Imperdibles secretos de Cocteau
El título Secretos de belleza parece anunciar las confidencias de una empresaria de cosmética como Helena Rubinstein, o de una celebrity al estilo de Charlotte Casiraghi. Es, en cambio, el título irónico de un libro profundo y delicioso a la vez que contiene las reflexiones de Jean Cocteau sobre lo que le preocupó toda su vida: la belleza y la poesía consideradas como sinónimos. La exquisita edición de Leteo contiene, además de los textos, fotografías y dibujos de Cocteau, una detallada cronología. Esas páginas fueron escritas por el autor el 22 de marzo de 1945 en la banquina de una ruta, mientras esperaba que el coche en el que viajaba, inmóvil por un desperfecto, fuera remolcado hasta Orléans.
Cocteau había corrido el riesgo de ir a Graçay, donde estaba apostada la división del general Leclerc, para encontrarse con el actor Jean Marais, su amante, devenido soldado. Apenas si estuvieron juntos dos horas en la casa del editor y crítico Léon Pierre-Quint. Fue durante el trayecto de regreso que el automóvil tuvo una avería. Para pasar el tiempo, Jean se puso a escribir. Buscó definir la esencia de la poesía y la condición de poeta. También intercaló en esa sucesión de epigramas y pensamientos dignos de un clásico del siglo XVII, recuerdos personales y comentarios sobre sus amigos y colegas. Esas anotaciones aparecieron por primera vez en el número 42 de la revista Fontaine en mayo de 1945. Algunos ejemplos de esas horas de meditación: "Una obra de arte es una batalla ganada contra la muerte". "Los poetas deben temer al adjetivo como a la muerte". "El poeta recuerda el porvenir". "La masa no puede amar a un poeta más que por un malentendido".
La edición argentina tiene como apéndice la entrevista que el escritor estadounidense William Fiefield le hizo a Cocteau el 9 de junio de 1962 en la villa de Santo Sospir, propiedad de Francine Weisweiller. Cocteau murió un año después. En 1964, el diálogo entre el francés y el norteamericano se publicó en la revista The Paris Review 32, en el número de Verano
Otoño de 1964.
Casi dos décadas después, en 1983 (era la etapa final de la dictadura militar argentina), me encontraba en París y asistí a una función de Cocteau-Marais, en el teatro L’Atelier. Era un espectáculo concebido y realizado por Jean Marais y Jean-Luc Tardieu. Se trataba de un monólogo en el que Marais, de 70 años, encarnaba a Cocteau. Todo lo que decía el intérprete estaba tomado de las obras del escritor e incluía los relatos del poeta sobre su amor con Raymond Radiguet y Jean Marais. En el intervalo, antes del segundo acto, miré alrededor, y vi que detrás de mí había un grupo de una docena de chicos. Tendrían alrededor de trece años y estaban acompañados por una madura docente. Ella les decía, emocionada, que el amor y la unión entre esos dos hombres había sido ejemplar. Los alumnos la escuchaban con respeto y en silencio. Pensé en los ciudadanos argentinos adultos de esa época, a los que María Elena Walsh, en 1979, comparó con niños de jardín de infantes: "Todos tenemos el lápiz roto y una descomunal goma de borrar ya incrustada en el cerebro".