Jacques Attali: “No podemos volver a la vida de antes, que nos condujo a la catástrofe”
En su nuevo libro, el pensador francés propone una “economía de la vida” en la que el valor del altruismo reemplace al egoísmo y privilegie una conciencia ecológica que tenga en cuenta a las generaciones futuras
- 12 minutos de lectura'
PARIS
Hay que reconocerlo, Jacques Attali es una personalidad fuera de lo común. Un hombre con una capacidad intelectual y una carrera profesional que provocan asombro. Hasta sus críticos más encarnizados lo reconocen. Alto funcionario, consejero de Estado, maestro de conferencia en la prestigiosa Escuela Politécnica francesa, fundador y primer presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD), cofundador de Acción Contra el Hambre, hoy dirige el grupo Positive Planet.
Pero, sobre todo, Jacques Attali es conocido por el público internacional por haber sido el consejero especial del presidente socialista François Mitterrand entre 1981 y 1991. Hoy algunas fuentes le adjudican una auténtica simpatía por el actual jefe del Estado francés, Emmanuel Macron. Aunque lo mismo solía decirse en relación con su antecesor, el conservador Nicolas Sarkozy, para quien presidió en 2007 una comisión encargada de planificar el impulso del crecimiento económico francés y de hacer frente a los desafíos macroeconómicos actuales.
Attali publicó más de ochenta libros, entre novelas, ensayos, piezas de teatro, cuentos infantiles y biografías. En su última obra, La economía de la vida, que Libros del Zorzal acaba de editar en la Argentina, Attali lanza una advertencia ante la evolución incierta de la crisis sanitaria que azota al planeta, un film de horror al cual la humanidad parece haberse resignado sin preocuparse por sus consecuencias a futuro.
“A mitad de camino de la actual batalla hacían falta una síntesis y una perspectiva, a fin de tomar conciencia de lo que queda por hacer y prepararnos para lo que viene”, afirmó en una reciente entrevista virtual con La Nacion en París. Sin embargo, la improvisación y la inconsciencia generalizada –con escasas excepciones en el planeta– no lo sorprenden. En 2009, durante la epidemia de gripe H1N1, este agudo pensador nacido en Argel en 1943 en el seno de una familia de comerciantes judíos ya escribía sobre la posibilidad de nuevas “pandemias incontrolables” y sobre la necesidad de prever los medios para responder a las crisis sanitarias mundializadas.
–¿No es usted una Casandra que predica en el desierto desde hace años?
–¿Y cuál es el problema?
–Quisiera saber qué efecto le produce esa falta de reacción.
–Va llegando, va llegando. La gente ha tomado conciencia de los peligros del clima. Con la pandemia toma conciencia de la importancia de la higiene. Esta crisis es muy cara en número de vidas, pero acelera la toma de conciencia de la importancia de lo que yo llamo “una sociedad positiva”. Un concepto fundamental en esa sociedad es el altruismo, es decir, ocuparse del bienestar de todos, incluso de las generaciones futuras; y otro es la economía de la vida, que alude a los sectores de la economía útiles a esa sociedad positiva.
–En Francia, su libro se publicó en junio de 2020. ¿Hay algo que quisiera cambiar? ¿Hay alguna región o país que lo sorprendió con su gestión de la crisis?
–El diagnóstico sobre la importancia de la economía de la vida, sector que es necesario desarrollar, sigue siendo correcto. Lo que digo sobre el lugar de la muerte en nuestra sociedad o el riesgo de proletarización mantiene una vigencia absoluta. Quizá hubiera querido insistir más en el hecho de que ahora que tenemos la vacuna la prioridad máxima es, justamente, vacunar a la totalidad del planeta. Pero cuando hablo de cambiar la economía también incluyo ese punto.
–En su libro usted es muy severo ante la gestión económica de la crisis por parte de los gobiernos.
–Hay una gran mentira general en todas partes. Se finge que todo va bien y no se quiere ver la realidad. Tanto en la vida privada como en la pública solo se puede avanzar aceptando y reconociendo los propios errores, íntimamente y ante los demás. Sin embargo, no vemos eso en ninguna parte. Bolsonaro lo admitió en estos días, pero la situación en su país es dramática. En Europa nadie es capaz de decir algo así. Los líderes europeos repiten que hicieron todo muy bien, que la reacción fue la adecuada, lo cual es grotesco. Se equivocaron. Se fascinaron con el ejemplo de China y su confinamiento, que era el mal ejemplo a seguir. Hoy debemos reconocer que Corea del Sur era el buen ejemplo, con tapabocas y testeos y rastreos, pero sin confinar al conjunto de la población ni detener la economía. Ese país tuvo poquísimos muertos porque impuso de inmediato la estrategia de barbijo-tests-aislamiento. No hay razón para que Francia, que tiene 65 millones de habitantes, haya tenido muchos más muertos que Corea del Sur, que hoy tiene dos mil decesos. Hoy China pretende haber triunfado y ser la gran potencia planetaria, pero fue la causa de la pandemia. Y escondió la pandemia al mundo. Primero se la ocultó a sí misma. Los chinos no supieron al más alto nivel gubernamental lo que sucedía durante demasiado tiempo debido a la censura interna, extremadamente fuerte, y dejaron que la pandemia se desarrollara a pesar de que había muchos más muertos de lo que ellos mismos reconocen.
–Más allá de la crisis, usted tampoco parece creer que China será la gran potencia que desplace a Estados Unidos.
–Ese argumento es falso, aun cuando el crecimiento chino es indiscutible. No creo en la perennidad del régimen actual de China, una nación con una cultura magnífica, que admiro. La lección de todo esto es que la democracia es menos mala que la dictadura. En las democracias son malos los que mienten.
–¿Cómo impactará la pandemia en la economía global y qué deben hacer los países al respecto?
–La prioridad es reorientar la economía hacia los sectores de la economía de la vida. Antes que nada al sector de la salud, de la higiene, la educación, la digitalización, la agricultura, la alimentación sana.
–Antes de pasar a la economía de la vida, usted dice que no soporta que la gente diga que quiere volver “a la vida de antes”. ¿No es normal que la gente pretenda volver a la supuesta libertad que sentía antes de la pandemia?
–Pero es que “la vida de antes” era una vida sin preparación ninguna para los riesgos, donde se sigue contaminando y se crean las condiciones para un desastre climático. Donde no hay inversión en la economía de la vida, es decir, en investigación e innovación. Donde se sigue desarrollando una industria textil delirante, una industria petrolera delirante, una industria del plástico delirante, una industria automovilística delirante. Esa es la vida de antes que nos condujo a la catástrofe y provocará otras catástrofes.
–¿Podemos desarrollar un poco más ese concepto que hace el título de su libro, la economía de la vida?
–El altruismo es verdaderamente el modelo ideológico que me parece importante. Es darse cuenta de que está en nuestro interés ocuparnos del otro, que el otro tenga un barbijo, que esté bien cuidado, que reciba su vacuna, que tenga educación. Es nuestro interés que el otro sea feliz. Una sociedad que no tiene futuro es aquella en la que la gente piensa que lo único que importa es el interés propio, olvidando el de los demás. Es lo que vemos en las redes sociales, ese egoísmo general. Es un gran debate ideológico, decidir entre altruismo y egoísmo. El segundo concepto de esa sociedad positiva es la necesidad de un altruismo particular, no hacia nuestros vecinos o nuestros contemporáneos, sino hacía las generaciones futuras. Esto es menos evidente, pero no debemos olvidar que las generaciones futuras llegarán en un abrir y cerrar de ojos. Son ellas las que van a trabajar, pagar nuestras jubilaciones, crear la sociedad tecnológica del futuro. Todos necesitamos de ellas. Y el tercer concepto en esa sociedad positiva es que no puede desarrollarse si la economía no está concentrada en los sectores que mencioné más arriba: la salud, la educación, la seguridad, la cultura, el mundo digital, la agricultura, la investigación, la libertad, los medios, la democracia, las energías limpias, el agua y el aire limpios. Son los grandes sectores del futuro, que deben crecer en detrimento de sectores que hay que abandonar como las energías fósiles, el plástico, el textil (la gente no tiene necesidad de cambiarse 14 veces por día), la mecánica, el turismo como se lo practica actualmente, las industrias aeronáutica y automovilística, que son suicidas en términos de cambio climático.
–Pero ¿cómo llegar a eso en un mundo dominado por los gigantes de internet que son, en términos económicos, más poderosos que los Estados, y donde los jóvenes se sienten lejos de la política?
–Es verdad. Pero al mismo tiempo, las redes sociales crean las condiciones de un acercamiento entre la gente. Pueden ser instrumentos de reunión, de proyectos positivos.
–De modo que, según usted, los Gafam (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) podrían jugar un papel benéfico en esa sociedad positiva.
–El gobierno chino tomó conciencia del peligro que representaban sus Gafam propios y tomó las medidas necesarias para asegurarse de que sean controlados. El gobierno de Estados Unidos debería advertir que está en su propio interés controlar esos gigantes de la tecnología, y eso por supuesto iría en el interés de todos.
–Usted dice en su libro que es la relación con la muerte lo que define una civilización. ¿Cuál es esa relación en nuestra civilización occidental?
–De negación. Hay que ignorar la muerte, no verla, esconderla. No vemos a los muertos, los olvidamos. Pero la pandemia nos recordó esa realidad, nos la hizo visible. No la podemos ocultar, porque todos sabemos que hay una gran cantidad de muertos y casi todos perdieron a alguien cercano. Y se dio el caso de que la gente moría sin poder ver a sus seres queridos, una realidad dolorosa que paradójicamente nos coloca en una suerte de paroxismo de la sociedad actual.
–¿Es decir?
–Si seguimos en esta trayectoria, podemos imaginar una situación en la cual, a partir del momento en que la gente se acerca a la muerte, se los borre, se deje de verlos y no se hable más de ellos. Que incluso los ritos funerarios desaparezcan. Cuando uno niega la muerte, vive en la abstracción. En consecuencia, se deja de poner dinero en la salud o en las generaciones futuras. Uno se transforma en un simple receptor aprovechable por el poder, un instrumento que le permite perdurar.
–Ahora que Joe Biden remplazó a Donald Trump, ¿cuál es su lectura sobre el futuro político de Estados Unidos?
–Los Estados Unidos se siguen considerando los dueños del mundo. En ese sentido, los nuevos dirigentes norteamericanos no son diferentes de los precedentes y siguen hablando como si fueran quienes decidirán todo, lo cual es absurdo. La sociedad estadounidense se encerrará cada vez más en sí misma, mientras el país se orientará hacia el Pacífico, alejándose del Atlántico. Estamos hablando de una sociedad que tiene enormes problemas por resolver y por eso habrá un repliegue sobre sí misma, a fin de crear las condiciones de su supervivencia. Estados Unidos seguirá, en todo caso, siendo durante mucho tiempo una inmensa potencia.
–¿Acaso Europa está perdiendo la gran ocasión de transformarse en un poder alternativo de equilibrio? ¿Perdió la oportunidad que tuvo durante los años Trump de organizarse en forma independiente de Estados Unidos?
–Europa sigue teniendo los medios de transformarse en una gran potencia. Para eso, no tiene que mentirse. No puede, por ejemplo, decir que es la mejor en el terreno de las vacunas cuando en realidad es muy deficiente.
–Pero ¿qué otra cosa podía hacer la Unión Europea en ese terreno, teniendo en cuenta que la cuestión sanitaria no estuvo nunca dentro de sus prioridades? ¿Usted cree que hizo mal en decidir una compra conjunta de vacunas para los 27 países del bloque, por ejemplo?
–Creo que Europa hizo muy bien en decidir la compra común, porque separadamente los franceses hubieran sido aventajados, los alemanes también y los españoles hubiesen sufrido un desastre. Pero eso no quita lo que hicieron mal. Ignoramos que había laboratorios, por ejemplo en Alemania, subvencionados por el bloque y que hicieron acuerdos con países extranjeros y les vendieron primero a ellos. Fuimos incapaces de hacer como Gran Bretaña y Estados Unidos, que dijeron “ya que les dimos dinero para la investigación, nosotros tendremos prioridad en la distribución de sus vacunas”. Eso es lo que hicieron los ingleses con AstraZeneca y los norteamericanos con Pfizer. Pero la vacuna Pfizer fue desarrollada por BioNTech, una firma alemana. La verdad es que se cometieron grandes errores.
–Tanto China como Rusia aprovecharon la pandemia para practicar la diplomacia de la vacuna, un soft-power que les permitió hacerse presentes en todo el mundo en vías de desarrollo, y en América Latina en particular. ¿Cree usted que Europa, a través del programa Covax o por su cuenta, podría haberse hecho mucho más presente?
–Es precisamente lo que estamos tratando de hacer, con muchísimo atraso. Pero reconozcamos que es muy difícil dar vacunas que uno mismo no tiene. La verdad es que Europa en esta crisis se comportó muy mal. En todo caso, yo no creo que esa influencia china o rusa a través de su diplomacia de las vacunas tenga consecuencias perdurables en todos esos países.
PERFIL Un espíritu renacentista
■ Attali nació en Argel en 1943. De origen franco-judío, su familia emigró a París en 1956, cuando Jacques tenía 13 años. Allí estudió en la Escuela Politécnica, la Escuela de Minas, el Instituto de Estudios Políticos y la Escuela Nacional de Administración (ENA). Es doctor de Estado en Ciencias Económicas.
■ Fue asesor del presidente François Mitterrand y primer Presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, entre 1991 y 1993. Con la colaboración de Muhammad Yunus, fundó en 1998 PlaNet Finance, una ONG internacional que promueve el desarrollo económico en los países más pobres.
■ Ha publicado más de 80 libros, entre ellos Fraternidades. Una nueva utopia (2000) y Breve historia del futuro (2007). Un apasionado de la música, toca el piano y es, desde 2003, director de la Orquesta Universitaria de Grenoble