Idea Vilariño, un testimonio
Luis Gregorich Para LA NACION
Las imágenes se mezclan sin cesar: Idea Vilariño ha muerto. Fui su amigo por más de 30 años, escribí el prólogo a su poesía (casi) completa, la quise y admiré como a pocas otras personas, y no se me puede pedir objetividad y distancia frente a su desaparición física. Por eso, las líneas que siguen son, más que una rigurosa nota necrológica, un doliente testimonio y un homenaje.
Ante todo, los datos más elementales, para no perder tiempo después en repetirlos. Había nacido en Montevideo, en 1920, el mismo año que Mario Benedetti, su compañero de escuela y amigo de toda la vida, con el que, sin embargo, no dejaba de discutir ásperamente, más por motivos estéticos que políticos. La impronta anarquista de su padre pesó en su formación (otra vez más moral que política); su carrera docente estuvo inspirada en la tradición laica y progresista más pura del normalismo uruguayo. Pronto eligió la literatura como vocación y militó dentro de la llamada "generación del 45", y en las revistas Clinamen y Número . Amó a Juan Carlos Onetti, en una historia de pasión cotidiana y literaria, y después se casó con Jorge Liberati, en un intento de normalidad que también se cortó, dejándola otra vez sola. Escribió ensayos, estudios métricos, análisis de letras de tango, y tradujo bellamente, entre otros, a Shakespeare. Pero lo que la convierte en una de las figuras mayores de la literatura en español, tal cual hoy la leemos y disfrutamos, es su producción poética, especialmente a partir de sus Nocturnos (1955), para seguir con Poemas de amor (1957) y Pobre mundo (1966). Los dos primeros se irán reelaborando y ampliando en ediciones sucesivas.
Tal como lo afirmé en el prólogo a sus poemas, la obra de Idea erige una oposición esencial a la propia concepción del fasto y la ornamentación verbal, en contra del modernismo rubendariano (aunque admiró mucho a Rubén Darío) y de Julio Herrera y Reissig. Poemas de versos breves, entrecortados, carentes de puntuación, con un ritmo íntimo que se apoya en el tenso diálogo entre el yo, la primera persona enunciadora, y un tú inalcanzable: el Amante, el Mundo, la Muerte. La lengua en que brilla esta dialéctica es el pudoroso español rioplatense, tal como se lo pronuncia en voz alta o como se lo susurra en la intimidad. Su filiación debe buscarse en los viejos místicos, en la tradición de la gran poesía femenina que empieza con Safo, y en el dramatismo hondo e ingenuo de la canción popular.
Idea mantuvo también, a lo largo de toda su vida, una extraordinaria integridad política y moral, que jamás se vio perturbada por favores o dádivas. Defendió las causas populares que creyó justas y escribió las letras de distintas canciones de fuerte contenido de protesta, entre ellas la notable Los orientales, convertida en una especie de himno extraoficial del movimiento revolucionario uruguayo.
Recuerdo a Idea desde nuestro primer encuentro, en el diario La Opinión , como una atractiva mujer de la que se desprendían, a la vez, la austeridad y la sensualidad; recuerdo a Idea con queridos amigos uruguayos, como el ya desaparecido Beto Oreggioni, y la afortunadamente joven y activa Ana Inés Larre Borges; recuerdo a Idea en las distintas casas de Montevideo y en la casita de la playa, en Las Toscas; recuerdo a Idea en su uruguayidad esencial, nada del otro mundo para los uruguayos, pero muy notorio para los que vivimos al otro lado del río (al que ellos llaman mar), enfrentados a un espejo que nos devuelve una imagen más educada y civilizada, quizá más resignada y sufriente, pero también más honesta y consciente de las propias limitaciones.
La seguiré viendo mientras escuchamos, juntos, los tangos que queremos y, por supuesto, la seguiré viendo siempre que lea su poesía, encarnada como ninguna.