Ian Kershaw: "Si lo ignoramos, el nacionalismo puede destruir Europa"
Tras la publicación de su último libro, que recorre las últimas décadas del Viejo Continente, el historiador británico afirma que la UE tiende a crecer y fortalecerse; además, dice que el Brexit es un enorme "error de cálculo"
MADRID
Ian Kershaw (Oldham, 1943) es uno de los historiadores británicos más respetados de nuestro tiempo. Su biografía de Adolf Hitler se ha convertido en una obra canónica sobre el dictador alemán. Su inclinación por analizar el papel que juega la personalidad de los hombres en el desarrollo histórico deriva en un planteamiento rico y ameno, porque a los hombres les interesan los hechos de los hombres. "Nunca he sido marxista y no estoy de acuerdo con la tesis de El 18 brumario de Luis Bonaparte porque creo que las circunstancia no lo hacen todo", afirma.
Kershaw acaba de publicar en español Ascenso y crisis: Europa 1950-2017. Un camino incierto (Crítica), la segunda parte de su monumental historia de Europa en el siglo XX, que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente. Allí recorre los grandes cambios políticos, sociales, económicos y culturales que sufrió el Viejo Continente y destaca la figura del líder soviético Mijail Gorbachov: "Sin él, nada de lo que ocurrió en esta etapa habría sucedido", señala.
–Su libro enmarca la historia europea entre dos eras de inseguridad e incertidumbre. Pero tras la Segunda Guerra Mundial Europa no tenía otra alternativa más que mejorar.
–Sí, pero yo describo la inseguridad del inicio de la posguerra. Entonces yo era un niño y recuerdo el miedo a otra guerra, a la destrucción nuclear. La inseguridad que tenemos ahora es diferente. Entiendo lo que dice, Europa solo podía ir hacia arriba después de ser destruida, tuvimos una recuperación económica sorprendente en las décadas de 1950 y 1960, pero también tuvimos acontecimientos muy negativos. Por ejemplo, cuando cayó el Muro de Berlín y se abrían perspectivas de más unidad y de que la guerra nunca más volvería a ocurrir, empezó el conflicto en Yugoslavia. Además, cuando decimos que Europa solo podía mejorar es porque estamos mirando la trayectoria de Europa occidental, pero si se observa la de Europa oriental y sudoriental o el Mediterráneo, vemos que no fue una recuperación tan sencilla comparada con el noroeste de Europa.
–Se podría decir que la historia de esta etapa es la del enfrentamiento de la Unión Europea (UE) y la Unión Soviética, y la victoria de la primera sobre la segunda.
–Bueno, no fue exactamente una victoria de la UE sino el fin de la Guerra Fría. Y la Guerra Fría fue una gran victoria del capitalismo estadounidense. La UE fue beneficiaria de esa victoria.
–¿La UE no es también una creación de ese capitalismo norteamericano?
-En parte, sí. Pero cuando usted plantea si fue una victoria de la UE sobre la URSS, bueno, la UE se creó a partir de 1992, el fin de la Guerra Fría influyó, y es en parte consecuencia de la dominación estadounidense de Europa occidental. Pero la UE es una iniciativa europea. No se puede decir que sea una creación estadounidense. La Europa unida se desarrolló bajo el auspicio del interés estadounidense en Europa occidental al comienzo, pero luego se convirtió en un actor poderoso por sus propios medios.
–Por un lado, entre 1950 y 1989, Europa fue un eventual campo de batalla de la Guerra Fría, y por otro, una especie de escaparate del lujo capitalista frente al bloque soviético. Pero desde 1989 ya no cumple esa función. ¿Se quedó la UE huérfana de objetivos?
–En absoluto. Lo de ser una vitrina del mundo occidental fue una de las funciones que cumplió durante la Guerra Fría, pero ese no era el propósito por el que fue concebida, en primera instancia. El bloque soviético tampoco se pasó todo el tiempo mirando los lujos del mundo occidental que había en la Unión Europea. Entonces, de ninguna manera se trata de una organización cuestionable, sino de una entidad poderosa económica y geopolíticamente, por derecho propio. Lo vemos en la manera en que ha evolucionado el vínculo transatlántico en la posguerra, que se ha vuelto más problemático con la llegada del presidente Trump, pero no ha colapsado del todo.
-¿Cuáles son las tendencias de largo plazo que se manifiestan hoy en Europa?
–Una tendencia es continuar con la integración de los países de la UE e incorporar otros. En este preciso momento se habla de las negociaciones con Albania y Macedonia para que sean miembros. Esto demuestra que el proceso de integración continúa. El proceso de reforma de la UE va a ser una cuestión central en los próximos años. Y su fortalecimiento es un tema que preocupará también. Tanto a nivel interno, frente a la amenaza del nacional-populismo, como externo, ante las presiones de Estados Unidos, Rusia y el creciente poder de China. Además, tenemos problemas que preocupan a todo el mundo, como los causados por el cambio climático, el daño ecológico, la guerra cibernética, y problemas de seguridad que son críticos para la UE, como la inmigración.
–Si usted observa la Europa continental con perspectiva histórica, ¿qué ve? ¿Una región autoritaria o democrática e inclusiva?
–Democrática e inclusiva.
–¿Con una larga tradición? No se lo discuto en el caso del Reino Unido, pero en el resto del continente esa tradición ni siquiera tiene un siglo.
–La tradición se remonta a la Segunda Guerra Mundial. Las democracias se construyen después de la experiencia de la guerra. El deseo de integración empieza en los años 50, es una de las lecciones de la guerra: nunca más una guerra en suelo europeo. Esto ha sido conseguido parcialmente. Ahora, claro que tenemos problemas en el perímetro de la UE, con tendencias autoritarias en Hungría y en Polonia; problemas en las fronteras de la UE, con países que no son propiamente europeos como Turquía y Rusia y que son democracias de fachada. A pesar de que no son de larga data como la británica, y de que hay continuos intentos por erosionarlas, tenemos un continente de democracias que se han consolidado en los últimos 70 años. Comparemos con los años 30 del siglo pasado: entonces, dos tercios del continente estaban bajo gobiernos autoritarios.
–Dice en su libro que si uno nunca vivió en una dictadura, no aprecia lo que es vivir sin ella. La gente joven de Europa cree que el agua caliente siempre salió caliente.
–Claro. Eso es cierto. Tenemos alto niveles de autocomplacencia y eso es parte de los problemas de la UE. Inicialmente, cuando surgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, el proyecto europeo buscaba la paz y una creciente prosperidad. Eso fue lo que impulsó el acercamiento y la amistad entre la entonces Alemania Occidental y Francia. Y esa sigue siendo la base de la integración europea. Pero, hoy, la gente joven no ha conocido la guerra y eso ha hecho que la UE perdiera su relato fundacional de paz y prosperidad. Se la ve como una organización abstracta, costosa, Bruselas es un sitio que está lejos, geográfica y mentalmente, de los problemas de los ciudadanos. Este problema está en la base del nacional-populismo que vemos.
–El nacionalismo destruyó Europa dos veces en el siglo XX. ¿Puede ocurrir esto de nuevo?
–Es posible que vuelva a destruir Europa, si ignoramos la amenaza que supone. Pero no creo que ocurra porque, a diferencia del período de entreguerras, el nacionalismo hoy es reconocido como una amenaza y como una respuesta que no ofrece soluciones reales. Los valores liberales que se han establecido de manera cuidadosa y hasta problemática en las últimas décadas son importantes para una parte muy grande de la población europea y no los van a abandonar a la ligera. La reversión a un continente de Estados-nación en conflicto entre sí, con todos los peligros que eso supone, son tan obvios que la gente se va a oponer.
–El Acta Única europea, aprobada en 1986, alumbra la Europa moderna. Es un momento de tensión entre un socialdemócrata francés (Jacques Delors) y una liberal británica (Margaret Thatcher) que culmina en una revolución globalizadora: la libertad de movimientos de capitales, personas y bienes en toda Europa. ¿No es ese acaso el momento más brillante de la UE?
–Ese momento surge de una etapa de euroesclerosis en los años 80, en que el futuro de Europa parecía bloqueado. Delors llegó con sus ideas de un cambio político para una mayor integración europea, y Thatcher estaba interesada en una Europa integrada solo económicamente. Fue, es verdad, un punto de inflexión histórica. No sé si el más glorioso, pero ayudó a incrementar la prosperidad de mucha gente y convirtió a Europa en protagonista de las tendencias globalizadoras que entonces estaban despegando. Ayudó además a generar el potencial económico financiero que benefició a ciudades como Londres. Pero también trajo algunos problemas en el desarrollo europeo. Convirtió a la UE en una entidad capitalista crecientemente globalizada, donde los elementos socialdemócratas quedaron en segundo plano. En cierto modo, esto fue inevitable. Lo que pasó después, con la creación del Mercado Único, que fue un desarrollo lógico de la manera en que se resucitó a Europa, y con el Tratado de Maastricht en 1992, hizo que aquellos cambios políticos terminaran dominados por una cuestión económica, la creación del euro.
–¿Nos estamos desglobalizando? Vemos retrocesos en las tres grandes libertades: la de comerciar, la de trasladar capitales y la de libre movimiento de personas.
–Estoy de acuerdo con ese análisis, pero me parece que son solo frenos a la globalización, porque el proceso es imparable. Usted puede intentar contener la globalización, frenarla, ralentizarla, pero no detenerla. Las cuestiones que ha mencionado son grandes problemas, pero incluso la guerra comercial entre China y Estados Unidos no detendrá la globalización.
-¿Puede ser que los británicos hayan visto algo en el Brexit que los demás europeos no han visto?
–Quizá estaban mirando en la dirección equivocada (se ríe). No, no lo creo.
–¿Es posible que hayan visto un cambio de tendencia global, que el mundo no está yendo hacía más multilateralismo y en cambio está volviendo el Estado-nación?
–Estoy seguro, por la forma en que han ocurrido las discusiones en el Partido Conservador, que no.
–Pero Putin piensa esto.
–Sí, claro, desde fuera de Europa es posible. Y le da la bienvenida a lo que está pasando. Pero, un Reino Unido separado de la UE, que dependa de los acuerdos de libre comercio que pueda conseguir… Se puede imaginar cómo va a salir eso: una pequeña Gran Bretaña frente al Estados Unidos de Trump. Lo que vamos a tener será un arreglo comercial unilateral. El Brexit ha surgido de varios sitios. Hay un camino largo hacia el Brexit que viene del semiapartamiento del Reino Unido de la UE, considerada un obstáculo para el libre comercio, y hay un camino corto al Brexit que sólo se ha puesto de manifiesto en los últimos años. En 2011 o 2012, abandonar la UE era una cuestión que nadie pretendía, pero que se desarrolló rápidamente. No creo que esto respondiera a asuntos más amplios o abstractos, como el hecho de que la UE fuera percibida como un problema para el libre comercio. Pero cuando comenzó la afluencia de personas de Europa del Este, el problema se leyó a la tremenda: esto solo se puede resolver dejando la UE. Por otro lado, surgió la idea de que la UE ya no era más un motor de crecimiento económico. Eso, junto a la tradición británica de libre comercio, llevó a buscar áreas de mayor crecimiento. Estas fueron las dos cosas que en esencia estuvieron en juego en el referéndum: el control de la inmigración y la búsqueda de zonas de mayor crecimiento con las que comerciar. Pero no hubo una reflexión más amplia sobre el futuro o sobre lo que iba a pasar.
–Otros analistas, como Martin Wolf, han dicho que es una estupidez medirse con las grandes potencias desde un pequeño país en vez de sumarse a un grupo mayor.
–La decisión es un error de cálculo en términos geopolíticos, no solo por parte de Gran Bretaña sino de cualquiera de los países europeos que quisiera ir por su cuenta y riesgo. Incluso Alemania, que es el más grande y el más importante de esos países, confrontada con el poder de China, de Rusia, en el futuro de la India, y por supuesto de Estados Unidos, estaría perdida. Gran Bretaña siempre fue mucho más importante que el tamaño que tiene, y eso se refleja en su pasado como gran potencia y su papel en las guerras de los demás; aún tiene una posición muy importante entre las potencias. Pero ahora está a punto de renunciar a esa posición, además de causarse un daño económico enorme. Este es un error colosal, lo he dicho muchas veces. Es la autolesión más grande que jamás se haya causado el país.
-¿Estados Unidos y China han caído en la trampa de Tucídides? De las 14 ocasiones en que una potencia desafiante se enfrentó con una establecida, en diez acabó en guerra.
–Probablemente en esas diez ocasiones no había armas nucleares de por medio.
–Lo dice por la teoría de la destrucción mutua asegurada que produjo el equilibrio de la Guerra Fría…
–Exacto.
–Pero la gente ha olvidado eso.
–Sí. Pero si se considera la posibilidad de un conflicto entre la potencia desafiante y la establecida, entre China y Estados Unidos, creo que es más probable que se produzca por medios no convencionales, como la ciberguerra. Creo que una guerra como la entendemos convencionalmente es posible, aunque es poco probable que ocurra.
John Müller