Impuesto a la herencia, la historia de una traición
El impuesto a la herencia se originó en tiempos de los romanos. Fue el resultado de un conjunto de traiciones que pusieron al Imperio Romano en la necesidad de aumentar la recaudación impositiva para financiar una guerra.
La escena comenzó con la muerte del César, que pretendía poner fin a la dictadura, pero que solo logró cambiar de opresor. El sobrino nieto del César Octavio Augusto quedó a cargo del imperio, pero Roma estaba dividida. Tras años de enfrentamiento, Octavio finalmente alcanzó una alianza con Marco Antonio. Juntos buscaron arrebatarle el control del comercio a Sexto Pompeyo, cuya flota controlaba el ingreso de granos a Italia desde Oriente y Egipto.
Ante la necesidad de reunir fondos para esa guerra, instauraron el impuesto a la herencia. Desde la antigüedad los políticos han tenido la tentación de imponer nuevos gravámenes para mantenerse en el poder. Esta es probablemente la discusión que propuso la exministra de Economía de Daniel Scioli, Silvina Batakis en la Argentina. Una discusión de poder, no de igualdad.
Anthony Atkinson, premio Nobel de Economía, ha planteado el impuesto a la herencia como parte de su decálogo de políticas que contribuyen a la igualdad. Sin embargo, ningún impuesto (ni gasto) del Estado debe analizarse aisladamente. Arthur Laffer, otro economista de reconocimiento internacional que fue asesor de Ronald Reagan, demostró que las altas tasas impositivas son contraproducentes porque frenan la economía y achican la recaudación tributaria. Ambas posturas, puestas en conjunto, pueden explicar lo que pasa en la Argentina. Más impuestos en una estructura altamente desigual –como la nuestra– provocan más desigualdad, sin importar si el impuesto en sí es justo o no.
Por un lado, la Argentina ya no soporta más impuestos. Los altos niveles de informalidad y de presión tributaria son un esquema insostenible, porque cuantos menos pagan impuestos, más altas son las tasas “efectivas” que deben afrontar. Hoy el gobierno kirchnerista está en la misma situación que Octavio y Marco Aurelio: ya no saben de dónde sacar dinero para sostenerse en el poder.
Por último, la propuesta de Batakis se inspira en dos modelos que han fracasado: el ecuatoriano y el español. En Ecuador existe una tasa que va del 5% al 35% para quienes heredan a partir de 72.000 dólares, pero el presidente Lasso anunció su eliminación. Es un caso interesante porque se encuentran en plena negociación con el FMI. Los motivos para su eliminación son dos: logró recaudar muy poco, solamente 200 millones de dólares en 10 años. Segundo, obligó a pequeños propietarios a vender sus terrenos para afrontar el impuesto.
El otro país del que quieren copiar el impuesto es España. Allí, el problema consiste en que las tasas no son nacionales, sino locales, y esto genera que pueda llegar al 80% del valor de la propiedad. Como resultado, esas tasas han provocado un alto nivel de judicialización porque muchos las consideran confiscatorias. En la Argentina, el gravamen también sería provincial.
En conclusión, el resultado es previsible: una baja recaudación a un costo altísimo, ya que el impacto recaería sobre los propietarios afectando sus derechos, como pasó en Ecuador. Además, una sociedad traicionada que en octubre decidió votar por menos y no por más presión fiscal y una economía que necesita mayor competitividad para atraer inversiones. El impuesto a la herencia es un golpe a la clase media, a la prosperidad y al desarrollo.
Becario de la Universidad de Sussex en Development Economics, economista y máster en Finanzas de la UBA