Interrogantes sobre la condición humana
Lo que se va conociendo acerca del joven asesinado en Villa Gesell nos confronta con la pregunta acerca de la condición humana. Nuestras convicciones más básicas están desafiadas por estos ocho chicos, deportistas entrenados, pertenecientes a familias con un pasar aparentemente confortable, devenidos manada asesina.
Si la diversión es más divertida cuando termina en pelea, ¿qué entienden por diversión? ¿Desafiar las reglas de la convivencia en sociedad? ¿Ganar a un adversario cualquiera y así mostrar superioridad?
El rugby tiene mala prensa como deporte fuerte con miembros que se vanaglorian al exhibir su violencia machista olvidando los códigos de fair play y el fraternal tercer tiempo. Pero seamos justos, los ataques en manada no suceden solo con rugbiers.
Freud (Totem y Tabú, 1913) llamó horda primitiva al grupo que, escudado en el anonimato, atacaba preso de un desenfreno explosivo. Hoy lo llamamos “manada”, como los grupos de animales de una misma especie más poderosos cuando están unidos. La Manada era el nombre de una banda española famosa por la violación de una chica en 2016. Manadas que violan y golpean asolan la crónica policial. El asesinato de Fernando Báez Sosa no es un caso aislado.
Ser miembro de una manada da impunidad y diluye la responsabilidad individual. “Me miró mal”; “es un negro de m…”; “¿quién se cree que es?”: cualquier pretexto es bueno y la víctima propiciatoria se deshumaniza y pasa a ser el objeto en el que descargar. Disparada la golpiza, el efecto contagio, el afán de emulación, el ansia de ganar y ser más violento que el anterior hacen que los golpes sean irrefrenables. Erguidos sobre ese enemigo a someter y destruir, no hay reglas que los detengan y una especie de demonio que permanecía prisionero se libera y estalla en gritos y puños, insultos y patadas.
¿Qué tienen en común los miembros de las manadas? La edad, entre adolescentes y adultos jóvenes, y el género, en su mayoría hombres. Todas las características del machismo acendrado y feroz se hacen visibles en los ataques de las manadas que atraviesan todas las clases sociales. Recordemos la violación y el asesinato de María Soledad Morales por hijos de funcionarios y políticos de Catamarca.
No todos los ataques son tan violentos. Algunas despedidas de soltero con supuestas bromas pesadas o incluso la moda de tirarle cosas a quien logra un título académico, el bullying o acoso en las redes son parte del reino naturalizado de las agresiones grupales. ¿Dónde está la alegría?
La manada se regodea con la “ultraviolencia” descripta por Anthony Burgess en la La naranja mecánica. Prevalecer, dominar, someter, aplastar, violar, golpear, destruir. Cualquier pretexto es bueno para hacer oír el rugido de la fiera: ¡soy el mejor, más fuerte y tengo derecho a todo!
Espanta y angustia este espejo distorsivo de lo humano que nos da la manada. Golding relata en El señor de las moscas una orgía de persecuciones y muerte en manos de chicos de 10 años, y nos deja la pregunta de si el deseo de dañar es la verdad de lo humano.
Decía Hobbes que el hombre es el lobo del hombre. Creo que sí, que algunos hombres, en algunos momentos, no todos, ni siempre. El juicio del que somos testigos nos muestra a un grupo de rugbiers vueltos manada de lobos, pero viene a mi memoria el comportamiento de aquellos muchachos trágicamente accidentados en los Andes, solidarios, generosos y comprometidos con el prójimo. También hombres. También jóvenes. También rugbiers.