Iglesia y pueblo: las raíces teológicas de una asociación ambigua
Se trata de comenzar a pensar nuevamente la teología sobre la polis desde raíces evangélicas y desde una valoración más explícita del sistema republicano de gobierno
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El período electoral deja un sentimiento de perplejidad profunda en la conciencia del católico medio, es decir, de aquel que se siente miembro de la Iglesia y trata de vivir su fe en forma coherente. Una de sus causas se origina en la percepción de que una parte importante de obispos, clero y numerosos laicos, a veces de palabra, pero especialmente con gestos y silencios, ha apoyado a un movimiento político caracterizado por uno uso inescrupuloso del poder, con incesantes y escandalosos hechos de corrupción y que, pese a autoproclamarse un movimiento de justicia social, ha dejado al país con más del 40% de pobres, con seis de cada diez niños sumidos en la pobreza. El apoyo de una parte de la Iglesia católica a dicho movimiento, en función del asombroso panorama de pobreza y desazón que han dejado en sus largos años de gobierno, es poco menos que sorprendente ¿Cómo es posible esto? Opino que hay varios motivos para comprenderlo. Uno de ellos es su sustento teórico, cuya expresión más nítida es la llamada “teología del pueblo”.
Cuando en los años 70 surgió, en América Latina, la Teología de la Liberación como discurso teórico para enfrentar el escándalo de una sociedad cristiana poblada de pobres, en la Argentina se propuso una teología que no utilizase el método dialéctico del marxismo y, en cambio, se inspirase en el movimiento peronista. Se postulaba que una teología anclada en el concepto de “pueblo”, propio del peronismo, podría dar cuenta del presunto hecho de fusión entre el Evangelio y un movimiento cultural masivo que se decía representaba lo popular. Empezó a pensarse que “pueblo” era lo genuino y, lo demás, era “anti-pueblo”, “anti-cultura”. El razonamiento no se detenía allí, sino que se prolongaba en el campo teológico: el pueblo portaba elementos del Evangelio, expresiones del Reino de Dios en su modo de relacionarse, de expresarse, de celebrar. De esta forma, el pueblo y el Pueblo de Dios, la Iglesia, llegaban a entremezclarse como una única realidad. “Pueblo” era “Pueblo de Dios”, y viceversa.
Inicialmente, esta corriente de pensamiento teológico pareció constituirse como un antídoto para las amenazas marxistas, por una parte, y capitalistas, por otra. Además, lograba reproponer la visión virreinal y jesuítica de una sociedad unitariamente católica, aunque con la ventaja de tratarse de una cultura radicada no ya en el poder monárquico sino en los estratos inferiores de la sociedad, en aquel confuso terreno de lo popular.
La teología del pueblo se supo presentar como sinónimo de “teología argentina”, minimizando así la existencia de otras corrientes teológicas locales. Entre ellas, una teología que, apoyada en el Concilio Ecuménico Vaticano II, toma en serio las nuevas formas democráticas de la modernidad occidental. O también otras líneas de pensamiento que exploran ámbitos diferentes de la realidad: la teología estética, la teología de la ciencia y la tecnología, la ecoteología, la teología feminista, etc. Por otra parte, este discurso teológico ha impregnado numerosas iniciativas pastorales, gobernadas por la vaga noción de lo “popular”. No obstante, con el paso del tiempo, aquella cultura popular animada por una visión cristiana fraguada en el mundo virreinal, fue convirtiéndose en una realidad más heterogénea, donde no resulta fácil discernir siempre elementos cristianos.
Me interesa remarcar lo siguiente: la teología del pueblo se difundió entre sacerdotes, religiosos y laicos, y logró influir claramente en la relación con el poder político a través del peronismo. Este movimiento siempre entendió que la alianza con esta forma del catolicismo argentino debía ser cuidada, puesto que permitía entrar en el imaginario psicológico de numerosos ciudadanos. Aun desde posiciones escandalosamente corruptas y negadoras de las instituciones republicanas, el peronismo aparecía como un “partner” esencial para la misión eclesial. Muchos se sentían cercanos y arropados por este movimiento que, cuando le tocaba ser gobierno, se hacía cargo de cuidar a la Iglesia, considerada como parte de su mismo pueblo.
La descripción que he propuesto, simplificadora por cierto, sirve para entender algunos hechos de los últimos años, incluidos los recientes comicios electorales. Mi tesis es que la teología del pueblo que, inicialmente tuvo un sentido valioso al salir al cruce de ideologías fuertes en un contexto de bipolaridad, colonizó el pensamiento de gran parte de la Iglesia argentina. De este modo, produjo un debilitamiento de la conciencia crítica respecto a la tremenda cadena de hechos de corrupción por manos de funcionarios, hechos que en parte explican la terrible pobreza actual de casi la mitad de la población. En cierta forma, esta asociación ideológica a través del concepto de pueblo, permite entender la inacción ante la corrupción y la pobreza creciente.
La fluida relación entre peronismo e Iglesia, orientada por esta teología popular, ha provocado el silencio sobre la escandalosa “injusticia social” que condena a millones de jóvenes a un futuro sin esperanza, así como ante la corrupción notoria y ante la violación de la división de poderes, como si la justicia independiente no estuviese relacionada con la verdadera defensa de los derechos humanos. Se trata de una historia de ambigüedades en las que la Iglesia parece sometida a un movimiento político de enorme magnitud, el cual vuelve a aprovechar este vínculo para reconquistar el poder perdido.
¿Cómo explicar este fenómeno? Obviamente, estamos delante de una realidad multicausal. Sin embargo, no debe ser subvaluada la explicación teórica. Detrás de toda praxis hay alguna teoría que la sustenta. En este caso, la teología del pueblo, difundida por diversos canales educativos y pastorales, es un agente fundamental. Nacida como teología política para defender a los pobres, se ha transformado en aliada ideológica de un sector político que está definiendo la situación presente y futura de muchos ciudadanos, apesadumbrados y desconcertados, conducidos hacia un pensamiento único que nada tiene de liberación.
Sería evangélico comenzar a pensar nuevamente la teología sobre la polis –una reflexión en la fe sobre la comunidad política– desde raíces evangélicas y desde una valoración más explícita del sistema republicano de gobierno –sistema que ha sido apoyado por los documentos de la Iglesia argentina desde “Iglesia y comunidad nacional, en el 1981–. Y, naturalmente, debería asumirse un concepto de Pueblo de Dios más teológico, donde quepan todos los caminos políticos orientados por la verdad y la justicia. La identificación de la Iglesia con un concepto abstracto de pueblo y con un movimiento partidario concreto –cualquiera sea– conduce a una nueva forma de clericalismo político. Además, da curso a todo tipo de excesos de un poder que se siente legitimado religiosamente. Finalmente, en un tiempo signado por la crisis ambiental que muestra el agotamiento planetario, y con un mundo humano nuevamente marcado por las guerras, la Iglesia tiene la misión de mantenerse fiel al Evangelio y ofrecer su colaboración en la construcción de la Tierra. Para ello, necesita ser fiel desde su identidad y libre en su relación con los poderes políticos.
Investigador y docente en la Pont. Universidad Católica Argentina, miembro del Consejo de la revista Criterio, sacerdote católico de La Plata