Javier Marías. "En el mundo de la ficción se vive mejor"
Premiado, traducido y aplaudido en todo el mundo, agudo observador de su país, el escritor español define el valor de la literatura: "Necesitamos que algo se pueda contar de una vez y para siempre"
MADRID.- Tanto tiempo Javier Marías ha sido el joven Marías que ahora se resiste uno a decir que acaba de cumplir 64 años este escritor veterano que lleva su nombre y que ya figura en las tentativas de listas de los que algún día podrían ser Nobel de Literatura.
Javier Marías Franco, madrileño, hijo del filósofo Julián Marías (muy conocido en Argentina, por ejemplo; muy influyente en España, discípulo de José Ortega y Gasset, represaliado por el franquismo más sordo y oscuro) comenzó muy chico a publicar. Tendría dieciocho años cuando apareció su novela Los dominios del lobo. Desde entonces, firme y cada vez con un sentido más profundo del ritmo, de la música de la escritura, ha crecido en hondura en la expresión de lo que le sucede a su alma y a su imaginación y de lo que le pasa a la sociedad en medio de la cual escribe.
Es leído en todo el mundo; su casa está llena de las traducciones de sus libros, que se corresponden con la repercusión crítica que tiene en todas partes. Un emblema de esa recepción fue la crítica que le hizo el alemán Reich Ranicki, que desde su propia fama de crítico despiadado convirtió con su reseña entusiasta en un fenómeno su novela quizá más famosa, Corazón tan blanco.
La fama, que tiene por lo que escribe como autor de ficción y por lo que todas las semanas dice en su leidísima columna de El País Semanal acerca, sobre todo, de lo que ocurre en España, no ha dañado su apariencia de joven tímido que ya está acostumbrado a no ser el joven Marías al que los escritores Juan Benet y Juan García Hortelano veían hacer volantines en las calles de Madrid.
En esas columnas describe la villanía y la bajeza que se han apoderado de la vida cotidiana de su país. Los objetivos de su observación implacable, por la que recibe críticas sin cuento y elogios sin reserva, en un país que cada día está más dividido y cansado, son los políticos que usurpan el sentido común con palabras que se nutren de tópicos y de circunloquios cuya comicidad él destaca y subraya con un sarcasmo que a él mismo a veces le asusta. Pero también el ciudadano común, que ha llegado a participar a esa fiesta oscura en que se ha convertido la conversación española, es objeto de su verbo que lanza con guante de pinchos.
En el marco de esa preocupación por la indignidad del lenguaje, que forma parte de los temas de la actividad periodística de Marías, ha entrado de lleno su perplejidad ante lo que él llama la imbecilidad organizada de Internet. Él dice que exagera en algunas de sus consideraciones; pero si se leen con atención sus artículos es evidente que la ironía y el sarcasmo están en su caso apoyadas por el sentido común.
Lo que no ha conseguido esa actividad semanal en contacto con los lectores de un periódico es quitarle del profundo afecto que siente el joven Marías (como el Marías que ya tiene 64 años) por la ficción, donde, como él dice, se vive mejor.
En ese lado de su alma, la invención literaria, ha ido creciendo la autobiografía, la búsqueda de las metáforas propias para explicar su concepto del mundo. En ese marco de su biblioteca personal está, sobre todo, su impar Negra espalda del tiempo, una emocionante excursión narrativa por su vida propia. Ese es el pórtico de una trilogía, Tu rostro mañana, acaso una de las más intensas aventuras narrativas de la novela española de los siglos XX y XXI. Ese es el Marías al que Orhan Pamuk, por ejemplo, ve como indiscutible aspirante al Nobel de Literatura.
Hicimos esta entrevista cuando él acababa de publicar una recopilación de sus artículos de prensa, en los que se expresa su desasosiego, su cabreo por lo que sucede en España y en el mundo en este tiempo de la imbecilidad internáutica organizada. Ese libro se titula Juro nunca decir la verdad y es un trallazo sobre la cabeza de los tópicos con los que la ciudadanía se expresa hoy en día como si estuviera diciendo verdades como puños cuando en realidad está nutriendo el vientre de una pobre ballena ciega. El suyo es un cabreo notorio, se aprecia en cada línea.
Pero, ¿cómo se sosiega? ¿Qué le da paz a este ciudadano al que muchos seguimos llamando joven Marías? Este es el objeto de las preguntas. El resultado es esta conversación que hicimos pensando en los lectores de La Nacion de Buenos Aires, donde don Julián, el padre de Javier, fue un destacado comentarista también.
¿Qué le produce sosiego?
Pocas cosas. Soy más bien desasosegado, inquieto. No hay muchas cosas que me produzcan sosiego; quizá lo que más, cuando salgo a caminar sin celular. Sólo utilizo el celular en los viajes. Sé que nadie me puede localizar, sé que nadie sabe dónde estoy: me siento más a salvo cuando no estoy al alcance de nadie. Es difícil porque hoy en día siempre estás al alcance de todo el mundo. Desde que amanezco siento ese desasosiego.
Decía Kafka que despertarse es el momento más arriesgado del día.
No sé si es el más arriesgado. Para mí desde luego es el peor. No siempre fue así. Cuando tenía entre 25 y 30 años menos, el peor momento era el de irme a dormir. Siempre me iba a dormir tarde. Empezaba a pensar en el futuro, en preocupaciones de lo que estaba por venir. En cambio desde hace unos años me despierto con una especie de sobresalto; me cuesta hacerme a la idea de que debo reconfigurarme para empezar el nuevo día. Echo un vistazo a los titulares de los periódicos bastante pronto y probablemente todo me parece mucho más grave de lo que es, aunque leerlos propiamente dicho tengo la costumbre de hacerlo por la noche. Todo me parece menos grave cuando el día ya ha terminado y cuando las noticias son un poco viejas.
¿Escribir le alivia del desasosiego matutino?
No, del matutino no. Supongo que sí me sirve de desahogo. Aparte de para estar más atento a la realidad, si no escribiera en prensa me llevaría berrinches, me los llevaría en casa y a lo mejor le daría mucho la lata indignándome a los que tengo más cerca (risas). También es verdad que me ofrece la oportunidad de desahogarme, de dar rienda suelta a mi berrinche o a mi indignación con algo que sucede, o de señalar lo que me parece completamente erróneo, estúpido o lo que sea. Al mismo tiempo, como no es un berrinche de andar por casa me obliga a justificar mi postura, a razonarla, a aceptarla, a decir por qué. No basta simplemente con decir que estoy furioso por esto o aquello y váyanse todos ustedes a tomar por tal. No. En ese sentido sí me sirve. También cuando estoy escribiendo una novela me suelo sosegar un poco. En el mundo de la ficción se vive mejor; es un mundo ficticio, un mundo que es un espejismo, pero en las horas en las que escribo ficción cada vez me siento más cómodo.
¿Es otro cuando escribe ficción?
No, no creo. Escribir una novela cuesta mucho trabajo, por lo menos las mías me cuestan mucho trabajo. Siempre digo que me admira que haya tantísima gente escribiendo novelas porque creo que es un esfuerzo muy considerable y muy sostenido a lo largo de muchos meses, a veces años, horas y horas. Yo dedico varias horas a escribir una sola página; en el día suelo hacer una, dos páginas como mucho, jamás he hecho seis o siete en un solo día, soy muy lento. En realidad escribo fragmentos, luego se produce algo que no deja de maravillarme y es que lo que para mí siempre han sido fragmentos, página a página, tiene una continuidad y se puede leer como si lo hubiera escrito todo seguido.Tienes que meterte y trasladarte mucho a ese mundo y una vez que lo has logrado no es que cambies o seas otro, pero estás en un mundo que es un espejismo que ayuda a pasar la realidad.
Tiene esas dos facetas, el que mira a través de la ventana y el que mira hacia adentro, con sus artículos y con sus novelas. Pero sus novelas tienen que ver con realidades que usted mismo ha contemplado.
Claro, sucede en la mayor parte de mis novelas. No he hecho nunca novela histórica. La más "histórica" sería la última porque pasa en 1980 pero, en fin, para mí eso es parte de mi vida y no lo veo como histórico. Suelen suceder en la actualidad, me interesa el mundo en el que estoy, me interesa hablar de lo que conozco, de lo que veo. Pero el momento en el que invento unos personajes, una historia y me salgo de la realidad-real (valga la estupidez), hay otro elemento. En muchas ocasiones he dicho que lo vives: para entenderlo además de vivirlo hay que imaginarlo. Creo que es totalmente cierto, solamente cuando además de vivir lo que vives, o de que te pase lo que te pase, logras imaginártelo y lo vives también como un proceso de imaginación, sólo entonces acabas por entenderlo, por verlo cabalmente. Eso es lo que la novela te permite. Aunque mis novelas hablen normalmente del tiempo actual, es el tiempo actual pasado por un filtro que es el de la imaginación y el de la literatura.
Ha habido dos obras suyas, Negra espalda del tiempo y quizá partes de la última trilogía, en las que reconstruye una figura, la suya misma, y la de su padre o la de parte de su familia, como si estuviera realmente arañando la realidad para recomponerla, para restituirla, al menos en el caso de su padre.
No, no exactamente. Al revés: es más bien lo que acabo de decir, es trasladar lo real al mundo de la ficción, de la imaginación y convertirlo en una historia. Normalmente lo que sucede en la realidad, lo que sucede en las vidas, nos cuesta mucho verlo como historias, si acaso las vemos como historias cuando terminan. Y cuando terminan de verdad nos estamos muriendo o ya estamos muertos, con lo cual tampoco nos da mucho tiempo a acabar de ver cuál ha sido realmente la historia de nuestra vida. No la vemos como tal. Justamente cuando yo he recurrido a cosas de mi propia vida, de mi propia experiencia o de la vida de mi padre, ha sido más bien para intentar convertirlas en historias, intentar ya ver las historias con cierto sentido, como si estuvieran acabadas, aunque nada lo está en la vida real. Es precisamente como acababa mi discurso de ingreso en la Real Academia, en el que dije que quizá una de las razones por las que escribimos y leemos ficciones es porque necesitamos que de vez en cuando haya algo que se pueda contar cabalmente y que además sea irrefutable. Si contamos algo histórico puede salir un historiador que diga que no fue así, o aparecer una carta que desmienta un hecho que hayamos contado. Todo es refutable, todo es matizable y en la ficción no lo es. Aunque sean cosas que no han sucedido en principio, nadie lo puede negar ni desmentir. A veces necesitamos que algo sea contable del todo cabalmente de una vez para siempre.
Al borde de esta edad, 64 años, que refutaban los Beatles por indigna, ¿qué le parece indudable?
Lo he dicho también en alguna ocasión, que siempre hay más oscuridad alrededor, o por lo menos penumbra, de la que somos capaces de iluminar. Iluminamos un poco y, como decía Faulkner, la literatura hace lo mismo que una cerilla encendida en mitad de la noche y en medio del campo: nos sirve sobre todo para ver mejor cuánta oscuridad hay alrededor. Me parece indudable.
Volvamos al principio de nuestro desasosiego. Decía que estos últimos cuatro años han sido especialmente malos en España.
Sí, desde el punto de vista social y político sí.
Y decía también que este tiempo largo ha sido el de la mejor España. ¿Estamos en peligro de que este tiempo empeore esa impresión que tenemos de que hemos vivido la mejor España?
Claro, siempre estamos en peligro de eso y quizá ahora haya unos síntomas que espero que no cuajen, no ya de que esto se puede estropear una vez más sino de que incluso hay deseos de que se estropee. El estropeo también es una constante de la vida española, hay una especie de pulsión autodestructiva que aparece de vez en cuando y que creo que ahora está asomando la oreja de nuevo. Sí hay peligro, y hay peligro incluso de que gente como nosotros que hemos vivido plenamente este periodo de 37-38 años de democracia desde la muerte de Franco en adelante, que éramos jóvenes cuando empezó pero no niños, cuando seamos ya ancianos nos digamos: "¿Te acuerdas de aquellos tiempos tan buenos, del 82, del 92? ¡Qué buenos eran!"
Decía que usted no reacciona hasta que se baña. Es curioso porque luego se moja escribiendo.
No tiene mucho sentido no hacerlo. Escribes en prensa para bañarte en lo que opinas o no callártelo demasiado; tienes que tener una cierta consideración hacia los lectores, cierta prudencia pero no demasiada. No tiene demasiado sentido si ocupas un lugar en un periódico, como yo vengo haciendo todas las semanas desde hace más de 12 años en El País Semanal y otros ocho más con columnas semanales en dos publicaciones distintas. Digo lo que opino, intento argumentarlo, no ser arbitrario, aunque de vez en cuando lo soy, como es inevitable, pero intento razonar, argumentar, explicar por qué algo me parece estúpido o porque algo me parece injusto o erróneo. Pero insisto, creo que sí, que escribir en prensa para no decir la verdad me parece un sinsentido.
¿Qué le ha aportado como escritor la contemplación de la realidad que le sirve para hacer periodismo?
Sobre todo me ha servido para estar más atento, más alerta a lo que me rodea. Si solamente fuera novelista, si sólo escribiera mis novelas que son otro mundo completamente distinto –aunque a veces haya puntos de contacto entre mis artículos y mis novelas–, supongo que correría mucho el riesgo de estar un poco en las nubes, de estar un poco metido en mis mundos de ficción y nada más. Escribir en prensa de forma continuada y regular me obliga a estar atento, a fijarme, a pensar mejor sobre lo que ocurre, a mirar los pros y contras de las cosas y esto, no sé si como escritor pero sí como ciudadano, me hace un poco más despierto.
¿Considera que la clase literaria tiende a situarse en las nubes?
En España hay mucha tradición de novelistas que han colaborado en prensa, una tradición muy antigua que viene desde el siglo XIX. No son muchos los que sólo se dedican a las novelas, pero algunos hay que lo hacen y creo que sí –por lo menos hablo por mí–, que están un poco demasiado alejados de la realidad. Como a veces están los poetas, que quizá colaboran menos en prensa tradicionalmente, o como lo están algunos extranjeros. En muchos países no hay esa tradición. En los países anglosajones, que un novelista escriba en periódicos, a no ser que escriba de literatura, parece una cosa fuera de lugar, no hay esa tradición española, francesa o italiana. Creo que un escritor, aunque sea novelista, está acostumbrado como mínimo a observar con un poco más de atención la realidad, lo que no quiere decir que las opiniones políticas que tengamos sean más valiosas que las de cualquier otro, pero digamos que hay una manera de observar propia que quizá pueda ser útil también en la observación de la realidad social de un país.
Biografía
Javier Marías nació en Madrid en 1951. Es el cuarto de los cinco hijos del filósofo Julián Marías. Escritor y traductor, columnista del diario El País, es miembro de la Real Academia Española y autor de las novelas Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí y la trilogía Tu rostro mañana, entre otras. Recibió los premios Rómulo Gallegos, Cavour y Formentor.
¿Por qué lo entrevistamos?
Porque es uno de los escritores contemporáneos más destacados en lengua española, y un agudo observador de su país