¿Inflación? De eso no se habla
En lo que hoy parece un tiempo remoto, había temas, como el sexo, sobre los cuales no se comentaba. El imperativo “de eso no se habla” flotaba en el ambiente.
Ahora también se guardan silencios. En este período de elecciones, hay temas que son una suerte de tabú. “De eso no se habla”. Son distintos a los de años atrás. El más relevante es el de la inflación, porque a partir de ésta crece la pobreza y la inequidad. ¿Por qué callan los políticos cuando es tan necesario hablar? Y ponerlo sobre el tapete.
La ausencia de debate sobre la inflación revela el sentimiento de culpabilidad que carga la clase política, sobre todo en lo que va de este siglo, cuando prácticamente la totalidad del mundo ha superado este flagelo. Por lo patética de la situación argentina, no cabe otro origen que no sea el político.
El problema viene de atrás. Hasta la década de 1940 era prácticamente inexistente. Esa década marcó un cambio en la historia de nuestro país. Luego de la Segunda Guerra Mundial, la tasa de crecimiento del mundo se duplicó. En tanto, nosotros pasamos de ser uno de los países más ricos del globo para convertirnos en uno de frontera, es decir, menos que emergente.
Este proceso de decadencia arrancó en marzo de 1946 cuando se nacionalizó el Banco Central de la República Argentina (BCRA); también los depósitos y el crédito. La política comenzó a avasallar el sector privado en la determinación del valor del peso. El Gobierno empezó a manejar el crédito de la economía y pasó a ser el responsable de la constante creación de dinero para cubrir sus déficits fiscales generados por su creciente gasto público. Así, la puja distributiva quedó instalada en la sociedad. Y desde entonces, salvo contados años, la suba de precios la castiga. Por supuesto, el golpe no es parejo. Algunos pocos se salvan e incluso ganan: a rio revuelto ganancia de pescadores. En tanto, los humildes y la clase media la sufren crudamente.
Cuando el Banco Central aplica políticas de expansión monetaria para favorecer la economía, seguramente, logra reactivar el consumo, en una primera etapa. Pero a la larga, el valor de la moneda disminuye; entonces se necesita una mayor cantidad de billetes para comprar la misma cantidad de bienes.
Es cierto que hubo excepcionales períodos donde se controló la emisión, como pasó en parte del gobierno anterior. Entonces… ¿por qué aumentó la inflación en esos años? Respuesta: los resultados llegan con demora, sobre todo en un país de tanta experiencia inflacionaria, puesto que la agilidad con que las personas se desprenden del dinero es enorme.
El adecuado control de la cantidad de dinero es un requisito imprescindible pero no suficiente, pues se necesita el paso del tiempo; los resultados no llegan de manera inmediata. Y por tal razón, la mayoría de los políticos obvian el tema y hablan de otras cosas. Pero hay una verdad que no comprenden. La intencional ausencia de temas perturbadores, espinosos, intimidantes, debilitan su imagen y no contribuye a su solución. El silencio o la censura de aquello que transgrede los parámetros temáticos, desde un criterio “abuenizador”, empeora el cuadro y genera más descrédito.
El flagelo inflacionario puede resumirse en cuán fuerte o débil es la moneda para afrontar la demanda y su velocidad de circulación. Cuanto mayor resulte su fortaleza, más grande será su demanda y menor será la velocidad en que las personas se desprenden de ella. Si es débil, la gente tratará de desprenderse rápidamente de ella, mediante la adquisición de bienes u otras monedas. Así el proceso inflacionario se acentúa.
El meollo del problema se encuentra en la financiación del déficit con emisión monetaria. Para colmo, ella brinda una clara señal de insolvencia fiscal y de dependencia del Banco Central. Así, es la credibilidad la que se evapora y, en consecuencia, se acentúa la inercia inflacionaria mediante mecanismos indexatorios que adopta la gente.
Por ello, la inflación es un tema central a debatir. Especialmente en este tiempo de elecciones. De esto, hay que hablar. Para modificar expectativas, con un plan integral focalizado en el aspecto monetario. Una inteligente comunicación con la sociedad resulta imprescindible.
Pero frente a la proximidad de las elecciones de noviembre, en lugar de aumentarse la credibilidad en la dirigencia, se reduce. La irracionalidad económica impera no solo en el discurso sino, también, en las medidas políticas. El aumento del gasto es el resultado de los propósitos electorales del Gobierno y el incremento de salarios busca alcanzar una mayor popularidad.
Con este razonamiento, debe concluirse que, al final de todo, el origen de la inflación reside en la política. O, mejor dicho, en la ambición de poder.
Economista. Consejero Académico de Libertad y Progreso