Irresponsabilidad y devaluación
Por Rodolfo Terragno Para LA NACION
Hasta la semana pasada, parecía que los políticos comprendían la gravedad de la crisis. Ningún candidato con posibilidades había intentado consolidar su posición con anuncios demagógicos. Ninguno había propuesto el default . Todos habían terminado por reconocer que la "reestructuración consensuada" -considerada una "ingenuidad" cuando la propuse- era viable y proveía la única salida real al problema del sobregiro. Ninguno había postulado, tampoco, la devaluación. Ni la dolarización. Todos habían comprendido que la Argentina debía escapar, por igual, a "las tres D": default , devaluación y dolarización.
El 3 de octubre del año pasado, al presentar un plan económico alternativo, alerté sobre el peligro de caer en alguna de "las tres D": todas ellas, aseguré, eran "funestas". Siguen siéndolo, y no soy el único que lo advierte: lo mismo piensan todos los candidatos que encabezan las encuestas, en los distintos distritos. No es poca cosa para esta economía, corroída por la incertidumbre, que candidatos de distinta extracción hayan llegado a tal consenso.
Sin embargo, la desesperación de otros ha introducido, en la agenda electoral, una discusión tan inútil como peligrosa. En vez de exponer sus propias ideas, algunos aspirantes han tratado de mellar el liderazgo de los que están al tope las encuestas. Con ese afán, han llegado a "denunciar" una presunta "conjura" para devaluar.
Es como jugar con fuego.
El sábado, The Washington Post escribió: "Seis semanas después de recibir una asistencia de 8000 millones de dólares para aliviar una irritante crisis financiera, la Argentina -la tercera economía más grande de América Latina- ha virado bruscamente para peor, y creado nuevas dudas acerca de la capacidad de su gobierno de defender el peso y atender el servicio de la deuda, que alcanza a 132.000 millones".
La alarma había sonado en los mercados cuando se supo que la recaudación impositiva de septiembre había sido 14 por ciento inferior a la de septiembre de 2000. La campana empezó a repicar más fuerte aun cuando se reveló que las reservas de oro y divisas habían caído 1100 millones, y los depósitos bancarios, 458 millones. El riesgo país llegaba, al comenzar esta semana, a 1876: el más alto del mundo, excepto el de Nigeria.
En estas condiciones, decir que se está estudiando la devaluación equivale a arrimar una lumbre al barril de pólvora. Si las autoridades argentinas tuvieran hoy la insensatez de devaluar, desatarían una corrida cambiaria, la cual se comería las reservas y dejaría al país dolarizado de facto. La recesión se transformaría en una depresión feroz, que podría traducirse en una merma de hasta 15 por ciento en el producto bruto. El daño al tejido social sería, por mucho tiempo, irreparable. No hace falta que la versión tenga asidero para que resulte maléfica. Si la mentira fuera creída, la gente se apresuraría a retirar depósitos y comprar dólares. Estaríamos ante una profecía autocumplida.
Cambio de política económica
Según voceros del Palacio de Hacienda, postular el cambio de política económica (y, por lo tanto, de ministro) también crea zozobra. No es cierto. En tanto la Argentina no tome la decisión unilateral de suspender los pagos de la deuda, y no altere su régimen cambiario, el relevo del equipo económico no creará, en los mercados, más inquietud de la que ya existe. Al contrario, según sea ese cambio, provocará expectativas favorables.
Con sólo leer los cables de las agencias internacionales, o acceder a las páginas Web de los grandes diarios extranjeros, se comprobará que el mundo cuestiona cada vez más la sensatez de nuestra política económica. El sábado, Associated Press informó que "los votantes argentinos están frustrados con el gobierno porque éste no ha creado empleo para resolver el crónico problema de la desocupación, que ahora llega a 16,4 por ciento. En cambio, ha implementado una serie de cortes presupuestarios para permitir el pago de la deuda externa". Un día antes, la agencia Reuters informó que "los operadores de mercado se manifiestan frustrados con la falta de progreso que, después de tres años de recesión, exhibe la Argentina. A juicio de ellos, los días del ministro de Economía, Domingo Cavallo, estarían contados". La agencia citó a Aryam Vázquez, un analista financiero con sede en Nueva York, que declaró: "Los inversores están muy disgustados. Tengo la sensación de que el mercado ya está harto de Cavallo".
Una de las razones de ese hartazgo hay que buscarla en las reacciones del equipo económico cada vez que los hechos ponen en evidencia sus errores. La caída en la recaudación impositiva es consecuencia de los recortes de salarios, jubilaciones y pagos a proveedores del Estado: una medida que contribuyó a la reducción del consumo privado y, por lo tanto, hizo descender el nivel de actividad. Sin embargo, ante la merma de ingresos, el equipo económico no tuvo mejor idea que anunciar un nuevo recorte indiscriminado, de 890 millones, que sería practicado durante el cuarto trimestre, y que se sumaría a otro, ya anunciado, por 900 millones. El analista David Plumb, de Bloomberg, opinó: "El plan agravará la recesión, que lleva tres años, y contraerá la recaudación impositiva, según creen los inversores, a los que inquieta la posibilidad de que la Argentina entre en cesación de pagos". Los analistas coinciden en que esas medidas disminuirán aún más el consumo. A juicio de Charles Cassel, que maneja títulos de países emergentes para Standard Asset Management y se desprendió hace unos meses de casi todos los bonos argentinos, "esa política empeorará aún más la situación del país".
No hay tiempo que perder
Cavallo no es atacado por su defensa de la convertibilidad. Ni siquiera los principales críticos del currency board piensan que, en la situación actual, el ministro debiera innovar en materia cambiaria. Nadie lo critica, tampoco, por su resistencia a la dolarización: una "solución" cuyos defectos no pueden negar los mismos que la postulan. Se le critica su plan, que ha fracasado en el intento de reactivar la economía. Los observadores querrían ver que la deuda, el gasto y el déficit representan un porcentaje cada vez menor del producto bruto. Saben, a la vez, que el mejor modo de conseguirlo es hacer crecer el producto bruto: un objetivo que está fuera de los planes o de las posibilidades de Cavallo.
Los analistas le imputan al ministro, además, un pésimo manejo del problema de la deuda. Tanto que, por eso, le han cortado el crédito. Los mercados saben que el servicio de esa deuda es "insostenible", y no entienden por qué el ministro se niega a discutir, seriamente, una reestructuración consensuada. Hoy en día, esa reestructuración beneficiaría a todos. Reduciendo la tasa de interés a 5 ó 6 por ciento, pero con una garantía internacional:
- La Argentina alcanzaría un genuino "déficit cero".
- Los acreedores sustituirían títulos muy "rentables", pero de cobro harto dudoso, por títulos de rendimiento normal y cobro seguro.
- El Tesoro norteamericano y los organismos multilaterales dejarían de poner ingentes sumas de dinero para que la Argentina pague tasas cinco veces superiores a las norteamericanas. En cambio, inmovilizarían sumas (mucho menores) para que sirvieran de garantía a los nuevos títulos.
Esta es la solución que propone el secretario del Tesoro norteamericano, Paul O´Neill. Es incomprensible que, hasta ahora, nuestras autoridades económicas hayan preferido pagar más (no menos) intereses. El megacanje es una prueba de este despropósito que, a los ojos del mundo, nos ha hecho aún más vulnerables. Ahora, no hay tiempo que perder. Como dice Christian Stracke, del Commerzbank Capital de Nueva York, "las noticias sobre la Argentina son cada vez peores. La situación fiscal se deteriora rápidamente y se vuelve urgente un canje de deuda subsidiado".
La Argentina necesita una urgente R, la R de reestructuración, que le permita eximirse de los infiernos prometidos por cualquiera de las tres D.
Necesita, también, que ciertos políticos hagan un esfuerzo de responsabilidad. Hay cosas con las que no se juega. Por ejemplo, esas peligrosas letras D.