¿Inteligencia artificial?
Sin haberla invitado, de buenas a primeras, apareció en mi WhatsApp, la sobrevaluada Inteligencia Artificial, lista para darme ayudas que no le pedí.
Su intromisión en mi vida virtual no me inquietó pese a la mala fama que le han hecho sobre que, ni bien tome un poco más de vuelo, hasta podría llegar a destruirnos.
Ahora que la tengo colada entre mis chats no solo compruebo su nulo poder de fuego, sino que es más boba de lo que pensaba.
Para comprobar su grado de precisión le propuse un ejercicio fácil: que definiera mi perfil profesional. Acertó con mi oficio, pero la chingó mal cuando agregó que me destacaba en el periodismo deportivo, nada más lejos de mi trayectoria laboral. Quise saber cómo me daba de baja de una suscripción y cómo conseguir un médico de mi prepaga a domicilio. En ambos casos, admitió que no sabía orientarme. Tampoco pudo responderme sobre el clima del día ni aclararme porqué el presidente Javier Milei les tiene fobia a las papas fritas.
Cómo no le di más bolilla por inútil, desde hace unos días, tal vez porque está aburrida, se hace (y se responde sola) preguntas tontas sobre meditación y decoración, entre otras vaguedades. Temo preguntarle cómo desactivarla y que tampoco sepa.