Instrucciones para preparar un buen asado
El peronismo ya fue. Están peleados todos con todos. Hubo un cambio cultural que los dejó definitivamente atrás. No vuelven más. Son el pasado. Como hace poco, vuelve a escucharse en el espacio público argentino la estupidez de dar por muerto a quien está vivito y colea. Lo digo con la autoridad del que se ha quemado con leche, y cuando ve la vaca, llora.
A pesar del desastre electoral de 2023, el peronismo sigue gobernando ocho provincias que concentran más de la mitad de la población, posee el mayor grupo parlamentario en ambas cámaras y acumula el poder que le han dado años de ejercicio despiadado de la hegemonía. Cabal demostración, una Corte Suprema de la cual tres de sus cuatro integrantes son peronistas acaba de convalidar el fallo por el cual dos funcionarios radicales fueron condenados a cuatro años de prisión por supuesta responsabilidad en la muerte de cinco manifestantes en la Plaza de Mayo de diciembre de 2001. Los “muertos de De la Rúa”. No entro en el mérito de la sentencia. Señalo que de los 38 muertos en aquel derrocamiento 25 cayeron en provincias donde el peronismo agitó los saqueos, primero, y los reprimió, después, usando policías provinciales al mando de sus gobernadores. Once muertos en la Buenos Aires de Ruckauf; tres, en la Córdoba de De la Sota; uno, en el Tucumán de Miranda; diez, en la Santa Fe de Reutemann; gobernador de quien fue funcionario Rosatti, actual presidente de la Corte. ¿Peronistas presos? Ninguno. Cinco muertos en la Plaza, dos funcionarios radicales condenados. Veinticinco muertos en las provincias peronistas, ningún funcionario juzgado. Los hechos son sagrados. El comentario, libre.
Pero el poder del peronismo excede con mucho el de la hidra institucional que ha tejido durante décadas y de la que dispone. Su supervivencia se basa sobre todo en el sesgo peronista de la información y la cultura impuesto por la incansable labor de sus usinas de divulgación; primera de las cuales es papa Francisco. Después de una década de festejar a Cristina mientras el kirchnerismo saqueaba el país, el papa Francisco ha descubierto la corrupción. Sugiriendo sin decir. Aludiendo sin denunciar. Guiñando el ojo sin dar nombres. Sin otro fundamento que la voluntad de dañar cualquier intento de los argentinos por salir del pantano en el que nos hundió el gobierno de Alberto, del cual el papa Francisco fue el ideólogo y el ideador.
Pero el mayor hit peronista de estos días fue la instalación de la idea de que el presidente y los diputados nos reunimos a comer un “ostentoso asado” para “festejar haber vetado un aumento a los jubilados”. En cualquier país normal -no digo Noruega; digo Uruguay o cualquier otro país exento de peronismo- que el presidente se reúna a comer la comida nacional por excelencia y que los concurrentes paguen el consumo con su tarjeta de débito sería tomado como un gesto de austeridad. Aquí estalló un escándalo de proporciones cuyo pico cúlmine fue la denuncia que la asociación Arco Social le hizo al Presidente por enriquecimiento ilícito y defraudación a la administración pública. Un disparate.
No fue todo. En casi todas las pantallas del país encontraron amplios espacios carentes de repreguntas los hipócritas que en 2019 habían prometido aumentarles 20% a los jubilados suprimiendo las Leliqs, pero multiplicaron las Leliqs por 15 y bajaron las jubilaciones más del 30%. Los mismos que en 2002, para salir de una crisis económica menor que la actual, metieron 42% de inflación y 2% de aumento a salarios y jubilaciones, una recesión de 10 puntos del PBI, 57% de pobreza y duplicación de los indigentes en un año. Los mismos que fueron responsables de detonar las jubilaciones dejando fuera del trabajo en blanco y los aportes jubilatorios a la mitad de los trabajadores; los mismos que se apropiaron de los ahorros de los jubilados privados, los pusieron a comer del plato de todos y les sumaron después tres millones de beneficiarios sin aportes, ahora “defienden a los abuelos”.
Lamentablemente, es imposible mencionar nada de esto sin que alguna víctima del síndrome de Estocolmo nos acuse de buscar excusas e intente igualar el saqueo monstruoso del peronismo con los intentos de reconstruir el poder adquisitivo de los demás gobiernos sin hacer lo que se hizo durante veinte años: otorgar aumentos sin financiación, darle a la maquinita, sacar de los bolsillos más de lo que se había puesto y desatar un tsunami de inflación, la única responsable de los aumentos de la pobreza en la Argentina desde aquel histórico 1975 en que empezó todo con el Rodrigazo.
Por supuesto, decir esto no sirve frente a las lamentaciones de los sensibles sociales; temblorosos y lagrimeantes ante la miseria que, efectivamente, cobran los jubilados después de veinte años de hegemonía nacional y popular, con soja por las nubes, mayorías parlamentarias y planes económicos elaborados por los Boudou, los Kicillof y los Massa de turno. Tampoco sirve de mucho recordar que la única forma de mejorar sosteniblemente las jubilaciones es reconfigurar el sistema económico para que vuelva a crecer después de trece años; o sostener que el equilibrio fiscal y la estabilidad macroeconómica son condiciones necesarias para un país y una economía normales. Nada. Vuelven a escucharse los mismos cantos de sirena sensibleros y anuméricos de otro diciembre fatal, el de 2017, cuando esgrimiendo argumentos similares le tiraron 14 toneladas de piedras a un gobierno que había logrado reducir la pobreza al 25%; de donde nacieron las tragedias de las corridas cambiarias de 2018 y de Alberto 2019.
Hace apenas nueve meses, el gobierno de Milei asumió al borde de la hiperinflación y el corralito; con 12.000 millones de reservas negativas; tarifas y dólar atrasadísimos; déficit fiscal, comercial y energético; cepo cambiario; incontables tipos de cambio; exportaciones bloqueadas; riesgo país cerca de los 3000 puntos; pobreza del 41.7% y una emisión descontrolada de $31 billones, mayor que en la pandemia, y que habría triplicado la base monetaria sin el aumento exponencial de las Leliqs que multiplicó por quince la bomba y, pese a todo, provocó los picos inflacionarios de 25% y 20% en diciembre y enero.
Lo que se venía era peor que el rodrigazo, que la híper de Alfonsín y la de Menem, que el colapso de 2001-2002. Nueve meses luego, conjurado el peligro de otra explosión de la pobreza vía inflación mediante una reducción del gasto público nacional de circa 33%, se acusa de insensibilidad social al gobierno que evitó el estallido, paró la inflación, reconstituyó los superávits fiscal, comercial y energético, y está logrando que la economía se recupere de a poco y que salarios y jubilaciones le ganen a la inflación sobre bases sustentables.
¿El argumento? Un epígrafe y una foto. La de Milei y los 87 diputados que defendimos el superávit fiscal “festejando la miseria de los jubilados”. No hay nada que festejar, dicen también, pero se equivocan. Siempre hay que festejar los fracasos del Club del Helicóptero; un club que ha destruido al país, al que le importan cero los jubilados y que solo busca el fracaso de este gobierno. Hay que festejar que no lograron los dos tercios que habrían bloqueado los decretos de necesidad y urgencia y dejado sin capacidad de gobernar a Milei, un presidente que asumió con el 56% de respaldo popular pero 14% de los diputados y 10% de los senadores, y que sin la constitución del bloque de resistencia parlamentaria que se reunió en el asado estaría a tiro de la destitución vía juicio político.
Cierro. Las instrucciones para preparar un buen asado no se encuentran en las recetas de doña Petrona ni en el blog de Mallmann sino en el libro de Juan Carlos Torre: Diario de una temporada en el quinto piso, linda mezcla de ensayo y de novela en el que uno de los funcionarios de Sourrouille cuenta cómo su propio presidente, su propio partido y sus propios legisladores le destruyeron el Plan Austral (exitosísimo al comienzo, cuando redujo la inflación del 25% al 3% mensual, ¿les suena?) y fueron llevando al país a su primera híper.
¿Cómo lo hicieron? Aumentando el gasto público, poco a poco y con excelentes razones: mejorar el poder adquisitivo de trabajadores y jubilados, incorporar al Estado a tantos jóvenes entusiastas que habían embadurnado las paredes del país durante la campaña, terminar algunas obras públicas y ofrecerles un gesto de amistad a los militares con tal de que no dieran un golpe. Un 0.4% del PBI aquí y otro 0.4% más allá; ya que no cuesta nada estar un poco embarazado.
Lo que vino después era previsible: la inflación volvió, el Plan Austral sucumbió, fue reemplazado por el Plan Primavera, que fracasó, y finalmente, la hiperinflación se llevó puestos a todos: trabajadores, jubilados, jóvenes entusiastas y generales golpistas; amas de casa y banqueros. Así fue como la Argentina llegó por primera vez a una situación en la que más de la mitad de la población era pobre. Después vino Menem, aplicó el plan Bonex, se quedó con los ahorros de los argentinos y lanzó la Convertibilidad, que duró diez años. El resto es historia conocida; acaso, olvidada; la historia de los fracasos de un país que no aprende.