Jane Lazarre, memoria del padre y su fe en la humanidad
En su último libro, la escritora recupera la figura de Bill Lazarre, nacido en Europa del Este, radicado en Estados Unidos y marcado por las mayores tragedias del siglo XX
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Una foto de Robert Capa acompaña desde hace tiempo la mesa de trabajo de la escritora Jane Lazarre (Nueva York, 1944). Es la misma foto que aparece en la tapa de El comunista y la hija del comunista, libro de Lazarre recientemente publicado por Las afueras. En esa imagen hay un tren de cuyas ventanas asoman –fuertes, jóvenes, sonrientes– milicianos de la Guerra Civil Española, hombres que hasta ese momento habían tenido vidas comunes: empleados, obreros, maestros, estudiantes; gente del lado no belicoso del mundo que a mediados de la década del 30 decidió empuñar las armas para defender la República. Entre esos hombres estuvo el padre de la autora, protagonista de unas memorias sagaces, profundas, bellas y tan dolorosas como solo puede serlo la palabra que nace de lo más hondo del amor.
“¿La Guerra Civil Española? ¿Qué es eso?” Durante años Jane Lazarre escuchó esa pregunta de boca de amigos, compañeros de estudio, alumnos, vecinos. Y durante años –incluso hoy– se vio a sí misma rememorando los hechos de un conflicto cada vez más lejano y de una página poco divulgada de la historia norteamericana: la Brigada Lincoln, aquella que Lazarre padre había integrado, formada por voluntarios estadounidenses que pelearon junto a los republicanos españoles contra las tropas de Franco, la aviación alemana, las tropas y pertrechos italianos. Eran batallas desiguales (las grandes potencias democráticas habían abandonado a la República a su suerte) y la Brigada Lincoln, como tantas otras brigadas internacionales, sufrió espantosas pérdidas.
Pero El comunista y la hija del comunista no es un libro sobre la contienda española aunque ese hecho, uno de los momentos más intensos en la vida de Bill Lazarre, brille con luz propia. El libro es una indagación, por momentos lacerante, en la figura del padre. Es también una reflexión sobre un tipo de subjetividad política –podría decirse existencial– que, como las batallas de los años treinta, comienza a resultarnos singularmente exótica.
La vida de Lazarre padre acumuló casi todas las heridas que pudo haber provocado el siglo XX: niño nacido en Rumania que demasiado pronto supo el significado de la palabra pogrom; inmigrante en los Estados Unidos –habitante por ello de dos lenguas, dos culturas, dos universos–; adolescente que abrazó, de una vez y para siempre, la fe laica que aportaba el marxismo; activo militante del Partido Comunista que no veía en esto una contradicción con la defensa de la democracia estadounidense; estoico ciudadano una y mil veces amenazado con la deportación en tiempos del macartismo; torturado sobreviviente de la sangría española; hombre devastado a fines de los años cincuenta, cuando la evidencia de los estragos del estalinismo ya era demasiada y las convicciones que lo habían sostenido toda una vida crujieron y lo arrasaron, hechas trizas.
“Dentro de ti, en algún lugar, está la persona libre de la que te estoy hablando. Encuéntrala y permite que haga algún bien al mundo”: Lazarre cita a Toni Morrison en un libro al que es difícil hacer justicia en pocas líneas. Porque El comunista y la hija del comunista es una obra construida a partir de capas que se entretejen todo el tiempo. Lazarre es la hija que habla del decisivo y siempre incompleto lazo que nos une a nuestros padres. Y es la intelectual que exhibe el modo, también decisivo e incompleto, con que la palabra nos construye y nos impulsa a enlazarnos con los otros.
El momento en que narra la muerte del padre posee la sobriedad justa, esa que va como una flecha, directo y exacto al corazón. Lo mismo cuando recuerda el empeñoso tesón lector del hombre autodidacta, digno hasta el final, renacido a la intensidad de la vida con la llegada de su nieto y capaz de confesarle a su hija, a contramano de todas las crueldades de la Historia: “Mi fe en la humanidad no conoce límites.”