Identidad nacional y política exterior
Al diseñar una política exterior, es importante acordar y definir cuál es la identidad de la Argentina. A partir de ella, nuestro país debe buscar, en forma pragmática, la mejor manera de calibrar y optimizar su proceso de integración al mundo.
Según el excanciller brasileño Celso Lafer, la intermediación externa que realiza una política exterior debe partir de una “identidad colectiva”, de un “nosotros” señalizador de especificidades. Estas pueden incluir la localización geográfica, los códigos culturales, la experiencia histórica y los niveles de desarrollo. Esta identidad colectiva ayuda a dar una perspectiva organizadora, otorgando a un país coordenadas de inserción en el mundo.
El primer canciller del actual período democrático, Dante Caputo, definió la identidad de la Argentina como “culturalmente occidental, no alineada y en desarrollo”. Según Caputo, no existían contradicciones en esta definición, ya que el concepto de occidental estaba ligado al plano de los valores, y no al de una alianza de tipo estratégico-militar. A su vez, buscó protagonismo en los debates de tipo norte-sur, identificándose claramente con las naciones del sur, y resaltando la comunidad de objetivos con este “sur global”.
Otro destacado canciller, Guido Di Tella, consideraba que la Argentina debía estar alineado, pero no a EE.UU., sino a una coalición occidental de países, con cultura y valores similares a la Argentina. Él no estaba de acuerdo en ser un país no alineado, un grupo de países donde solo se tenían coincidencias con una docena de ellos. Además, Di Tella no quería ser parte del Tercer Mundo, y menos aún en forma voluntaria. Él creía que la integración de la Argentina a la economía mundial debía realizarse “a través de los EE.UU.” y apoyó la idea de ser aliado militar extra-OTAN de EE.UU. Aunque impulsó el Mercosur, lo consideraba más una alianza comercial que estratégica.
El destacado académico Roberto Russell aludió recientemente a la histórica tensión entre estas dos concepciones –a las que resumió como “sureña” y “occidentalista”–, concluyendo que ha llevado a que tengamos una cambiante e incoherente política exterior. Por ello, propuso lograr una “síntesis superadora de ambas concepciones”. Su fórmula puede resumirse en asumir una identidad occidental, del sur, y latinoamericana. Un sur que es tanto una referencia geográfica como una indicación de nuestro nivel de desarrollo, y de nuestra histórica relación con el Occidente del norte.
Federico Pinedo calificó nuestra identidad como “el Occidente austral”. Esta definición de tipo aspiracional quizá sea más adecuada para las también australes Australia o Nueva Zelanda, naciones occidentales en cuanto a cultura, desarrollo y alianzas militares. Además, Pinedo, como muchos otros, no parece identificarse con el término “latinoamericano” – término inventado por analistas franceses– y prefiere utilizar el término “americano”.
Con estas consideraciones en mente, y en el espíritu de Russell de lograr una concepción superadora y consensuada de nuestra identidad, se podría adaptar levemente su fórmula para definir una identidad “occidental, americana y del sur”. A partir de esta identidad consensuada, podremos recalibrar el proceso de lo que Di Tella denominaba “insertarnos correctamente” en el mundo.