Hubo una vez seis cines
Boedo tuvo una época de esplendor de los cinematógrafos de barrio cuando, en su avenida principal contaba con seis salas para el disfrute popular del séptimo arte y también de números en vivo
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No quedó ni uno solo. Los cines del barrio de Boedo se extinguieron de a poco entre las décadas del ‘80 y el ‘90. Sucumbieron, como en tantas otras barriadas, a causa de la indiferencia de la gente que supo en tiempos pasados abarrotar sus salas y también por el avance de la tecnología, que un día permitió que en una cajita plástica rectangular pudiera introducirse una película para ser transportada y exhibida directamente en los hogares.
Cuentan los cronistas de lo que ya no está que, en las décadas del ‘30 y del ‘40 había en Boedo unos nueve cinematógrafos. Fue una época en la que en tan solo cuatro cuadras de la avenida que da nombre al barrio se ubicaban seis cines. Un dato difícil de creer en estos tiempos en los que las salas en las grandes ciudades se pueden contar con los dedos de la mano.
Pero cuando se esfuma un lugar que se hizo querer popularmente suele dejar tras de sí un hilo de recuerdos que no se corta a través de las generaciones. Memorias que en algún lado quedan escritas y marcas que todavía están ahí. Por ejemplo, en Boedo 1063 se encontraba el Cine Teatro Nilo, inaugurado en 1929. En su suntuosa sala para mil espectadores no solo se disfrutaba de la magia del séptimo arte sino que también había números vivos y murgas en períodos de carnaval. En la parte superior del escenario un grupo escultórico mostraba dos mujeres semidesnudas posando en simetría cada una a un lado de un escudo. Hoy, en el mismo lugar funciona desde 1995 un hipermercado de electrodomésticos. Nada parece haber perdurado. Sin embargo, al ingresar al enorme local, delante de todo y en lo alto puede verse aquel mismo grupo escultórico de las mujeres y el escudo que coronaba la pantalla del Nilo. Todo pasa y todo queda.
Un techo corredizo que se abría al titilar de las estrellas en las noches calurosas tenía el cine teatro Los Andes, inaugurado en 1926 y ubicado en Boedo 777. Podía recibir mil cien espectadores, entre la platea y el pullman, para disfrutar rutilantes éxitos del celuloide. Pero quizás, el momento más brillante de esa sala haya sucedido los días 15 y 16 de julio de 1933, cuando cantó allí Carlos Gardel. De locos: el Morocho del Abasto interpretó el tango “Almagro” en el barrio de Boedo. Una placa fileteada recuerda este hecho artístico en la fachada de lo que fuera Los Andes, donde hoy se erige un gran supermercado. Si se piensa bien, resulta fascinante andar de compras con el changuito entre las góndolas de un lugar donde en algún momento estuvieron Gardel y sus guitarristas.
El cine más grande de la avenida fue el Cuyo, en el 858, inaugurado en 1945 y con capacidad para 1600 espectadores. La historiadora María Meloni cuenta que, en 1951, cuando llegó la tecnología del “Cinemascope”, como el recinto no era lo suficientemente grande para instalar la pantalla del tamaño y la concavidad necesarias, los dueños de la sala, que no se andaban con chiquitas, compraron el edificio que estaba al fondo. Este excine es el único que conserva su fisonomía original. Sin embargo, hay un detalle: hoy es un templo evangelista.
Las salas que resta mencionar de aquella era dorada del cine barrial son: Select Boedo, donde hoy hay otro supermercado; el Boedo, reemplazado por una farmacia de cadena y, por último, el Moderno. Este, que fue sustituido por otra farmacia, era una de esas salas de medio pelo conocidas vulgarmente como “piojeras”. Allí, un público pendenciero, 90 por ciento masculino, miraba los filmes entre gritos de doble sentido y cargadas al acomodador, escupiendo desde el pullman y tirando cosas contra la pantalla. De hecho, lo que recuerdan de ese lugar sus antiguos espectadores es una mancha de huevo que quedó impactada por años en la pantalla gigante.
Un día se acabó la función para estas salas. Adiós a los estrenos, el continuado, los Sucesos Argentinos, el caramelero y los besos furtivos en la penumbra… quedan solo los recuerdos, las huellas urbanas y esa tierna película en blanco y negro que es la nostalgia.