Inundaciones: cambio de foco
Pensar en términos de aceptación y adaptación no es fatalismo ni atraso
Pensar que los entubamientos de arroyos y limpieza de sumideros solucionarán el problema de las inundaciones es pensarlo con la lógica equivocada: fueron los que originaron el problema en primer lugar, impeliendo velocidad a la escorrentía desplazando rápidamente grandes volúmenes de agua en lugar de retenerla y liberarla lentamente como lo hacían los grandes espacios verdes contiguos a los arroyos que vinieron a reemplazar. En su momento, las obras tuvieron su lógica: la valoración de tierra para fines inmobiliarios que se produjo como consecuencia dio una respuesta socialmente mucho mas interesante que las torres o los countries a la entonces creciente demanda de vivienda debido al amplio espectro de ingresos al que apuntó. Pero, infelizmente, los nuevos desarrollos ocurrieron sobre los cadáveres de montes y llanuras de inundación, verdaderas "esponjas" de enorme valor regulador del ciclo del agua.
Esto no quiere decir tampoco que las obras del Vega y del Medrano no sean prioritarias. En el actual orden de cosas, ya a no se puede levantar el pavimento ni devolver los bosques y humedales que les han sido quitados a aquella Buenos Aires. Hay que actuar entendiendo que el problema no es de ingeniería, ni de física de fluidos, ni sociológico, ni climático sino que involucra múltiples aristas y por lo tanto su abordaje debe ser necesariamente interdisciplinario, confiriendo especial importancia al aspecto social.
Pensar en términos de aceptación y adaptación no es fatalismo ni atraso, si el objetivo es la minimización del impacto
Tampoco hay solución en el sentido positivista del término como en un problema matemático. Para las problemáticas socio naturales como esta, no hay soluciones sino prácticas de gestión del riesgo que paulatinamente resultan en mejoras cualitativas de la relaciones entre la sociedad y el ambiente. Hay que aceptar que las inundaciones no solo llegaron para quedarse sino que estuvieron siempre, cualquier acción orientada a suprimirlas causará la frustración propia de lo quijotesco. Pensar en términos de aceptación y adaptación no es fatalismo ni atraso, si el objetivo es la minimización del impacto.
Cuando hace algunos años Flacso elaboró un proyecto que buscaba marcar rutas de escape en ciertas zonas inundables de la ciudad, los vecinos se negaron sosteniendo que eso incidiría negativamente sobre el valor de sus propiedades. Hoy los avances tecnológicos de la topografía permiten una cartografía detallada de vías de escape y trampas. Cosas tan sencillas como cambiar el diámetro de bajada de los techos, o sobreelevar las casas como se hizo en la Boca significan incomodidad pero evitan muertes. El código de aguas para el Gran Buenos Aires posibilitó la urbanización en zonas de muy baja cota debido a que solo considera las zonas que se inundaron en los últimos cinco años. La gente asocia los alertas meteorológicos con el granizo, no hay instrucción de protocolos de acción frente al hecho consumado para los potenciales afectados. Lo peor, la coordinación entre los organismos pertinentes. Los ejercicios de evacuación no existen. La superposición de jurisdicciones en las zonas afectadas han promovido delegación de responsabilidades y parálisis. Trabajar sobre este nivel de gestión del riesgo es bien posible en nuestro país si las diferentes fuerzas políticas involucradas abandonaran -aunque sea para estos fines- las mezquindades electoralistas y se dispusieran en clave de consenso. Otra cosa, a la luz de la tragedia vivida, constituiría una gran falta de respeto a todos los argentinos.
Hoy los avances tecnológicos de la topografía permiten una cartografía detallada de vías de escape y trampas
Hay en las casas elevadas o las construidas sobre postes en muchas regiones inundables del mundo una imagen que, aunque romántica y pintoresca, expresa el profundo aprendizaje de una cultura a aceptar el ambiente en el que viven. Una lección que nos está tocando aprender de mal modo, aquella que sostiene que el sueño del progresismo del siglo XX de control y dominio absoluto de la naturaleza a través de la técnica no solo es una esquiva quimera, sino que a veces genera problemas aún peores a los que se pretendía solucionar.
La situación macroeconómica de la Argentina compromete seriamente avances en la gestión del riesgo:
Durante los años 90 las empresas de servicios privatizadas sufrieron con la caída de la convertibilidad grandes pérdidas debido al desfase entre sus pasivos externos en dólares y una facturación local en pesos devaluados. La tensión se resolvió con ajuste y una desinversión crónica, posibilitada por un control monopólico del mercado - heredado de cuando eran estatales- y una histórica falta de políticas para el sector. El resultado está a la vista: barrios que estuvieron días sin luz e incomunicados, y en muchos la situación todavía es errática.
En la actualidad, la vulnerabilidad económica del país, con alta inflación y un enorme desajuste cambiario, dificulta el acceso a los mercados de crédito internacional, fundamental para avanzar con las urgentes obras del Vega y del Medrano, así como para subsidiar y financiar la deuda social generada por el desastre.
Estas son razones para empezar a pensar seriamente los modos de generar los fondos necesarios para abordar el problema. Alguien dijo una vez que la historia se repite una vez como tragedia y otra como farsa. Hoy más que nunca, en virtud de lo acontecido, nuestro compromiso como nación es evitar la farsa.
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