Imágenes paganas, recuerdos de los ochenta
Esta semana se cumplieron 41 años del lanzamiento al mercado de un artefacto electrónico que provocó una revolución, que pronto se integró a la vida cotidiana y que forma parte del imaginario cultural de los años 80: el walkman. En lo primero que pensé no fue ni en el primero que me compraron mis viejos (uno amarillo, cuando estaba en sexto grado), ni en la ilustración de la caja de la colonia Paco (donde un chico en bicicleta lucía su walkman en primer plano), ni en el par de pilas nuevas para el walkman de Ricky, uno de los personajes de "Resumen porteño", esa maravillosa canción de Spinetta Jade de 1983.
En lo primero que pensé fue en un retrato que Hilda Lizarazu le sacó a Luca Prodan en algún momento de los 80. Es una foto que tengo enmarcada, apoyada en mi biblioteca, y que veo todos los días. La publicamos en Rolling Stone en una edición especial de fines de 2002 cuando se cumplían tres lustros de la muerte del cantante de Sumo, y aparece también en el libro Aviones, del poeta Vicente Luy. "Esa foto me gusta porque creo que es uno de los pocos retratos en que aparece sin anteojos negros, mirando de frente y con una actitud relajada", le dijo Hilda a mi colega Martín Pérez en una entrevista. Más allá de su mirada (profunda, bellísima), los auriculares que lleva colgados en el cuello hacen las veces de un escapulario, como si la música lo protegiera contra todos los males de este mundo.
Que haya pensado en una foto antes que en cualquier otra cosa no me parece casual. Por estos días, estoy leyendo Acceso directo, de Andy Cherniavsky, las Memorias de una fotógrafa del rock argentino en los años 80. Es una historia extraordinaria, atrapante, que en varios momentos me remontó a Eramos unos niños, las memorias de Patti Smith.
Acceso directo, de Andy Cherniavsky, es una historia atrapante, que nos remonta a las memorias de Patti Smith
Andy podría ser nuestra Forrest Gump, o el personaje de una novela de John Irving. Cuando era chica, antes de que se divorcien, sus padres tenían un jardín de infantes y colegio pupilo, donde en el verano funcionaba una colonia de vacaciones. Ella, paradójicamente, se crió en la calle, con amigos del barrio Vicente López, en una cortada que daba a las vías del tren. Cuando se separaron, su madre estuvo en pareja con el crítico de arte Jorge Glusberg y se involucró con la movida (y los artistas) del Instituto Di Tella. Organizaban fiestas con Marta Minujín y Julio Le Parc. Andy define a su madre como "exótica y libre: una psicóloga moderna, permisiva, que fumaba porro y consumía LSD con sus colegas o amigos a modo de experimentación". En los 70 vivió en Europa y Salvador de Bahía, y Andy recuerda de esas excursiones el desenfreno en los carnavales da rua con el bloco de los argentinos exiliados.
Su padre, bohemio, fundó en 1964 el Centro de Artes y Ciencias. Una institución de vanguardia que finalmente terminó devastado por la última dictadura militar. Por ese sitio, desfilaron Astor Piazzolla, Daniel Viglietti, Chico Buarque, Vinicius de Moraes, Les Luthiers, Norman Briski, Nacha Guevara, Pappo’s Blues, Arco Iris, el Mono Villegas, Vittorio Gassman y Miguel Abuelo, entre muchos otros.
Todo esto transcurrió entre los 60 y los 70, cuando Andy era una niña y adolescente. Esa etapa que llamamos "la educación sentimental" y de algún modo explica (o anticipa) su derrotero artístico como fotógrafa a partir de los años 80. El relato incluye una convivencia amistosa con Charly García en los tiempos que armaba La Máquina de Hacer Pájaros (y un romance, furtivo y clandestino, posterior). Un desfile de personajes y de anécdotas del elenco estable del rock argentino de esos años abarca su relación amorosa con Andrés Calamaro que duró 9 años y que incluye una convivencia con una lechuza y unos gatos como mascotas, un estudio casero (El Hornero Amable) y un espacio lúdico y creativo (el "Club Palta"). También los íntimos y memorables encuentros musicales entre Andrés y Charly, cómo "inició" en el rock al Zorrito Von Quintiero ("Fabiancito") y al Bebe Contepomi (ella lo invitó por primera vez a su casa, después de leer una carta conmovedora).
Polaroids de locura ordinaria: un vistazo a su agenda personal de diciembre de 1982 nos lleva a Obras Sanitarias con Dulces 16, a una quinta con Charly García, a los conciertos de Serú Giran en el teatro Coliseo, al festival de la revista Pan Caliente y a una fiesta en su casa con Los Abuelos de la Nada.
Hay una parva de fotos increíbles (algunas inéditas, otras icónicas), que complementan sus historias. Una mirada retrospectiva que nos lleva a otras lecturas: Corazones en llamas, de Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz; Rockología, de Eduardo Berti; y Las páginas de Gloria, que compila las notas de Gloria Guerrero en la revista Humor. Tres libros escritos en caliente, indispensables en mi propia educación sentimental, a los cuáles les estoy agradecido.