Incendios: lo que puede suceder no debe tomarnos por sorpresa
El fuego ignora los límites políticos; su manejo debe ser centralizado, responsabilidades difusas solo sirven de excusa para expiar incapacidades propias
- 5 minutos de lectura'
Hasta la aparición en el Paleolítico Medio del hombre de neandertal el fuego se presentaba solo a través de incendios naturales, caída de rayos por tormentas o erupciones volcánicas. Descubrir cómo encenderlo ha sido un descubrimiento humano transcendental ya que permitió la formación de las primeras células sociales. Las hordas se fragmentaron en grupos más pequeños que se nuclearon en cuevas en torno de una fogata que proveía defensa por el temor natural de los animales al fuego, el abrigo de los fríos de la época interglaciar, la posibilidad de conservar por más tiempo los alimentos cocidos, fabricar mejores herramientas para la cacería o esterilizar instrumentos.
La dependencia del fuego se acentuó, su conservación se tornó sagrada y su extinción era sinónimo de desastre –al revés de lo que pasa en nuestros días–. El fuego impulsó, además, la forma en la que compartíamos información y transmitíamos conocimiento, nos hizo más humanos e inteligentes. O no.
No todos los incendios ocurren por causas naturales; la mayoría son por nuestra culpa, sea por desidia, desconocimiento o intencionalidad.
Los actuales incendios en el Delta del Paraná –unas 35.000 hectáreas– o los de este verano en Corrientes, que consumieron unas 800.000 hectáreas, son solo prólogo. De nosotros depende no tener el mismo final que los protagonistas de “Todos los fuegos el fuego”, el cuento de Julio Cortázar en el que el fuego envuelve a los personajes de dos historias paralelas en tiempos distintos.
Una Europa en llamas es presagio de lo que puede suceder en nuestro país. Temperaturas extremas como las de la Península Ibérica –con más de 1000 muertos– o incendios forestales, que se han más que triplicado en Europa; más de 450.000 hectáreas arrasadas frente al promedio de 110.000 hectáreas entre 2006 y 2021 en países más desarrollados y con más recursos para combatir el fuego deben hacernos reflexionar.
Lo que puede suceder no debe tomarnos por sorpresa. Las previsiones del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático anticipan disminución de lluvias, sequías extensas, baja humedad relativa, aumento de temperaturas extremas, rayos y fuertes vientos. Un cóctel pírico que no debemos desatender. Estos fenómenos serán cada vez más recurrentes y debemos estar preparados para ello. Un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) y la Noruega GRID-Arendal proyecta que esos desastres aumentarán un 30% para 2050 y más de un 50% para fin de siglo.
Complementariamente a las medidas de mitigación encaminadas a reducir y limitar las emisiones de gases de efecto invernadero, debemos implementar sin demora medidas de adaptación para reducir nuestra vulnerabilidad ante los incendios que ocurrirán.
La ambigüedad del fuego, incendio devorador y recurso esencial, no debe replicarse en las medidas a adoptar, que deben ser concretas. Debemos abandonar las políticas meramente emergencistas o reactivas que caracterizan a la Argentina (en todos los ámbitos) para abordar la cuestión en forma preventiva e integral. Son inadmisibles pedidos tempranos de intervención con respuestas “inmediatas” tardías. Debemos asumir nuestras responsabilidades y actuar antes que usar políticamente la cuestión acusando “actitudes deshumanizadas” del sector ganadero del Delta del Paraná en un intento burdo de asimilar los incendios a los silobolsas.
Los humedales, ecosistemas cruciales para la sustentabilidad de muchas provincias, deben ser administrados y cuidados por su valioso aporte como fuentes claves de biodiversidad y de agua y para la adaptación al cambio climático, con racionalidad y sin fanatismos. La sanción apresurada y sin una discusión sincera de una necesaria pero no mágica ley de humedales no significará per se el fin de los incendios, como quieren hacer creer algunos.
Los incendios ignoran los límites políticos. El manejo del fuego debe ser centralizado; responsabilidades difusas solo sirven de excusa para expiar incapacidades propias. Para esto, es imprescindible fortalecer el Servicio Nacional de Manejo del Fuego, que debiera dejar de ser manoseado y funcionar en un Sinagir (Sistema Nacional para la Gestión Integral del Riesgo) autónomo.
La suma complejidad del fuego debe ser abordada discutiendo, entre muchas cuestiones, cómo influyen la variabilidad de lluvias en la Amazonia y el Pantanal, el escurrimiento rápido por los desmontes, la disminución del caudal del Paraná, la pérdida de stock ganadero –que permite mayor disponibilidad de material combustible– o las quemas prescriptas poco controladas –el expertise en el manejo y la detección inmediata in situ también emigraron a las ciudades–.
Se debe actualizar el inventario de recursos, invertir en equipamientos más modernos, repensar el sistema de evaluación de peligro y alerta temprana de incendios forestales y rurales, adoptar el planeamiento estratégico por región con procedimientos de manejo, implementar sistemas de alerta temprana, concienciación de la población, o confeccionar informes con diagnóstico final de la zona afectada y seguimiento de los mismos.
En coincidencia con el Dust Bowl –período de persistentes sequías con fuertes tormentas de polvo provenientes de tierras erosionadas por malas prácticas de manejo– y para fomentar la creación de empleo durante la Gran Depresión de los años 1930, Franklin D. Roosevelt implementó el New Deal. La creación de un Cuerpo Civil de Conservación generó trabajo para 250.000 jóvenes que se desempeñaron en prevención de incendios, forestación, etcétera. Habría que considerar aquí, entonces, la alternativa de que jóvenes poseedores de planes asistenciales sin empleo en provincias susceptibles de sufrir incendios trabajen –previa capacitación– en brigadas ambientales haciendo cortafuegos, asistiendo a bomberos, etcétera.
El mismo fuego es, en cuanto quema y consume, símbolo de purificación y de regeneración. La naturaleza es básicamente de resiliencia a los fenómenos “naturales”. Cabe preguntarse si será igual de resiliente a la falta de previsión, la indolencia o la maldad del hombre.
Miembro del Instituto de Política Ambiental de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas