Imperfectas y profundamente humanas
La maternidad no necesita imposibles estándares de eficacia, sino escucha y ganas de armar equipo
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Hoy es el Día de la Madre y me viene a la mente un chiste de Maitena, en el que una joven le pregunta a su abuela algo parecido a: “¿En qué mundo vivían ustedes? Metidas en sus casas, bordando, cocinando, ocupándose de la casa, de su marido y de sus hijos”. La abuela le responde: “¡En el paraíso!”
A veces me dan celos las muchas mujeres-madres de mi generación que decidieron ser “sólo” amas de casa y madres. Yo me debatía –y me sigo debatiendo– entre los papeles de profesional independiente y ama de casa y madre, con enorme conciencia y dolor por lo que me pierdo y con la alegría y el entusiasmo de tener un proyecto personal que me encanta, segura de que vale a pena, sabiendo a la vez que en algunas oportunidades les falté a mis hijos.
Para nuestras abuelas no había opciones. En cambio, hoy en día no resulta fácil encontrar nuestro lugar ni saber qué clase de madre queremos ser. Iguales a la nuestra casi seguro que no, pero todo lo contrario tampoco es una buena alternativa… Tenemos tanta información al alcance de la mano que podemos terminar mareadas.
¿Cómo es una buena madre? ¿Una que está presente y disponible, que se sacrifica en aras de sus hijos, que lo da todo por ellos? ¿O la que aun siendo una buena madre y estando presente tiene una vida propia, más allá de ser mamá: trabajo, amigas, intereses, deportes, hobbies? Es difícil encontrar un equilibrio justo, que nos permita disfrutar de la maternidad y también de otros aspectos de nuestra vida, pero se facilitan las decisiones cuando nos damos cuenta de que los años de crianza son pocos y pasan muy rápido… ¡aunque cuando los estamos transitando parecen interminables!
Por suerte una buena madre no necesita ser perfecta, basta con que sea suficientemente buena, como nos enseñó Donald Winnicott (conocido pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés, 1896-1971). No existe la madre perfecta y tampoco sería bueno para sus hijos que ella estuviera cien por ciento disponible y atenta a sus necesidades, porque no habilitaría la conexión de ellos con el deseo, la falta, la búsqueda, el interés, la necesidad, ni ellos necesitarían levantar la mirada más allá de mamá, abrirse a descubrir el mundo y las personas fascinantes que los rodean. Bienvenidas nuestras imperfecciones, que colaboran para que nuestros hijos emerjan con el correr del tiempo como personas individuales, separadas de nosotras, con pensamientos e ideas propias. Aunque a veces nos duela esa individuación…
No existe la madre perfecta y tampoco sería bueno para sus hijos que ella estuviera cien por ciento disponible y atenta a sus necesidades, porque no habilitaría la conexión de ellos con el deseo, la falta, la búsqueda, el interés, la necesidad, ni ellos necesitarían levantar la mirada más allá de mamá, abrirse a descubrir el mundo y las personas fascinantes que los rodean.
La madre que busca ser perfecta está en todos los detalles y no se le escapa nada, pero al estar tan pendiente de todo y de todos le cuesta disfrutar de su vida. Y, sin proponérselo, les muestra a sus hijos e hijas lo costoso, agotador, trabajoso y complejo que es sostener la casa, la familia y los hijos… Esos hijos en un extremo pueden sentirse culpables y en otro creer que es su derecho disponer de ella, incluso abusar de ella o tratarla mal; y a todos les va a costar tener ganas de crecer y asumir semejantes compromisos y responsabilidades.
En cambio la madre imperfecta arma equipo, pide ayuda, comparte responsabilidades y tareas, se deja ayudar, se cuida, conoce y atiende sus necesidades personales y, gracias a eso, sonríe más, tiene ganas de pasar tiempo con los chicos (elige hacerlo y lo disfruta, no lo siente como obligación), tiene más energía para estar en muchos momentos disponible, y el clima de la casa es más saludable para todos.
En cambio la madre imperfecta arma equipo, pide ayuda, comparte responsabilidades y tareas, se deja ayudar, se cuida, conoce y atiende sus necesidades personales y, gracias a eso, sonríe más, tiene ganas de pasar tiempo con los chicos
El promedio de edad para tener hijos está creciendo en relación a generaciones anteriores. Hoy las mujeres llegan a convertirse en madres con mucha experiencia de vida y de trabajo. A menudo se imaginan que la maternidad va a ser algo sencillo, un proyecto distinto y muy atractivo pero similar a otros que vienen resultándoles bien, y se sorprenden, se asustan, se enojan, se angustian, ante las dificultades que se les presentan a diario en la crianza de su hijos. Cuando, como dice Mafalda, “apenas encontrás la respuesta, ¡te cambian la pregunta!”
Queridas “colegas” de maternidad: tengamos piedad y paciencia con nosotras mismas, no nos dejemos llevar por las modas de crianza sin revisarla. Y confiemos en que la experiencia (que, como dice Oscar Wilde, es el nombre que le damos a nuestros errores), nos conducirá para encontrar nuestro camino personal de madres perfectamente imperfectas y profundamente humanas.