Italia: volver a empezar, un mandato político-institucional permanente
La península celebra hoy el 76º aniversario de la proclamación de la República
Partiendo de Piazza Venecia, en pleno centro de Roma, es posible desembocar en la Via del Plebiscito. La denominación de esta emblemática calle alude a un procedimiento que, en la vida civil y política de la milenaria cultura peninsular, ha decidido más de una vez los destinos de la civilización europea. En estos días, sin ir más lejos, un referéndum decidirá si se modifican procedimientos y reglas de la Justicia italiana.
Pero hubo otros, históricos. En 1870, nueve años después de la fusión casi total de distintos reinos y ducados de la península, era necesario incorporar también a Roma, único bastión que se resistía a integrarse, y fue un plebiscito el que determinó que la voluntad popular unificara en su totalidad, por fin, a ese reino común, aquel que, bajo el lema “Viva VERDI” (sigla que ocultaba en clave la proclama patriótica “Viva Vittorio Emmanuele Re d’Italia”), había posibilitado cohesionar un mapa fragmentado.
Fue otro plebiscito (esta vez más reñido pero más contundente) el que determinó que el 2 de junio de 1946, hace hoy 76 años, Italia abandonara la monarquía y adoptara un régimen más acorde con el espíritu del siglo XX: doce millones de italianos eligieron ser república, con la consiguiente elección de la Asamblea Constituyente. No fue fácil; la diferencia a favor de ese horizonte republicano soñado por Giuseppe Mazzini en el siglo XIX y acorde con las democracias occidentales, no fue abrumadora: 1.800.000 votos de ventaja sobre un total de algo más de 24 millones de sufragantes, de los cuales la mayoría (13 millones) eran mujeres. “Era la euforia de una mitad frente al silencio de la otra mitad –evoca hoy Francesca Ambrogetti, veterana periodista de la agencia ANSA que se instaló en la Argentina poco después-. Pero pronto comprendimos hasta qué punto nos habíamos salvado de la bancarrota.”
Aunque ajustado, el impacto fue decisivo y marcó el punto de arranque en aquella Europa todavía en ruinas, esforzada en reconstruirse al cabo de la Segunda Guerra. Era la Italia que volvía a resplandecer en el mundo. En la cultura y el arte, ante todo: desde el Festival de Cannes, primero, y luego en Hollywood (un Oscar), ese mismo año Roberto Rossellini daba un aldabonazo internacional con el neorrealismo desgarrante de su Roma, ciudad abierta, mientras –y en otra dimensión- en ciudades peninsulares desarrolladas crecían industrias que impondrían avances tecnológicos dentro y fuera de Europa.
Ciudadanas con voz propia. El giro que dio el país en la posguerra apuntaba a consolidar valores fundamentales, como el rigor de la legalidad y los derechos civiles. El implícito “pacto de la ciudadanía” que hoy se reafirma comprometía a los ciudadanos, claro, pero, por primera vez, a las ciudadanas, y su inclusión cívica marcó un hito histórico (dicho sea de paso, la Argentina adoptó esa innovación en las elecciones de 1951).
“Yo estaba ahí, aquel 2 de junio de 1946″, proclamó una vez la señora Romilda Mirri, hoy de 101 años. “Yo tenía 25 años –decía-, y antes de ese día las mujeres nunca habíamos votado. Fui con una cuñada y una amiga: las tres esperábamos un hijo. Reíamos, nos parecía una fiesta, después de los padecimientos de la guerra”. El pacto suscripto por hombres pero también por mujeres de Italia en pos de la construcción de “una casa común” gracias al referéndum, es uno de los tópicos más caros al presidente Sergio Mattarella, el jurista palermitano que, con sus 80 años, hace escasas semanas asumió su segundo mandato consecutivo (otro hito histórico).
“Para mí, triunfó la República porque votaron las mujeres: eran ellas, sobre todo, quienes querían cambiar” (Romilda Mirri, 101 años)
En un discurso reciente, Mattarella afirmó principios de reapertura universal en una jornada contra la homofobia, en un llamado de atención hacia la persona, exaltando, a la vez, “lo diferente y la igualdad (la tan invocada uguaglianza sostanziale), sobre la base de nuestra convivencia, sin discriminación social en niveles estudiantiles ni deportivos”. Y uno de los ítems capitales de esa reapertura, que ya subyacía en los principios de la vapuleada “primera República” nacida en 1946, se resume en un verbo que se instituyó en lema: ripartire, esto es, arrancar de nuevo, renacer –si cabe el símil clásico-, algo que en este 2022, acaso con más argumentos que en otras etapas, vuelve a imponerse como leitmotiv político-antropológico.
Orden interno, contexto inquietante. El escenario de la celebración de este año presenta ribetes excepcionales, empezando por la vecindad: Angela Merkel ya no lidera en Alemania y Emanuel Macron acaba de ser reelecto en Francia. Y en Italia, después de un riesgoso coqueteo con soluciones populistas que desembocaron en crisis, en febrero del año pasado -se recordará- el presidente Mattarella, al cabo de infructuosos encargos para formar nuevo gobierno y con respaldo parlamentario, decidió nombrar en calidad de presidente del Consejo de Ministros (premier) a Mario Draghi, a la sazón presidente del Banco de la Unión Europea, lo que deparó un inédito acuerdo entre tendencias políticas antagónicas.
Suerte de “milagro” de unidad y eficacia, su celeridad despertó exultantes reconocimientos internacionales (incluidos, claro, los de los hijos de italianos que poblamos la Argentina).
Aun para un experimentado economista como Draghi, la responsabilidad de este incarico investía e inviste un desafío enorme. Sin embargo –como señaló la semana pasada la analista política lombarda Monica Guerzoni en Corriere della Sera-, “Se lo describe sereno y tranquilo, como puede serlo el capo de un gobierno sostenido por partidos que se hacen la guerra entre ellos, porque sabe apelar a las reformas que Europa le pide, usándolas como armas”. Y ante eventuales incidentes parlamentarios que pudieran tentar al voto anticipado, “Draghi no se mueve ni un milímetro –insiste Guerzoni-; para él, la brújula es la que imponen ‘las cosas que hay que hacer’ y no ciertamente las banderías electorales de las fuerzas políticas”.
No estaría de más que la dirigencia política argentina tomara nota de la sensatez de algunos de esos procedimientos en tiempos de emergencia, así como de la disposición al diálogo de sus pares itálicos.
El ciudadano común este año volverá a presenciar la Parata (el desfile), después de las prolongadas restricciones que impuso la temible dupla pandemia/cuarentena. La Festa conmemorativa del aniversario de la República, sin embargo, disipará solo momentáneamente el alerta por un entorno que no se perfila precisamente con rasgos festivos. La convocatoria pone en foco cuestiones candentes en todo el continente, generadas en la desgastante invasión rusa a Ucrania, e insinúa un dilema implícito que no acaba de resolverse: soporte bélico/negociación diplomática. En cualquier caso, actualiza la solidaridad indeclinable de los italianos con la ciudadanía ucraniana.
Draghi reitera la necesidad de “un compromiso por la paz, en una línea compacta entre Bruselas (la UE) y la OTAN”, mientras en la agenda de emergencia presionan la cuestión energética (a pesar de que el Ministerio de la Transición Ecológica prevé incrementar la “energía renovable”), la crisis alimentaria que está deteriorando a millones de seres en latitudes diversas, y –entre otras calamidades- la amenaza de una expansión geográfica del conflicto bélico.
En el aniversario de una República que se afianza, el gran desafío reside, entonces, en mantener la unidad en un marco continental civilizado, objetivo explícito en otro lema instalado en el gobierno, tan contundente que no necesita traducción: “La pace unirà, la guerra no”.
Mientras, tres aviones rasgan el aire; un humo tricolor –blanco, rojo y verde- rubrican, en el cielo, una auspiciosa jornada. #