Huyeron de la guerra y volvieron a empezar en la Argentina
Mery Alosh y Haneen Nasser, dos sirias que llegaron hace seis años, reviven el drama de los que buscan un nuevo hogar
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Su vida ya no era más su vida. Estaba en una larga pausa. No tenía presente, y mucho menos futuro. Vivía en medio del terror de la guerra civil siria que comenzó en 2011 después de una manifestación contra el gobierno y que todavía no terminó. Las bombas caían frente a las ventanas del edificio en el que habitaba con su familia en Homs.
Era habitual ver un mar de sangre en la puerta de su casa. La tercera ciudad siria después de Damasco y Alepo se había convertido en uno de los campos de batalla entre las fuerzas armadas y los grupos rebeldes. No podía prácticamente ni asomar la nariz a la calle. Fueron seis meses de encierro obligado, de que les traigan la comida y algún que otro medicamento hasta la puerta. Los negocios cerrados, las calles tomadas por los hombres de ISIS. Con permanentes cortes de luz, sin agua, sin poder ir a la escuela, con lo justo.
Era habitual ver un mar de sangre en la puerta de su casa. La tercera ciudad siria después de Damasco y Alepo se había convertido en uno de los campos de batalla entre las fuerzas armadas y los grupos rebeldes. No podía prácticamente ni asomar la nariz a la calle.
“En 2016 por fin pudimos escapar de la guerra y venir a la Argentina, donde ya habían llegado otros familiares. Ahora vivimos en paz. Extraño, quisiera volver, pero cuando recuerdo el horror por el que pasamos, enseguida se me van las ganas de ir”, recuerda Mery Alosh en perfecto español desde Salta, donde rearmó su vida con su mamá Linda, su papá Maruan y su hermano mayor Fadi. En ese entonces tenía 13 años, no hablaba una palabra de castellano y fue una de los refugiados sirios que vinieron al país.
Escapar de una guerra, volver a empezar en otro país, con apenas unas pocas pertenencias que entran en una valija. En muchos casos sin hablar el idioma del destino al que se llega, sin compartir la cultura y hasta sin conocer a nadie. Un viaje a lo desconocido, pero esperanzador.
El mismo horror que vivió Mery lo están padeciendo los miles de ucranianos que se están repartiendo por Europa occidental y quizás, algunos puedan desembarcar en la Argentina. El empresario y cineasta Enrique Piñeyro, que ya hizo varios vuelos humanitarios con refugiados ucranianos con su ONG Solidaire, tiene la intención de poder traerlos también al país.
Hasta el momento no hay un programa especial que los reciba, aunque desde la Dirección Nacional de Migraciones se autorizó mediante la disposición 417/2022 el ingreso y la permanencia por razones humanitarias a la Argentina a ciudadanos ucranianos y sus familiares.
Según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), en la Argentina hay 4075 refugiados contabilizados hasta diciembre último. Además, registran 11.082 solicitantes de asilo y más de 160.000 venezolanos desplazados de su país. Entre los refugiados, los sirios representan la tercera nacionalidad con el 11 %. También hay colombianos, peruanos, ucranianos, bolivianos, cubanos y armenios, entre otros.
En 2014 se desarrolló en el país el Programa Siria, un visado humanitario para personas afectadas por el conflicto bélico en la República Árabe Siria que obligó a que 5,6 millones de sirios dejen su país (casi la mitad de la población que había antes de la guerra) y están registrados como refugiados en el extranjero. Así ingresaron sirios que se unieron a la gran comunidad sirio-libanesa que desde hace décadas reside en la Argentina. Muchos se asentaron en el interior del país, donde echaron raíces. En ese entonces, era necesario demostrar un vínculo de sangre entre un llamante argentino y un refugiado sirio, que se comprometía a brindarle alojamiento y manutención por un año, o un plazo menor si podía sustentarse por sus propios medios. A partir de 2016 se actualizó el programa y ya no fue necesario tener un vínculo familiar, pero sí darle contención y acompañamiento. De Siria hay actualmente 433 personas refugiadas en el país.
Mery (así, con e, aunque cuando le hicieron el documento argentino lo escribieron con a) llegó como parte de ese programa. Es una de los tantos jóvenes sirios que hicieron de la resiliencia su nueva bandera, que con valentía se sobrepusieron a un pasado aterrador y avizoran un futuro prometedor en estas tierras, muy alejadas de su antiguo hogar.
“No esperábamos que pase todo eso, cada día era peor. Había muchos secuestros, las bombas se caían frente de mi casa. Menos mal que nos salvamos”, rememora Mery. Vendieron todos los muebles y electrodomésticos que tenían para comprar los pasajes. Viajaron por tierra hasta el Líbano, y desde allí con escalas en Dubái y San Pablo llegaron a Buenos Aires. Nunca antes había viajado al exterior. Y su único vínculo con la Argentina era el mate, una costumbre arraigada en el país de medio oriente, primer importador de yerba mate nacional.
“Fue un alivio dejar Siria, estaba contenta, pensando que iba a tener un futuro más lindo. Aunque tuviera un título allá no podría trabajar, porque es muy difícil. Sentía que no tenía más futuro, no sabía para qué estudiaba”.
Fueron a Salta, porque ya había otros familiares, tíos maternos y abuelos, que habían llegado por la misma situación un poco antes y los ayudaron a tramitar los papeles. Al principio vivieron con ellos hasta que pudieron establecerse, alquilar en otro lado y conseguir trabajo.
"El primer año fue terrible, me costó mucho, pero estoy muy agradecida con la gente de Salta y con el Colegio María Auxiliadora, porque no hablaba una palabra de español ni de inglés y me ayudaron mucho. Al principio no me podía acostumbrar ni con el idioma ni con las costumbres."
Mery Alosh
“El primer año fue terrible, me costó mucho, pero estoy muy agradecida con la gente de Salta y con el Colegio María Auxiliadora, porque no hablaba una palabra de español ni de inglés y me ayudaron mucho. Al principio no me podía acostumbrar ni con el idioma ni con las costumbres. Me acuerdo que me decían que haga los exámenes en árabe, que escriba por ejemplo sobre un tema que sepa, que me esfuerce, que no pierda el ritmo. La profesora de lengua me ayudaba a conjugar los verbos, pero yo no entendía ni siquiera qué significaban”, cuenta, ahora entre risas. Durante el segundo año el español comenzó a fluir, se hizo amigos con los que podía hablar sin el traductor del teléfono y empezó a avanzar en el colegio, hasta terminar en 2020. Ahora cursa el segundo año de la carrera de Turismo y se siente completamente integrada a la sociedad. Sueña con ser tripulante de cabina.
Todavía añora muchas cosas de su vida en Siria, pero cree que nunca más vivirá allá, aunque no pierde la esperanza de volver algún día de visita. “Acá me se siento libre. Al margen de la guerra, allá por ejemplo no podía usar short o vestido para ir a la calle. Tampoco remera de manga corta. Me hacía enojar mucho esa situación.” Mery es de familia católica, una minoría en un país de tradición musulmana. “Mis compañeras me hacían bullying por no ser musulmana, decían que era pecadora”.
A sus padres no les resulta tan sencillo como a Mery y a su hermano, que trabaja en una librería: “Para ellos fue muy difícil, hasta hoy les cuesta el idioma. Mamá empezó a cocinar para vender comida árabe y papá trabaja en un comercio de venta de alimentos. Están buscando algo mejor. De todas maneras, mientras no haya guerra para mí está todo bien”.
Sola, de Siria a La Pampa
Haneen Naseer también llegó a la Argentina en 2016 huyendo de la guerra, pero en su caso lo hizo sola, con apenas 24 años, sin conocer a nadie, sin hablar español y con una única valija como pertenencia. En Latakia, una pequeña ciudad siria sobre el Mediterráneo, que todavía añora, quedaron sus padres y sus dos hermanos (uno años después su hermana logró radicarse en Rumania).
"“Es muy feo dejar tu casa, tus cosas, yo por suerte no tenía que dejarlo sí o sí. A mí no se me cayó la casa encima, como veo que les pasa ahora a muchos ucranianos. Yo elegí salir porque no tenía futuro. No se podía vivir así, con miedo, bombas que explotaban en autos, no teníamos luz, nos cortaban todos los días varias horas, mis amigos se iban afuera”"
Haneen Nasser
Su destino era La Pampa, sitio que nunca había escuchado nombrar antes, pero que ahora asegura que es su lugar en el mundo, aunque todavía no se acostumbre al calor del verano. Por medio de Facebook entabló amistad con una chica pampeana que ofició de llamante y la ayudó a establecerse en la provincia. Luego de vivir unos meses en Parera se instaló en Santa Rosa, donde vive actualmente.
“Es muy feo dejar tu casa, tus cosas, yo por suerte no tenía que dejarlo sí o sí. A mí no se me cayó la casa encima, como veo que les pasa ahora a muchos ucranianos. Yo elegí salir porque no tenía futuro. No se podía vivir así, con miedo, bombas que explotaban en autos, no teníamos luz, nos cortaban todos los días varias horas, mis amigos se iban afuera”, cuenta.
Nunca había pensado irse de su país, no estaba para nada en sus planes, pero cuando la situación era irreversible, cuando veía que muchos se iban, se empezó a preguntar cómo sería vivir afuera.
En Siria había estudiado fotografía (vendió su cámara para comprar el pasaje a la Argentina) y literatura inglesa, lo que le permite comunicarse en inglés con facilidad.
“El primer año fue duro, con muchas lágrimas, extrañaba, me sentía insegura, pero desde que empecé a hablar mejor español me fui adaptando mejor.”
Al poco tiempo de llegar conoció a Besim, de la comunidad sirio-libanesa, que habla perfecto inglés y hacía de traductor. Con el tiempo se enamoraron y el año pasado se casaron. Aquí descubrió una nueva pasión: la gastronomía. Junto con su marido llevan adelante el emprendimiento Arabian. Preparan platos típicos sirios y libaneses, recetas aprendidas de su mamá y de su abuela y los venden con la modalidad delivery. Están planeando crecer y abrir un restaurante para ofrecer una experiencia completa, no solo gastronomía; de alguna manera traer su tierra a Santa Rosa, con una ambientación especial.
“Me siento muy argentina, estoy tramitando la ciudadanía. Volver a Siria ya no, va a ser difícil, me acostumbre acá, ya tengo familia. Me gustaría ir de visita, que conozcan a mi marido, pero mi lugar es acá”.
¿Por qué a Mery y a Haneen se las considera refugiadas y no migrantes? “Para nuestra legislación se considera refugiado a toda persona que tiene fundados temores de ser perseguido por diferentes motivos, que pueden ser basados en la raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas. También se considera refugiado al que ha tenido que salir de su país porque el lugar que habitaba está en situación de conflicto generalizado que pone en riesgo su seguridad, su libertad, sus derechos”, explica Gabriela Liguori, directora de Caref, comisión argentina para refugiados y migrantes. Esta organización ecuménica, conformada por iglesias protestantes históricas de argentina, de larga trayectoria, asiste de manera interdisciplinaria y gratuita a refugiados y migrantes en condiciones de vulnerabilidad, para garantizar sus derechos. Ante la consulta de si podrían venir refugiados ucranianos Liguori asegura que acá hay mucha capacidad instalada, institucional y de personas interesadas en acompañar de manera solidaria pero que “no puede ser algo que se libre al azar, sino que requiere regulación desde el estado. La recepción debe ser acompañada, porque hace más de 20 años hubo un programa para migrantes de Europa del Este, donde se les facilitaron los papeles pero tuvo muchas falencias, no recibieron el acompañamiento que necesitaban y no habría que repetir los mismos errores”, finaliza.