Invasiones inglesas: revisionismo y política
Al cumplirse 200 años de la gesta, el gobierno bonaerense alienta una reinterpretación de los hechos que marca líneas de continuidad entre el presente y un pasado leído en clave política
Es probable que los servicios de inteligencia no le hayan prestado demasiada atención a esto (¿o sí?): desde hace diez meses, por lo general en días lunes, algunos civiles y militares en actividad se reúnen en un edificio de Luján que tiene techos altos y paredes gruesas. El grupo está conducido por un coronel. Acopia armas, uniformes, pertrechos de toda índole. Civiles y militares pasan horas y horas imaginando próximos combates, trazan mapas a mano alzada y discuten acerca de cómo movilizar al pueblo. ¿Una conspiración para derrocar a Kirchner? No exactamente. ¡Están planificando la Primera Invasión Inglesa!
Igual que hace doscientos años, tienen previsto empezarla el 25 de junio en las costas del sur de la ciudad. Claro, le dicen recreación, no invasión. Las batallas y escaramuzas van a durar 50 días y, ya se sabe, perderán los ingleses, que serán expulsados. Esta vez no habrá muertos ni heridos ni mucho menos aceite hirviendo, pero eso porque -contra lo que se cree- tampoco sucedió entonces, cuando el aceite, escaso, era cosa de ricos. A diferencia, también, del desembarco de 1806, pergeñado por Sir Home Riggs Popham, éste se les ocurrió el año pasado al gobernador Felipe Solá y al teniente general Roberto Bendini, un día que se encontraron en una cabalgata para rendir honores a la Virgen de Luján, mientras divisaban en el horizonte a jinetes con parafernalia gauchesca, entre ellos el bigotudo Aníbal Fernández, no un homónimo del ministro del Interior sino el ministro del Interior. Allí se inspiraron para "actuar" la historia, rendirle así homenaje y -asunto que no parece de ornamentación- rediscutirla.
Tiempo después Solá firmó el decreto por el que se creó la Comisión Provincial del Bicentenario, léase provincial con énfasis. La puso en manos de Ernesto Jauretche, igual que su tío Arturo Jauretche -dentro del peronismo, el autor más reverenciado-, un devoto del revisionismo histórico. Astuta patriada, la provincia decidió así patear la primera pelota del Bicentenario (a propósito: está previsto que ninguna batalla recreada de la Primera Invasión Inglesa coincida, en cuanto al horario, con las batallas de la gesta futbolística mayor, lo que equivale a rendirse con realismo a la competencia catódica) y puso su sello en las conmemoraciones que, ya con el padrinazgo de la Casa Rosada -quién sabe con qué matices-, desembocarán en el gran bicentenario de 2010.
En verdad el primer bicentenario es, en cuestión de horas, el de la derrota de la primera invasión que, también es cierto, comenzó en lo que es hoy territorio provincial. La escuadra británica -no eran sólo ingleses- desembarcó en las costas de Quilmes y al principio casi no halló resistencia. Ni la voladura del Puente de Márquez, sobre el Riachuelo (donde hoy está en Puente Pueyrredón), les impidió a los invasores ingresar triunfales, a nado y en barcazas arrebatadas a los criollos, en la capital del virreinato. Más allá de las interpretaciones (y reinterpretaciones, como la que se propone ahora desde el Estado bonaerense) podría decirse que los hechos fundamentales son conocidos. Luego de la huida del virrey Rafael de Sobremonte a Córdoba y el despacho hacia Luján de las cajas reales (que serían capturadas por los ingleses y al llegar a Londres harían creer en un triunfo militar propio), el brigadier William Carr Beresford asumió el cargo de gobernador. Días después, tanto criollos como españoles organizaron la resistencia, Santiago de Liniers enfrentó a los ingleses en la Plaza Mayor y Buenos Aires fue reconquistada, una hazaña que la gran mayoría de los argentinos aprende de pantalón corto, con tanto espíritu crítico como el que se aplica para retener la tabla del nueve.
Doscientos años más tarde, el decreto de Solá exalta en los considerandos a las milicias "que constituyen la primera expresión notable del pueblo en armas". Aunque la idea del pueblo en armas, como explicará la historiadora Hilda Sabato al ser consultada para esta nota, es de formato recurrente a lo largo de la historia, si el lector entrevió allí la pretensión de cierto espíritu reivindicativo con resonancias contemporáneas no se habrá equivocado.
"Pocas veces se revela de manera tan evidente lo determinante que es para el trazado de los caminos de la historia la sublevación del subsuelo de la patria", escribió Ernesto Jauretche en un texto que lleva el logo de la Comisión Provincial del Bicentenario. En diálogo con LA NACIÓN, Jauretche hace explícita esa línea de continuidad tal como él la entiende: "los acontecimientos de 1806 fueron una especie de 2001, el protagonismo popular con una clase política superada por las circunstancias, una rebelión social que permite defender la ciudad y formar las primeras milicias".
La victoria criolla, remata el documento, "será resignificada como un acto de refundación de la identidad nacional para lograr una nueva Reconquista, la de un pueblo feliz en una gran Nación".
-¿No cree, Jauretche, que está haciendo un uso político de la historia para terciar sobre el presente?
- ¿Por qué? ¿Hay otra forma de mirar la historia? No conozco ningún historiador que niegue que el pasado sirve para construir el futuro.
Traslademos a Berkeley, Estados Unidos, entonces, el debate. Allí vive Tulio Halperín Donghi, uno de los historiadores académicos más respetados de la Argentina, quien hará una reflexión inesperada. Hela aquí, textual: "Me pregunta usted mi opinión sobre el modo en que el señor Ernesto Jauretche, designado por el gobernador de la provincia de Buenos Aires para presidir la comisión encargada de organizar las conmemoraciones del segundo centenario de las Invasiones Inglesas, se propone orientar las actividades de ésta. Dice el señor Jauretche que a su juicio debe encarárselas como ´actos de proselitismo que conjugan lo histórico con lo político . Por mi parte yo iría más lejos, porque creo que siempre han sido encaradas con ese criterio; ya que el propósito es encontrar en el acontecimiento que se rememora argumentos en favor de la imagen del pasado que desde el Estado es juzgada más adecuada para reforzar la del presente que ese mismo Estado busca inculcar a sus gobernados. Se trata, como se ve, de elaborar y difundir lo que -sin ninguna intención peyorativa- debe calificarse de historia oficial. Que el actual gobierno de la provincia intente hacerlo de nuevo no me parece objetable; tampoco que intentos como éste no suelan inspirar contribuciones historiográficamente interesantes, puesto que su propósito no es exactamente ése".
Sobre las invasiones, precisamente, el periodista Andrew Graham-Yooll, director del diario Buenos Aires Herald, acaba de publicar Ocupación y reconquista , un libro que incluye el fascinante diario de viaje del teniente coronel Lancelot Holland. "La idea de nacionalismo que se quiere dar -dice Graham-Yooll al ser consultado por LA NACION- es una forma personal y parcial de ver la historia. El pueblo reaccionó en 1806 por temor. Hubo una enorme propaganda colonial que asimilaba a todo extranjero protestante con el Diablo. Beresford hizo una expedición oportunista, hasta se podría decir capitalista, logró un buen botín y llegó a vizconde."
Distorsiones y anacronismos
Uno de los aspectos que más atención concentraron en el estudio de las invasiones fue el del papel de las elites -de intereses diversos- respecto de la reacción popular. Autor ajeno al cenáculo académico, Pacho O Donnell dice que las invasiones fueron rechazadas por la patriótica acción de los sectores populares, la "chusma", pues los pertenecientes a la clase acomodada tendieron a establecer relaciones cordiales con los invasores. "Un testigo de la época, Ignacio Núñez, contará que los generales británicos ´paseaban de bracete con las Marcos, las Escalada, las Sarratea , es decir las ´niñas de la sociedad porteña. A su vez Mariquita Sánchez de Thompson, todavía débil de espíritu revolucionario, haría un exaltado elogio de las tropas británicas -cita O Donnell-, y se lamentaría del contraste con las milicias criollas: ´Es preciso confesar que nuestra gente del campo no es linda, es fuerte y robusta, pero negra . Luego se atrevería al humor: ´al ver aquel día tremendo dije a una persona de mi intimidad: Si no se asustan los ingleses de ver esto, no hay esperanza ".
¿Pero hubo un corte social -pueblo versus elite- en la reacción contra los ingleses? El historiador Luis Alberto Romero es categórico: "No. La elite, que primero se movilizó, se dividió detrás de distintas opciones políticas. Lo siguieron haciendo hasta después de 1810. Por otro lado, los agrupamientos de 1806 no anticipan futuras opciones: los dos héroes de las invasiones, Liniers y Alzaga, fueron fusilados por el gobierno revolucionario". Romero insiste en que lo más importante de las invasiones fue la instalación de un contexto de deliberación política, que en Buenos Aires (para Romero se trata de un episodio porteño y no más) era completamente nuevo. Coincide en que la parte sustantiva de esa movilización pasó por la constitución de milicias armadas y la inclusión extensa de sectores populares en ellas ("Aquí sí -dice- cabe bien la idea de pueblo en armas y de participación popular") aunque marca una diferencia sustancial con la hipótesis que alienta el gobierno bonaerense: "Pero eran milicias organizadas y pagadas por el Estado, y dirigidas por miembros de la elite".
Es verdad que un repaso de sucesos de hace doscientos años con ojos de hoy corre el riesgo no ya de simplificar, solamente, sino de distorsionar. No hace falta la suspicacia para descubrir que se pretende una conexión aleccionadora entre el pueblo insurrecto de aquellos inviernos y el del invierno que correrá en diez días por aquí: dentro del texto "Reconquista 2006", Jauretche dice que "fue una gesta regida por la necesidad de vencer las vacilaciones y deserciones de los sectores dominantes de la época" para adentrarse renglones más abajo en la exaltación de la faena contra la injusticia social que ahora lleva adelante el Gobierno nacional, con menciones a la soberanía política y la independencia económica: lenguaje peronista descafeinado.
Para el reconocido historiador e investigador José Carlos Chiaramonte, el sentimiento de nacionalidad no se prefiguraba en 1806 y nadie tenía claro lo que iba a pasar. "Es un anacronismo, no existía la argentinidad ni nada parecido". En cuanto a la repulsa a los británicos, Chiaramonte dice que en aquella Buenos Aires colonial sí estaba generalizada, aunque lo atribuye a dos razones: "Primero, porque los sajones eran herejes, no compartían el culto católico, y segundo, por aquello de que ´amo viejo o ninguno ". Sostiene también el director del Instituto de Historia Argentina y Americana Emilio Ravignani: "Mejor que rendir homenajes a realidades inexistentes es estimular las investigaciones serias".
Otra prestigiosa investigadora de historia, Hilda Sabato, especialista en siglo XIX, pondrá mucho énfasis en el significado de la ciudad en la época colonial. "Tenemos que entender cómo se pensaba la sociedad en aquel momento, como un conjunto de cuerpos, organismos, no de clases ni de individuos; las ciudades se veían a sí mismas como entidades autónomas dentro de la estructura virreinal y el cabildo era la representación de la ciudad, pero no había idea de independencia ni de nada; lo de 1806 fue la reacción de una ciudad contra el enemigo externo, si bien es cierto que se constituye en un punto de partida de la autoconciencia de la fuerza y del poder que las milicias van a adquirir". Sobre el bicentenario Sabato reclama reflexionar sin anacronismos, desarmar los mitos existentes en vez de crear nuevos mitos.
El sociólogo José Nun, quien como secretario de Cultura de la Nación está a cargo del sustento teórico del Bicentenario de 2010, convocó en mayo de 2005 a intelectuales y estudiosos argentinos de pensamiento diverso -como Natalio Botana, Rosendo Fraga, José Pablo Feinman, Hilda Sabato, Chiaramonte, entre otros- para un primer debate orgánico que tomó forma de libro. Otro tanto hizo Nun el mes pasado, esta vez a nivel latinoamericano, con similar criterio ecuménico. Aunque el presidente Kirchner se manifestó -casualmente el 25 de mayo- a favor de la pluralidad, aún no está claro si prevalecerá en el país un Bicentenario que garantice la diversidad, como insinúa Nun, o si el concepto de historia oficial del que habla Halperín Donghi y Jauretche encarna será el rector. Curioso federalismo, la provincia de Buenos Aires fijó, a prisa, su propio criterio.