Horacio Fontova y el arte de hacerse querer
El lunes a la mañana se murió Horacio Fontova. "¡Qué manera estúpida de empezar la semana!", decía Juan Verdaguer en uno de sus clásicos chistes; y el Negro, seguramente, hubiera lanzado una carcajada ante la ocurrencia. Tuve muchos pensamientos en paralelo apenas salieron mis primeras lágrimas negras. Una avalancha de emociones y recuerdos se me vino encima apenas leí la noticia. En el primero que pensé fue en mi amigo el Tano, el que toca el sitar, que me grabó en un casete las primeras músicas de Fontova, que escuché a principios de los 90. Son, casi todas del disco grabado en vivo en el estadio Obras, la plataforma de la campaña "Fontova Presidente". En su rol de General proponía un frente plurisectorial: "Peronios, radichetas, bolches y liberales, todas las etiquetas se van a terminar. Vamo'a armar un bailongo en la plaza e'congreso, toneladas de queso y salame pa' picar."
Volví a darle play a ese casete y me descubrí bailando, el mejor homenaje que se me hizo posible, mientras buscaba La Historia del Palo, el libro que compila las notas que Gloria Guerrero publicó en las páginas de la revista Humor entre 1981 y 1994. Revisité allí una entrevista antológica. "Yo no excluyo al rock como identidad posible", decía Fontova en 1985. "Nos podemos identificar con cualquier cosa, pero mientras sea a través de nosotros mismos. Lo mío siempre fue 'salsa criolla' (y aprovecho el medio para decir que Enrique Pinti me afanó el mote para su espectáculo). Por ejemplo, me dan mucha envidia los brazucas, gente que incorpora lo de afuera pero con su propio tinte. Gismonti, Caetano, Chico... Hay rock, hay 'mongo' o lo que quieras, pero sale de ahí, del Brasil. Nosotros somos más bien 'cachadores' de algo, y tratamos de hacerlo tal cual lo hace la fuente."
Pensé, enseguida, en Manuel Onís. Por fuera de cualquier cánon, su disco Bagunça, de 2007, es uno de mis álbumes favoritos de todos los tiempos. Recuerdo aún el impacto cuando escuché por primera vez el tándem inicial de "Quiero verte hoy", esa canción luminosa con aires de milonga, y la versión de "Don Pascual", con Fontova cantando este clásico de la música popular uruguaya que Chichito Cabral compuso para El Kinto, el grupo de Rubén Rada y Eduardo Mateo, que inventó el candombe-beat en la década del 60. "Fuimos vecinos muchos años y por las tardes apoyaba la oreja contra la pared para escuchar sus ensayos con Peteco Carabajal. Hoy cuando recibí la triste noticia, recordé el día en que lo desperté de la siesta para que grabemos", escribió Manuel en su muro de Facebook.
Me acordé, también, de China Zorrilla. De las carcajadas que lanzaba desde su mesa, aquella vez que coincidimos en un show de Fontovarios, el dúo que tenía el Negro con el bajista José María Ríos, a comienzos del nuevo milenio. En medio de chistes pavos clásicos de Fontova (algo referido a la expresión árabe "gemir al cagar", por ejemplo), se despachaban con alguna versión de Eduardo Falú y Jaime Dávalos, que luego grabarían en el disco Negro (2004).
Cayó, entre mis recuerdos, una entrevista que Rafa Juli y Nicolás Costello le hicieron en La culpa la tuvo la vieja, un programa que salía por FM Sol, una radio alternativa a comienzos de los 90, donde recordaba los tiempos del Expreso Imaginario. Creo que fue la primera vez que, en esa charla retrospectiva en los tiempos de popularidad mainstream de Peor es nada, tomé noción de su importancia musical y contracultural. Fontova hacía referencia a su amigo, el periodista y guitarrista Claudio Kleiman en aquella nota, y enseguida me vino la imagen de un trapo rejilla enmarcado en la cocina de la casa de Claudio, un regalo que Fontova le había hecho como recuerdo de alguna convivencia coyuntural en tiempos de juventud.
Lo entrevisté algunas veces, pero también tuve la buena fortuna de cruzarlo, a él y su compañera Gabriela, en situaciones extra laborales. En el cumpleaños del productor Leandro Quiroga, el Negro se despachó con una seguidilla de hits con su guitarra, armando una rumba memorable entre copas, muchas, de vino tinto. O las veces que nos encontramos por el barrio, a veces en una parrillita de la calle Padilla, donde el Negro era habitué. Allí solía compartir tertulias con Diego Salvador Chirico, un notable cantautor emergente que trabajaba en esa cocina, pero que cuando terminaba su turno se sumaba a esas mesas que el Negro compartía con su amigo Tatán, el dueño del boliche, y con Luis Luque y los hijos del Cuchi Leguizamón, entre otros. "Se armaban unas guitarreadas y unas charlas hermosas. El Negro tenía una humildad única", me contó Chirico emocionado.
Se publicaron textos notables, en estos días, para despedir a Fontova (les recomiendo rastrear los de Mariano del Mazo, Gloria Guerrero y Claudio Kleiman). En todos confluye la admiración y el afecto. En ese micromundo que son mis redes sociales, se multiplicaron las fotos y los mensajes de cariño y dolor. Hacerse querer quizás sea la mejor obra de cualquier artista.