Histórico: el peronismo no tiene candidatos presidenciales competitivos
“Todo tiempo pasado fue mejor”. La frase, trillada y nostálgica, aplica con precisión científica cuando se analizan los candidatos con potencial presidencial que podría presentar el peronismo en este momento. Lejísimos parecen quedar aquellas elecciones de 2003, en las que sobraban los personajes y faltaban los puntos de acuerdo, a punto tal que el justicialismo encabezó tres listas diferentes: la de Carlos Menem (ganador en primera vuelta), la de Néstor Kirchner (presidente por la renuncia de Menem a enfrentarlo en el ballottage) y la de Adolfo Rodríguez Saá. Entre todos, superaron el umbral del 60% de los votos. Además, habían quedado en el camino otros importantes aspirantes: el propio Eduardo Duhalde, su canciller Carlos Ruckauf y Roberto Lavagna (impulsado en especial por la CGT).
Recordemos que antes de resignarse en proponer a Kirchner, Duhalde había fracasado en su búsqueda de potenciar la figura de José Manuel de la Sota, entonces el gobernador más comprometido en achicar el gasto político, bajar los impuestos y privatizar empresas públicas, empezando por Bancor. Muchos otros dirigentes le habían rechazado la propuesta de enfrentar a Menem: Carlos Reutemann, Felipe Solá y Mauricio Macri, quien como tantos otros empresarios nacionales acostumbrados a hacer negocios con el Estado tenía en aquellos tiempos una visión mucho más amigable respecto del peronismo.
Hoy la realidad encuentra a esta misma fuerza política en el otro extremo: desgastado por la fallida sociedad que significó el Frente de Todos, por dos años de gestión de los cuales no se puede destacar prácticamente ningún logro significativo y por la mala imagen en la sociedad que tienen en este momento sus principales dirigentes, es la primera vez en su historia que el actual oficialismo no tiene ninguna figura competitiva.
“Me tocaron la pandemia primero y la guerra en Ucrania después: nadie tuvo tanta mala suerte”, elabora una excusa Alberto Fernández para justificar su magro desempeño. Siguiendo el frío razonamiento de CFK, tuvo un notable efecto multiplicador la mancha venenosa de los “funcionaron que no funcionan”, para terminar de abarcar a una administración en la que, al margen de los múltiples conflictos internos, “la mitad son locos y la otra mitad son vagos”, según la definición del propio jefe de Gabinete, Juan Manzur, al poco tiempo de asumir sus funciones luego de la dura derrota de las PASO en septiembre pasado. Lo curioso: aun luego del acuerdo con el Fondo, cuando logró una mayoría clarísima en ambas cámaras, Alberto Fernández no logró detener el debilitamiento de su posición de liderazgo. Es probable que, sensibilizado con el horror de la invasión rusa de Ucrania, el Presidente haya recurrido a León Tolstói para definir su gesta contra la inflación: la guerra y la paz se sucedieron con apenas pocos días de diferencia. Hasta el diablo metió la cola en su interminable confusión. Aun considerando que se trata de una gestión tan poco efectiva que engalana fracasos previos como el de De la Rúa, el Presidente pasa tal vez por su peor momento.
Revisando en el espinel del Gobierno, emerge en el sector más kirchnerista la figura de Wado de Pedro. El solo hecho de que el ministro sienta que tiene alguna posibilidad pone de manifiesto que los tres candidatos “lógicos” de ese mismo espacio, Cristina, Axel Kicillof y Máximo, ya habrían bajado los brazos. De Pedro viene desarrollando una intensa agenda internacional a pesar de que, al menos formalmente, sigue a cargo de la cartera de Interior. Hace poco participó de una exposición de tecnología en Barcelona. A fin de este mes visitará Israel junto a otros funcionarios y gobernadores interesados en la revolución tecnológica que experimentó ese país en los últimos años, particularmente en la cuestión del riego. Como ocurre con los debates del Consejo Económico y Social, así como con la agenda de políticas de Estado que impulsa Massa en la Cámara de Diputados, se ve una loable y creciente tendencia en el oficialismo a tratar “los temas de fondo”: que lo urgente no desplace lo importante. El problema es que lo urgente es nada menos que una inflación que tiende a espiralizarse y que el Gobierno sigue mirando con un inefable fatalismo. Como nadie considera –comenzando por los propios integrantes del FMI– que el acuerdo logrado con la Argentina vaya a cumplirse, la incertidumbre macro es tan enorme que vacía de contenido cualquier intento de debatir cuestiones sectoriales o aspectos puntuales de política pública. La procrastinación del reunionismo y los discursos políticamente correctos profundizan una crisis que parece no tener piso.
Por el lado del albertismo, los casilleros aparecen vacíos, más allá de las pretensiones del propio Presidente de competir en una eventual primaria. Entre los gobernadores, hay atisbos de interés por el lado del propio Manzur o del sanjuanino Sergio Uñac, aunque ninguno de los dos alcanza por ahora la escala suficiente. Ningún intendente se sueña candidateable, como aquel Massa que, en su mejor etapa y desde Tigre, frustró las ambiciones de eternidad en el poder que por entonces tenía Cristina. “Todavía queda mucho tiempo, y los vacíos de liderazgo eventualmente se llenan”, afirmó esperanzado un operador vinculado con el peronismo norteño. En el Poder Legislativo no surgen figuras destacables en los bloques del FDT o del peronismo disidente. Y a diferencia de lo que ocurre en Brasil, donde Lula tiene grandes chances de regresar al poder, o en Uruguay, donde el sindicalista y líder del Frente Amplio Fernando Pereira puso en un aprieto al presidente Luis Lacalle Pou en un referéndum que terminó ganando el mandatario, pero que resultó más parejo de lo esperado, de este lado del charco los dirigentes gremiales brillan por su ausencia. Ni siquiera logran ponerse de acuerdo a la hora de decidir los destinos de la CGT. La falta de líderes competitivos en todos los órdenes se completa con la inexistencia de algún dirigente poderoso que, desde las sombras, pueda dar un “dedazo”.
Lejos de lo que algunos apocalípticos intentan pronosticar, esta circunstancia no necesariamente implica que el peronismo esté a punto de desaparecer: atraviesa una crisis de liderazgo, similar a la que vivió el radicalismo posterior a Fernando de la Rúa, que necesitó en diversas ocasiones salir a pedir “candidatos prestados”, como Lavagna en 2007 luego del estrepitoso fracaso del hoy referente kirchnerista Leopoldo Moreau (2,34% de los votos) o el propio Macri en 2015, luego de que en 2011 Ricardo Alfonsín arañara apenas un 11,14% del total de sufragios. Ahora la UCR aspira a recuperar protagonismo: se especula con que Gerardo Morales, Alfredo Cornejo, Facundo Manes, Martín Lousteau y sobre todo Carolina Losada integren una fórmula presidencial, en combinación radical pura o como parte de un híbrido con alguien de Pro.
¿Estará el peronismo dispuesto a presentar a la sociedad un plan serio de estabilización? Y si es así… ¿por qué esperar hasta 2023, cuando se podría ganar mucho tiempo haciéndolo ahora mismo? Sin un aggiornamiento ideológico ni organizacional, al menos un sector relevante del FDT parece estar resignado a intentar frustrar las agendas de reformas estructurales que impone la realidad y empujan, con firmeza oscilante, los principales líderes de oposición.ß