Horacio Alfonso, el hermético juez que tiene en sus manos la causa más sensible para el Gobierno
Es el magistrado que por decisión de la Corte debe fallar "de inmediato" sobre la constitucionalidad de la ley de medios, en la que el kirchnerismo cifra sus expectativas de doblegar al Grupo Clarín
El jueves 18 de octubre a media mañana Horacio Cecilio Alfonso, alias "el Negro" o "el Chino", estaba llegando a su despacho unas horas más tarde de lo habitual. Venía de un centro médico donde había retirado los estudios de una de sus dos hijas cuando atendió el viejo celular Nokia que lo acompaña hace años. No había cruzado la puerta de su despacho del Juzgado Civil y Comercial Federal N° 2, que ocupa desde octubre de 2011. Del otro lado de la línea, una de sus íntimas amigas y ex prosecretaria le daba la noticia: "Te tocó LA causa".
No hacía falta aclarar que se trataba del expediente en el que el Grupo Clarín plantea la inconstitucionalidad de cuatro de los artículos de la ley de medios. Él creyó que era un error. Que había malinterpretado lo que informaba la radio. La cuarta vez que atendió y un colega le decía "estamos con vos, Horacito" se puso en alerta. El rosario de apoyos sobreactuados con tono de tragedia fue su manera de confirmar que sí, que efectivamente se convertía en el juez a cargo de la causa más caliente del momento.
Con el tono campechano que arrastra de una vida compartida entre San Luis y Buenos Aires, intentó que primara la calma: "Acá sólo queda ver en qué caldo te cocinás", les comentó a sus amigos incondicionales, ninguno juez. Ni camarista. Alfonso hacía obvia referencia al fuego cruzado entre el multimedio Clarín y el Gobierno.
Por capricho del destino y tras idas y venidas de la Cámara Civil y Comercial Federal que decidió terminar con los turnos rotatorios se convertía en involuntario protagonista. Ahora empezaba otra historia al frente del Juzgado N° 1. La aparente calma duró menos que poco: al sedentarismo y sobrepeso de los 100 kilos que acusa la balanza, se les sumaba el estrés.
Para un hipertenso crónico como él, la combinación resultó casi fatal e inauguró el primer fin de semana como "el juez de la ley de medios" con la presión trepando a 19. Esperó a ver si alguien lo recusaba, sin admitirlo, casi como una última esperanza de no tener que intervenir.
El Gobierno había recusado a los dos jueces anteriores, RobertoTorti y RaúlTettamanti . No lo hicieron. Recordó que había intervenido en un amparo de una mujer cordobesa, de Morteros, que planteaba la inconstitucionalidad de un artículo de la ley por la competencia desleal de una cooperativa de la zona. Clarín tampoco lo recusó. Y el juez que nunca dio una entrevista, que venera el bajo perfil y que sólo una vez y de casualidad apareció frente a las cámaras de CQC como un testimonio del montón opinando sobre un árbitro de fútbol, se convirtió en el hombre más buscado por el periodismo vernáculo. La pregunta "¿Quién es este Alfonso?" se repitió en todas las redacciones, despachos oficiales y estudios jurídicos de la capital. Su hermetismo manifiesto alimentó todo tipo de rumores. Difícil adivinar las intenciones del magistrado que ante el requerimiento de la Corte de actuar en forma inmediata respondió: "Yo actúo así «inmediatamente» porque me lo dice el Código, y desde siempre, no desde hoy".
Escorpiano de noviembre de 1957, nació en Capital Federal de casualidad. Sus padres, docentes puntanos conservadores, trabajadores de escuelas de frontera, llegaron a Buenos Aires buscando un tratamiento para el mayor de sus dos hijos, que había sido diagnosticado con síndrome de Down. En uno de los tantos viajes al Garrahan nació Horacio Alfonso, que pasó su vida, justamente, recorriendo los kilómetros que separan San Luis de la Capital.
El tiempo, que hoy lo apremia a la hora de dictar sentencia definitiva, era lo que sobraba en su infancia. Constantemente le buscaban actividades para tenerlo ocupado y poder dedicarse al hermano discapacitado. Escolta compulsivo, Alfonso se convirtió en el asistente perfecto de todas y cada una de las maestras de primaria. Siempre estaba dispuesto y le sobraba tiempo: reconstruía los mapas rotos con viejas sábanas que traía de la casa, se ofrecía a ayudar en la biblioteca o a organizar los depósitos. Él necesitaba un lugar donde estar y algo que hacer. La ecuación era perfecta. Años más tarde, asustada ante la "politización" que percibía a fines del 72 en el Colegio Nacional de Buenos Aires, su madre lo inscribió en el ILSE para cursar el secundario. Y ahí una historia repetida: un profesor vehemente torció su endeble vocación por la química industrial y lo llevó al derecho: se recibió en la UBA.
Las horas que pasó en las academias Pitman estudiando mecanografía logró capitalizarlas tiempo después, cuando en Tribunales necesitaron "un pinche que escribiera a máquina". Y así, tras un frustrado intento de entrar a un estudio maritimista, aterrizó en el Juzgado Civil Comercial y Federal N° 2. De esa época y del primario en la escuela pública conserva a su grupo de amigos, que permanece inalterable a lo largo de los años. Y con los que, hasta que la ley de medios cayó en sus manos, mantenía contacto frecuente vía una página de Facebook que cerró para evitar miradas ajenas en una vida privada al extremo. Concursó para secretario en San Martín y en La Plata hasta que finalmente logró estar entre los primeros y ocupó por concurso el cargo de secretario en el Juzgado N° 7 en el mismo fuero Civil y Comercial Federal en el que ya trabajaba. Un lugar que prácticamente se convirtió en su casa.
Conmoción social
Sus pocos íntimos aseguran que es casi una provocación hablarle a él de un escenario de "conmoción social" ante la ley de medios cuando, como secretario, tramitaba cientos de amparos diarios en medio del corralito. La semana pasada, té verde de por medio, le comentó a una de sus colaboradoras: "En esa época llegaron a desalojar Tribunales porque el edificio estaba en riesgo de colapsar por la cantidad de gente que había. Se morían si no sacaban la plata para un respirador o una operación. Si llamamos conmoción social a la ley de medios, ¿que fue el corralito entonces?" Fue en esa época en la que conoció a dos hombres importantes en su vida: los actuales camaristas en lo contencioso administrativo federal, Luis María Márquez y Sergio Fernández, hermano del auditor general de la Nación y hombre fuerte de la Justicia desde la época de Rodolfo Barra, Javier Fernández. Ambos eran jueces mientras él era secretario. De Márquez heredó la prolijidad exacerbada, el ser puntilloso y revisar hasta la última coma antes de estampar su firma. Fernández llegó en medio de la vorágine del Corralito y a pedido de los propios empleados de varias secretarías para contener el caos. Alfonso ya no mantiene relación con ninguno de los dos. "Nunca se pelearon, él les está muy agradecido. Aprendió mucho de ambos. Pero el carácter de Horacio no es el de un tipo muy sociable. Sólo con sus amigos y ellos [Márquez y Fernández] son conocidos de una época de su trabajo que lo marcó", asegura uno de los pocos con acceso a su codiciada intimidad.
Alfonso no reconoce padrinazgos políticos que le hayan tendido el puente de plata para ser juez. Y deja entrever que la actual búsqueda de nexos políticos para aventurar cómo podría fallar de alguna manera lo divierte. "No tengo relación ni con los Rodríguez Saá y a los kirchneristas del Consejo de la Magistratura no los conozco", responde a los que le preguntan. "Aunque sobran los que, una vez que gané el concurso y me nombraron juez, dicen que me patrocinaron o que hicieron lobby por mí. Radicales, peronistas, sindicalistas. Si me respaldaron les agradezco pero no siento que les deba nada." A fines de 2011 y tras un largo concurso que demoró más de tres años, el puntano se convertía en juez habiendo salido tercero en una convocatoria para cubrir dos vacantes.
El cobijo y la confianza que siente hoy entre los empleados que lo acompañan no se condicen con lo que pasa con sus colegas, que lo dejan afuera de cada evento social que realizan, desde cenas hasta cafés en la esquina. Él dice no saber por qué. E intenta disimular la molestia que le provoca el vacío. "Desayuna con sus empleadas, no cuida las formas, y no se mimetizó nunca con la familia judicial. No se lo perdonan y le dicen cualquier cosa: que es kirchnerista, que es comunista, que se preocupa por los migrantes...", asegura uno de sus históricos colaboradores. Austero, usa un viejo Casio que no disimula el paso del tiempo y unos anteojos sin marca que compró de oferta en una óptica. Sin auto ni chofer, lo lleva todas las mañanas una ex colaboradora que trabaja en Tribunales. Vive en la casa que era de su padre, sobre la calle Yatay, y sus pocas horas libres las dedica a Apiad, una fundación que nació con el fin de darles contención a los jóvenes Down que eran ignorados por la enseñanza tradicional. Militante católico, durante toda su vida colaboró con el servicio jurídico de Cáritas y mantiene una intensa relación con los Scouts del Puerto de los Olivos. Los domingos suelen encontrarlo en misa o en su juzgado.
De su paso por el posgrado de alta tecnología de la UCA quedó algún que otro escrito consagrando la libertad de expresión y la no intervención en los contenidos, y una relación con Alejandro Fargosi, actual representante de los abogados en el Consejo de la Magistratura. A la ministra de la Corte Elena Highton de Nolasco la conoce desde la época en que era jueza y solía convocar a debates los miércoles en su despacho. Después la acompañó en su cátedra. Y ahora, años después y ley de medios mediante, ella le expresa su apuro para que falle antes del 7-D y él le responde con su habitual cautela.
QUIEN ES
Nombre y apellido
Horacio Alfonso
Edad
55 años
Egresado de la UBA
Nació en la Capital Federal. Cursó sus estudios secundarios en el ILSE y estudió derecho en la UBA. Está divorciado y tiene dos hijas.
Sensibilidad social
Sin padrinazgos políticos reconocidos, comenzó su carrera judicial como meritorio en los 80. Su tiempo libre se lo de dedica a una fundación que contiene a chicos con síndrome de Down.
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