Investir con pasión
Con vestido azul y zapatitos blancos, Natasha Binder, de 10 años, se sentó frente al piano decidida y sonriente. El Teatro Colón desbordante recibió con aplausos cálidos a esta nena que maravilló a su público como solista aquella tarde de agosto. Escucharla fue una experiencia conmovedora. Una pianista excepcional. Una chiquita deliciosa, que generó una atmósfera de encanto por el concierto de Grieg, que estaba ejecutando con la orquesta que dirigía Francisco Noya. Con gestualidad lúdica se acomodaba en el taburete, recorriéndolo de un lado a otro para abarcar el ancho de un piano que la excedía.
Concentrada y con un dominio pleno de la escena, Natasha expresa pasión por lo que está haciendo. En el lugar de apoyo de las partituras se espejaba su rostro. Discreta, enérgica, conectada con el resto de la orquesta y en sintonía con su dirección, vibraba con los acordes de una obra compleja.
Al finalizar la obra, el beso y abrazo cómplices con el director que la alza en su gesto, sintetiza quizá su candidez, su compromiso y su entrega intensa al piano, a la música.
Natasha pertenece a la quinta generación de músicos notables de su familia. La música la alimentó desde siempre. A los tres años ya le pidió a su abuela Lyl que le enseñara a tocar el piano. Madre, tío, abuela y bisabuelos concertistas, en ese contexto familiar crece esta nueva pianista.
Sin duda el estímulo de su nido y sus orígenes fueron decisivos en esta historia singular. Pero ni la herencia, ni la inspiración, ni la enseñanza metódica pueden dar cuenta por sí solas de un talento musical como el de esta niña. Tampoco es necesario poder explicarlo. Sí en cambio resulta interesante preguntarnos qué nos transmite este fenómeno además de su excelencia musical. Porque más allá de su condición prodigiosa, asistimos a una fiesta que nos incluye y nos desafía a quienes no somos músicos. Nos enfrenta a la evidencia del efecto innegable que tiene a cualquier edad investir algo con pasión.
En nuestra lengua este verbo es quizá el que más se acerca al secreto que queremos descubrir. Investir es llenar de energía, es disponernos con intensidad, es entregarnos plenamente al ejercicio de una profesión, un deporte, un amor o un concierto para piano. La primera de estas experiencias vitales que necesita ser investida es la relación de una madre con su hijo. Es allí en donde la sensibilidad materna, su disponibilidad y ternura nutren a quien recién nace. Luego, en el camino de la vida, la fuerza del deseo y el empuje con el que encaramos nuestras elecciones, vocacionales, ocupacionales y afectivas tendrán efectos decisivos en sus resultados.
Al terminar el concierto, el público ovacionó a esta pequeña gran pianista. La atmósfera de familiaridad y asombro que se había generado en quienes asistimos al concierto nos convocaba a todos. Sin duda el lenguaje musical y su misterio seducen. Circulan por sus cauces creatividad, potencia y emociones. La música evoca vivencias, recuerdos. Nos conecta con nuestro interior y nos acerca al otro. Nos enseña a escuchar y a escucharnos. Nos deja con ganas de más. Con un bis de Chopin interpretado con exquisita naturalidad y destreza. Natasha nos regaló ese plus.
El entusiasmo era efervescente, contagioso. Nos alentaba a impulsarnos con envión a aquello que nos da placer sin darle la espalda al esfuerzo, apostando al compromiso y transmitiendo sobre todo apasionamiento, como el que Natasha lleva en la sangre.
La autora es psicoanalista