La inflación como enemigo de nuestros bolsillos es el tema de la columna de hoy. Y ya se sabe: si queremos vencer a nuestro enemigo, primero tenemos que entenderlo.
Comenzaremos analizando la suba de precios en función de los costos y beneficios sociales. Además, comentaremos los diagnósticos y los fallidos intentos de los gobernantes de turno para erradicarla. Por último, repasaremos algunos tips para salir airosos de la contienda.
Situación actual y diagnósticos fallidos
El gobierno saliente tuvo que enfrentar una inflación que promedió el 26% anual. Por entonces, parte de la oposición (ahora gobierno) afirmaba que el origen de la suba de precios era monetario (emisión monetaria descontrolada e incapacidad para manejar el tipo de cambio) y prometía erradicarla aplicando como vacuna una serie de políticas monetarias contractivas.
Los roles, como sabemos, se invirtieron. Quienes gobernaron ahora son oposición y la oposición monetarista hoy es gobierno. La emisión monetaria se normalizó, se desarticuló el cepo cambiario y se logró planchar al dólar luego de devaluar el peso. Además, comenzaron a aplicarse las medidas anticipadas por lo bajo o en público: endeudamiento para engrosar las reservas y fortalecer al Banco Central en su control del tipo de cambio y suba de tasas para enfriar el consumo interno, visto como uno de los factores que alimentaba la inflación frente a una oferta limitada de productos.
Casi 30 meses después la inflación cambió en cuanto a su composición (mayor incidencia de las tarifas por quita de subsidios) pero no en lo que a nuestros bolsillos importa: en los primeros dos años del nuevo gobierno promedió el 30,5% y, más allá de los pronósticos oficiales, los datos conocidos para el primer trimestre del año permiten proyectar una suba de precios del 27% promedio.
Ante estos resultados parciales, no me parece descabellado preguntarse: ¿Es la inflación un fenómeno monetario? Muy probablemente lo sea en países o regiones del Primer Mundo como Estados Unidos, que emite la moneda en la cual se realizan la mayoría de las operaciones de comercio internacional, o la Eurozona, ¿pero lo será también para la Argentina, que aún posee una industria debilitada por la apertura de importaciones de los ‘90?
Para vencer al enemigo hay que entenderlo. Para ello, debemos plantear algo que puede escandalizar a más de uno: la inflación, sufrida por casi toda la población, es fuente de beneficios para determinados sectores minoritarios.
Los bancos y los inversores extranjeros vienen gozando hace tiempo de las ganancias exuberantes a las que acceden gracias al combo de altas tasas y dólar planchado. Invierten en Lebacs y se cubren con contratos a futuro del dólar por las dudas.Esta operación es conocida como carry trade.
Los supermercados, que pagan a sus proveedores por lo menos a seis meses de plazo pero cobran en el momento y con márgenes que prácticamente no existen en otra parte del mundo, se benefician enormemente con la suba de precios.
Del otro lado, jubilados y trabajadores en relación de dependencia que negociaron ya paritarias al 15%, es decir, la gran mayoría de la población, aparecen como los grandes perdedores de la inflación pasada y de los aumentos que se vienen.
En resumen, el origen la inflación podría responder más a la cultura empresarial argentina, que en lugar de manejarse por márgenes de ganancias según el sector, como ocurre en el resto del mundo, decide exprimir al máximo el bolsillo de sus clientes. Esto, sumado al fuerte poder de lobby de ciertos actores económicos muy poderosos que pregonan la continuidad de la política de tasas altas que ya demostraron ser estériles frente a la fuerte suba de precios, alimenta un cuadro de desaliento al consumidor.
Algunos consejos para consumidores e inversores minoritarios
En finanzas personales, combatir con éxito la inflación implica como mínimo mantener el poder adquisitivo de nuestro dinero para que se nos derrita en las manos.
Algunas estrategias para lograrlo son:
Adelantar consumo corriente: Organizarse en grupos de compra mayoristas de alimentos no perecederos y artículos de higiene personal y del hogar. El ahorro puede llegar al 40%.
Adelantar pagos de servicios privados: No son pocas las empresas de servicios (obras sociales a la cabeza) que permiten el pago anual o semestral adelantado con un descuento o congelamiento de precios. Por supuesto, se debe afinar el lápiz y analizar cada propuesta antes de pagar.
Eliminar los gastos hormiga: Un café al paso, un taxi porque llegamos tarde, snacks y otros productos pueden llevarse hasta el 25% de nuestro presupuesto mensual. En épocas como la actual, la eliminación o reducción de este ítem puede significar un ahorro importante para nuestros bolsillos.
Salir de la zona de confort en nuestras inversiones: Los plazos fijos vuelven a caer en el terreno de las tasas de interés reales negativas (pagan por debajo de la inflación) y nos obligan a buscar otras opciones. Las acciones bursátiles de empresas líderes (MERVAL) pueden ser tomadas como un activo dentro de la economía y, más tarde o más temprano, suben de precio cuando la inflación se acelera, convirtiéndose en una opción a tener en cuenta.
Otras opciones son las finanzas colaborativas ofrecidas por las nuevas empresas fintech, que vienen pidiendo pista en base a rendimientos superiores a la media, pudiendo incluso duplicar en ganancia al tradicional plazo fijo.
Conclusión
Podemos paralizarnos o quedarnos atascados en la crítica al gobierno de turno por la persistente inflación. O podemos tomar el toro por las astas y comenzar el cambio desde adentro informándonos y preparándonos para un escenario donde esta situación se perpetúa.
La primera alternativa, entendible y llena de razones, falla a la hora de sacarnos de una situación negativa para mejorar nuestra calidad de vida.
La segunda consiste en modificar radicalmente nuestros patrones de consumo e inversión para adaptarnos -en lugar de someternos- a un escenario que no parece tener pronta solución. Es cuestión de tomar la iniciativa.