Horacio Rodríguez Larreta, el enemigo imperfecto de Cristina Kirchner
Nunca hablaron y casi ni se conocen. Solo una vez se saludaron, al pasar, en un aeropuerto. Aquel día, Horacio Larreta vio a Cristina desde lejos y se acercó para estrecharle la mano. A mediados de abril, en una cumbre en Olivos por la renegociación de la deuda, en la que el jefe porteño apareció sentado junto al Presidente y su vice, Cristina entró al salón y enfiló directo hacia su silla evitando, incluso, mirarlo (las reinas son así: no reconocen pares). La última semana lo subió al ring, pero Larreta no picó. Todavía. La radicalización de Cristina podría contaminar, a la larga, todo el escenario político, arrastrando, en su ola furiosa, a los moderados.
Azuzado por los ultras de su propia tropa, muchos se preguntan hasta cuándo podrá guardar silencio Larreta si ella lo elige, finalmente, como punching ball, tal como, en su momento, lo hizo con Macri. Una elección que resultó muy funcional para el expresidente porque terminó lanzándolo como líder de la oposición. Quién tiene un enemigo tiene un tesoro.
Pero si Macri era –y es– un enemigo perfecto para Cristina, entre otras cosas por la oscuridad de los negocios de su familia y la caída en picada en las encuestas (conserva una imagen positiva de, apenas, un 20 por ciento, mientras que la negativa ya supera a la de Cristina), la figura de Larreta no parece ofrecer flancos tan fáciles donde gatillar. Una curiosidad estadística: dentro del kirchnerismo ampliado (no el fanático), el jefe porteño es bien ponderado.
Según las mediciones de Poliarquía, Larreta y Fernández son actualmente los dos dirigentes más marketineros del país, muy por delante del segundo pelotón
Según las mediciones de Poliarquía, Larreta y Fernández son actualmente los dos dirigentes más marketineros del país, muy por delante del segundo pelotón. La diferencia es que, mientras Alberto fue perdiendo capital político durante la gestión de la cuarentena, Horacio lo fue ganando.
La pérdida del poder transformó a Macri en un "halcón"; Larreta, en cambio, se volcó con más ahínco a la moderación, un activo muy valorado por la sociedad argentina, por fuera de las minorías rabiosas. Ese activo, que es un cuerpo extraño en el ADN cristinista, es el que petardea la vice con sus tuits. Alberto lo sabe, por eso, horas después del último ataque al jefe porteño, a quien el Presidente acusó de déficits en la atención de los adultos mayores, sus laderos llenaron el WhatsApp del alcalde con mensajes conciliatorios. "Nos sacaron de contexto", explicaron. Massa, uno de los mejores amigos de Larreta, suele oficiar de nexo entre ambos lados del mostrador. La reunión zen que mantuvieron el lunes por la noche, en Olivos, el Presidente y Larreta, en la que ni se mencionó a Cristina, ayudó a tranquilizar los ánimos. Es que, al contrario de lo que se había especulado, ambos acordaron a grandes trazos cómo seguir con la cuarentena, también en la ciudad.
Pero ¿por qué Cristina elegiría a un enemigo tan imperfecto como Larreta?
Por más que el análisis político tradicional imagine sofisticadas construcciones de poder, la verdad es más sencilla. Su psicología, su personalidad e, incluso, su historia de vida pesan mucho más en sus embestidas impulsivas que la supuesta ejecución de pensadas estrategias. Cristina siempre fue igual, desde la primaria, cuando en la escuelita Dardo Rocha, de Tolosa, rivalizaba, con ambición y voracidad, con el Larreta o el Macri de su infancia (se llamaba Santiago Alí) por su "proyecto hegemónico" de aquel momento: ser el mejor promedio de su clase.
Sus 16 compañeras de la secundaria, en el Colegio de la Misericordia, en La Plata, aún recuerdan a Cristina casi en los mismos términos –aunque, claro, con otros contenidos–, en que, muchos años más tarde, lo haría Vilma Ibarra, su excompañera en el Senado, en su libro Cristina vs. Cristina. Claro que, sobre esa personalidad, se montan las cuestiones políticas actuales: CABA y Córdoba son los dos principales obstáculos que encuentra para avanzar en su proyecto hegemónico territorial y el diseño de su plan sucesorio en favor de La Cámpora. La ciudad, que siempre le fue adversa, tiene el plus de ser el territorio de origen de la coalición opositora que la corrió del poder. Larreta, además, fue incluido en la lista negra desde que Cristina dictaminó que su fiscal general, Juan Bautista Mahiques, buscó influir en la causa por el memorándum con Irán, cuando era funcionario de Macri. Cuando lo peor de la pandemia pase, Cristina volverá a la carga con su proyecto de quitarles fondos de coparticipación a los porteños para debilitar a Larreta.
Con votos y poder, pero apartada del manejo cotidiano del Gobierno, Cristina parece sufrir el mismo síndrome que Néstor, cuando decidió cederle la presidencia. La impotencia para acceder a la botonera puede hacer explotar de furia a los omnipotentes.