Reseña: Kentukis, de Samanta Schweblin
Historias para una era de tecnología y exhibicionismo
Hasta el momento, Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) había enfocado sus libros (Pájaros en la boca, Distancia de rescate) en los dobleces de la vida cotidiana. Aunque de vez en cuando coqueteara con lo fantástico, por lo general se mantenía de "este lado" de la realidad; es decir, mostrando que en cada persona habita un extraño, y que el horror se halla apenas agazapado a la espera de una circunstancia que lo convoque. Pero el futuro es siempre una tentación: en Kentukis, su nueva novela, la escritora argentina radicada en Berlín decidió proyectar esa misma realidad, imaginando un universo inquietante y a la vez posible, demasiado cercano.
Lo interesante reside en que en lugar de trastocar el contexto a partir de múltiples indicadores y detonantes, Schweblin se concentró en un único objeto: unos muñecos llamados kentukis, peluches -con forma de oso panda, dragón, conejo, topo, cuervo- cuya particularidad es conectar azarosamente a dos personas en cualquier punto del planeta. El kentuki lleva una cámara, y en el otro extremo de esa conexión alguien no solo observa y escucha la vida del dueño del muñeco sino que además posee la capacidad de seguirlo -también mueven la cabeza en todas direcciones y emiten ciertos sonidos- y acompañarlo adonde sea desde un dispositivo electrónico. Así tiene la posibilidad de tomar sus propias decisiones y vivir otra vida, al menos hasta donde su "amo" se lo permita.
Schweblin reaviva el eje voyeurismo-exhibicionismo a través de un abanico de historias que se cuentan en paralelo y escenifican una previsible diversidad de comportamientos de uno y otro lado de la camarita. Está la mujer madura, de vida intrascendente, que se preocupa por esa chica cuasi indefensa en un pueblito de Alemania cuyo amante la estafa; está la pareja del artista, que lo acompaña a una residencia en Oaxaca, y que en principio solo establece una relación protocolar con el kentuki, sin ánimo de traspasar el límite virtual ni saber nada de ese o esa que la "espía" cada día; está el hombre separado que, en una pequeña ciudad italiana, entabla un vínculo de necesidad con el kentuki llamado a acompañar la soledad de su hijo y que pronto evidencia la propia; están los dos hermanos franceses cuyos kentukis consiguen conectarse y hacer de puente para una relación amorosa, la del hombre y la mujer que desde sus respectivas tablets controlan a dichos muñecos; está el chico que en la ignota Antigua cubre la pérdida de su madre y la indiferencia de su padre, comandando un kentuki a escondidas y formando parte de una particular rebelión; están los kentukis a los que empujan al suicidio antes que condenarlos -condenarse a observar, del otro lado- a vivir entre viejos; y está, entre otros, el joven croata que descubre el negocio antes que los demás y termina metiéndose donde no le convenía.
Todas esas situaciones se desarrollan, degeneran, desde un punto de partida común: una dimensión positiva, ya se trate de la conexión misma o de la compañía o el simple entretenimiento, que luego se pervierte, o que revela el costado más sombrío de sus protagonistas. En cierto sentido, los humanos empiezan a ser, a medida que la influencia de los kentukis crece -era raro que alguien no estuviese familiarizado con esas criaturas, se dice en determinado momento-, un peligro para ellos, la contracara de esa peligrosidad inmanente para los mismos humanos que al principio nadie advierte.
Dúctil en los resortes de la contención y la sugestión, el formato de novela evidencia, sin embargo, un rasgo del estilo de Schweblin que ya podía percibirse en sus cuentos: la falta, justamente, de rasgos, una suerte de escritura plana, sin sobresaltos, como si cualquier complicación poética o estructural fuera un vicio. Se ha hablado lo suficiente sobre ese tipo de escritura, cuyo objetivo parecería ser no entorpecer el transcurrir de las historias. Pero cabe preguntarse si lo que se busca no es, en el fondo, evitarles molestias a la clase de lectores que siempre tienen ganas de irse corriendo a hacer otra cosa.
Kentukis
Por Samanta Schweblin
Random House. 221 páginas$ 499