Jaime Arrambide)